14 de septiembre de 2019

Ramón Ojeda Bringas. México. Red Iberoamericana de Docentes
La nota hace referencia a la prolongación de la juventud, prolongación en sentido figurado y que se manifiesta en actitudes infantiles por parte de adultos que no aceptan los cambios físicos corporales, lo que implica problemas de socialización y de alguna forma relacionados con los cambios tecnológicos.

Indudablemente para muchos, la juventud es un periodo fascinante, lleno de alegría y vitalidad por lo que a las condiciones físicas refiere: ser joven supone, en muchos casos, tener energía, ir a fiestas, desvelarse, excederse y reponerse con relativa rapidez, pero como nada es eterno, la juventud es una etapa pasajera y la madurez, preludio a la tercera edad, pronto hacen acto de presencia al reducirse paulatinamente la vitalidad, la energía y el aspecto físico que alguna vez se tuvo.

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Ante esta situación no pocas veces se busca recuperar la condición física mediante el deporte, que tal vez nunca se practicó, la dieta, para mantener la figura y en algunos casos, modificaciones corporales para conservar la apariencia juvenil. Esto es comprensible por lo que representa ser joven en una sociedad que valora sobremanera esta etapa de la vida. Cuando empiezan a ser notorios los cambios físicos es posible que surjan preocupaciones por el aspecto y por mantenerse, la menos en apariencia, joven, por lo cual muchos tal vez recurran a dietas, ejercicio, cambio de estilo de vestir o actitudes propias de los más jóvenes, buscando “alejar a la vejez” aun cuando ésta no se presente de manera tan evidente.

Sobre esta cuestión antropólogos, sociólogos y psicólogos hablan de la infantilización de la sociedad postindustrial en la que “la media de edad aumenta incesantemente, la población envejece, pero los rasgos adolescentes permanecen en una porción significativa de sujetos adultos”, es decir, la gente crece físicamente, pero parece quedarse en la juventud asumiendo una actitud infantil que no corresponde a su edad cronológica.

Cuando observamos el comportamiento de los niños, parte de su proceso de socialización implica la imitación del adulto, incluso el adolescente trata de emular el comportamiento del adulto, imitándolo, sin embargo, parece que esta situación se ha invertido porque vemos adultos que imitan a los jóvenes, prolongando la adolescencia a edades muy avanzadas.

El antropólogo Marcel Danesi1 hace una descripción de este síndrome colectivo señalando que la adolescencia se extiende hoy hasta edades muy avanzadas, generando una sociedad inmadura, unos sujetos que exigen cada vez más de la vida pero entienden cada vez menos el mundo que los rodea. La opinión pública tiende a considerar la inmadurez deseable, incluso normal para un adulto. Como resultado, cunde una sensación de inutilidad, de profunda distorsión: quienes toman las decisiones cruciales suelen ser individuos con valores adolescentes. Va desapareciendo la cultura del pensamiento, de la reflexión, del entendimiento y es sustituida por el impulso, la búsqueda de la satisfacción instantánea 2.
 
Algunos rasgos de esta infantilización son los siguientes:

  • Poca tolerancia a la frustración. El individuo no soporta el fracaso o el aplazamiento del placer o lo deseado, busca la inmediatez, es impaciente, no soporta esperar.
  • Predilección por la belleza sobre la inteligencia. Hay una preferencia por los rasgos físicos que denotan belleza, sobrevalorándola con respecto a la capacidad de pensar, razonar o mantener una conversación sustancial.
  • Impulsividad. Carencia de control de los impulsos, estallan con facilidad.
  • Dominio de los instintos sobre la reflexión. Se mantienen los instintos primarios.
  • Privilegios más importantes que los deberes, es decir, se reconocen y priorizan los derechos sobre las obligaciones que con frecuencia se niegan.
  • La imagen se antepone al mérito y al esfuerzo, ya que resulta más importante la forma que el contenido, se valora lo superficial.
  • Trivialidad en el discurso. Hay una notoria carencia de léxico, conversaciones banales y pobreza lingüística.

 

La infancia y la adolescencia son etapas que tienen su atractivo, sin duda, sobre todo porque es el periodo del descubrimiento, del placer que proporciona lo nuevo, lo que nos hace vivir intensamente, pero es insano querer prolongar algo que naturalmente pasa, que tiene su fecha de caducidad.

Es engañoso decir que “la edad está en la mente”, y aunque con el tiempo se tenga una mentalidad acorde a los tiempos y constantemente renovada, hay que admitir que no se es joven eterno, que el tiempo pasa y produce cambios en nuestro organismo, lo que no impide que podamos seguir disfrutando de la vida y seguir siendo contemporáneos en nuestra forma de pensar y sentir.

En estos tiempos tan acelerados en los que se busca lo inmediato, tal vez reforzado por la rapidez con la que la tecnología en comunicaciones nos ha cambiado la forma de actuar, es necesario recuperar la calma, la tranquilidad y tener tiempo para no hacer nada, es decir, quedarnos por instantes con nosotros mismos, pensar y tomando un café, ver el atardecer hasta que la luz se extinga, disfrutando con toda calma del tiempo, porque eso también estimula el aprendizaje.

Autor de Forever Young, análisis sobre la adolescencia prolongada