20 de septiembre de 2022

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María Eugenia González, Instituto de Salud Carlos III

La información científica errónea y la desinformación se viralizan con mayor frecuencia que la información rigurosa. ¿Se ha preguntado por qué ocurre este fenómeno? La ajetreada cotidianidad apenas deja tiempo para verificar la autenticidad de los mensajes que recibimos sobre biomedicina y sanidad. Reconocer la información de calidad evita caer en el hartazgo o el escepticismo. Aceptar la evidencia científica, aunque sea incómoda, es el camino para aprender a cuidar nuestra salud.

En un mundo globalizado como el que vivimos, los nuevos patógenos viajan de un extremo a otro del planeta en apenas unas horas de vuelo. Para evitar su diseminación es crucial su rápida detección, caracterización, contención y prevención en su contagio. La OMS tiene encomendada dicha tarea a escala internacional para atajar nuevos brotes como el actual de viruela del mono. Sus directrices están guiadas por las evidencias científicas que se van obteniendo, y su rechazo pondría en peligro la salud global.

Anticiencia de hoy y de ayer

Un reciente informe sobre la desinformación en España indica que el 95,8 % de los españoles considera que la desinformación es un problema de la sociedad actual, y el 83,3 % cree que aumentó en los últimos dos años.

Durante la pandemia de covid-19 se detectaron contradicciones en la comunicación de la información, y el activismo de los movimientos antivacunas aumentó su protagonismo. La desinformación de estos movimientos podía ser más persuasiva y viral en redes sociales que la información científica basada en evidencias contrastadas.

Sin embargo, la desinformación en materia de salud no es un fenómeno nuevo. Antes de la aparición de las redes sociales, en la pandemia del sida, surgió un activismo negacionista que ralentizó la toma de medidas preventivas, diagnósticos y tratamientos en zonas especialmente afectadas por el virus. Hay casos aún mucho más antiguos de movimientos anticiencia y de pseudociencias. Las redes sociales son un canal añadido para la difusión de la desinformación y la información sin rigor, pero no son su causa.

El mensaje científico que provoca actitudes anticiencia

Divulgar ciencia requiere formación técnica en los temas a tratar, habilidades de comunicación y tener en cuenta la actitud con la que el mensaje puede ser recibido. Involuntariamente pueden producirse errores de comunicación y de interpretación científica que acaben teniendo consecuencias similares a la desinformación.

Según acaba de publicar un grupo de psicólogos canadiense, durante el proceso de difusión y presentación de información científica pueden surgir incoherencias que terminen desencadenando actitudes anticiencia. Estos fallos pueden producirse a cuatro niveles: el emisor y el receptor de la información, el impacto subjetivo de la propia información y la relación entre las ideas preconcebidas y las evidencias comunicadas.

Cuando el divulgador es considerado como inexperto, poco creíble o tendencioso es más probable que el mensaje sea ignorado o rechazado. También si el mensaje comunicado impacta positiva o negativamente sobre algún grupo religioso, político, social o identitario, por el que el receptor sienta simpatía o rechazo.

Asimismo, la información recibida en ocasiones contradice creencias asumidas o, por el contrario, moraliza valores que están en desacuerdo con las del receptor. En tal caso es más fácil rechazar una información científica que replantearse actitudes o principios. Además, puede ocurrir que la forma acostumbrada de percibir algunos temas como abstractos y lejanos choque con el mensaje científico. Por ejemplo, durante mucho tiempo las pandemias y el cambio climático se han considerado problemas pertenecientes al pasado o al futuro lejano. Reconocer la proximidad de estos riesgos añade inquietud en nuestras vidas, de ahí la tendencia a banalizarlos.

Cómo prevenir actitudes anticiencia

En contraposición con los movimientos negacionistas existe el activismo prociencia. Un ejemplo es la declaración Durban del 2000, firmada por 5000 asistentes a la Conferencia internacional del sida, que logró aglutinar a quienes reclamaban universalizar los tratamientos antirretrovirales.

La creciente transición de la ciencia publicada en abierto y con controles de calidad y los acuerdos para compartir resultados y datos científicos facilitan la tarea de aclarar inexactitudes y desmentir falsedades. La Comisión Europea llama a combatir la mala información y desinformación en salud pública de forma sofisticada y coordinada.

Como ejemplo, el acuerdo para la reforma de la evaluación de la ciencia (recientemente firmado por 40 países). Se trata de formar investigadores jóvenes en la comunicación de la Ciencia y reconocerles su labor.

Para prevenir la anticiencia se requiere rigor y transparencia en su comunicación, respuesta constante y paciente ante la desinformación, y educación de la sociedad en los procesos y los valores científicos.The Conversationhttp://theconversation.com/es/republishing-guidelines —>

María Eugenia González, Científica Titular del Instituto de Salud Carlos III. Centro Nacional de Microbiología. Viróloga, Instituto de Salud Carlos III

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.