Educacion para la Sostenibilidad

Desarrollo rural y Sostenibilidad

El desarrollo rural persigue dar respuesta a tres necesidades básicas para hacer posible un futuro sostenible:

  • Mejorar la formación y el bienestar de los miles de millones de personas que viven en este medio (cerca de la mitad de la población mundial), erradicando la pobreza extrema y evitando su migración hacia la marginación de la periferia de las ciudades
  • Lograr una producción agrícola sostenible para asegurar que todos los seres humanos tengan acceso a los alimentos que necesitan y
Proteger y conservar la capacidad de la base de recursos naturales para seguir proporcionando servicios de producción, ambientales y culturales.

Todos los grandes retos a los que se enfrenta hoy la humanidad para avanzar hacia el logro de un futuro sostenible –ya sea erradicar la pobreza extrema y el hambre, conseguir la educación universal, la igualdad entre los géneros, reducir la pérdida de biodiversidad y otros recursos medioambientales, etc.- exigen una atención prioritaria al desarrollo rural. De hecho la necesidad del desarrollo rural se asocia, habitualmente, a la existencia de graves problemas que afectan a quienes viven en este medio, particularmente en los países en desarrollo, pero también en los países llamados desarrollados.

Una discriminación secular

Es bien conocido que las zonas rurales son el hogar de la mayoría de los pobres del planeta, de quienes viven con menos de un dólar diario, de quienes carecen de sistemas sanitarios e incluso de agua potable; de quienes son más vulnerables a los fenómenos atmosféricos extremos como inundaciones o sequías que llegan a provocar grandes hambrunas; cuatro de cada cinco de los más de 172 millones de niños y niñas sin escolarizar en el mundo, viven en áreas rurales, con fuertes discriminaciones hacia las niñas; y la gran mayoría de los cerca de 800 millones de analfabetos, jóvenes o adultos, pertenecen al mundo rural (UNESCO, 2010). Y es en este medio donde son más fuertes las discriminaciones hacia las mujeres (ver Igualdad de Género). Dicho con otras palabras, en el medio rural de los países del llamado Tercer Mundo son conculcados los derechos socioeconómicos más básicos (a la educación, a la atención médica, a viviendas dignas provistas de sistemas sanitarios, a un trabajo regulado y debidamente remunerado, al descanso…), además de los derechos democráticos, impidiendo la participación ciudadana en la toma de decisiones. Las condiciones de vida son tan duras que impulsan migraciones masivas hacia las ciudades o, mejor dicho, hacia sus periferias de chabolismo y marginación, generando nuevos y graves problemas (ver Evitar conflictos y violencias y Urbanización y Sostenibilidad).

En los países desarrollados los problemas no son tan dramáticos, pero persiste la discriminación respecto a las ciudades en lo que se refiere a derechos como la educación, la sanidad, el trabajo dignamente remunerado, etc. Muchos de quienes intentan vivir de sus cosechas o de lo que produce su ganado o la pesca artesanal ven a menudo reducidos sus ingresos por la acción de quienes comercializan sus productos, guiados por la búsqueda del máximo beneficio a corto plazo, que llegan a hundir los precios mediante, por ejemplo, importaciones masivas procedentes de países donde la mano de obra es más barata o son menores las exigencias medioambientales, provocando con ello endeudamientos y ruinas. También aquí la dureza de las condiciones de vida se traduce en el desplazamiento de la población rural hacia las ciudades; un desplazamiento que en parte es compensado por la llegada de emigrantes a quienes, a menudo, se explota con bajos salarios y se somete a discriminaciones de todo tipo.

La vida en las zonas rurales se enfrenta, en definitiva, a muy serios problemas en la práctica totalidad de los países. Se insiste por ello en la necesidad de un desarrollo rural que haga frente a dichos problemas, que no solo afectan a sus habitantes sino al conjunto de los seres humanos, debido, entre otros, a las presiones migratorias fruto de la degradación de suelos cultivables sobreexplotados y al enfrentamiento entre grupos humanos que compiten por los recursos y, en definitiva, por la supervivencia.

Desarrollo rural

Por otra parte, es obvio que la situación en el campo se ve afectada por hechos que tienen un origen en buena parte externo, como ocurre con la necesidad de nuevos recursos energéticos para el transporte, que impulsa la producción de biocombustibles. Particular incidencia tiene el modelo alimentario que se ha generalizado en los países “desarrollados”, que pone en peligro al conjunto de la población mundial (Bovet et al., 2008). Un modelo que está sobreexplotando y agotando recursos tan esenciales como el agua o el suelo cultivable, pues está caracterizado, entre otros, por:

  • Una agricultura intensiva que contribuye a la tala de árboles para aumentar la superficie cultivable, extiende los monocultivos marginando miles de variedades vegetales y utiliza grandes cantidades de abonos y pesticidas contaminantes que producen profundos cambios antropogénicos en la cubierta del suelo, degradándolo y poniendo en peligro la biodiversidad y a la propia especie humana (ver Lucha contra la contaminación). Una agricultura intensiva que recurre además al transporte por avión de productos fuera de estación, contribuyendo notablemente al crecimiento de las emisiones de CO2.
  • La inversión de la relación vegetal/animal en las fuentes de proteínas, con fuerte caída del consumo de cereales y leguminosas y correspondiente aumento del consumo de carnes, productos lácteos, grasas y azúcares. Se trata de una opción de muy baja eficiencia porque, como muestran los análisis, para obtener 1 kilo de carne se necesitan 900 kilos de alimentos vegetales (¡),16 000 litros de agua y un consumo de energía tan elevado que la industria de la carne es responsable de más emisiones de CO2 que la totalidad del transporte.
  • La refinación de numerosos productos (azúcares, aceites…), con la consiguiente pérdida de componentes esenciales como vitaminas, fibras, minerales, con graves consecuencias para la salud.

A ello habría que añadir la reciente transformación de extensas zonas de cultivo para la producción de agrocombustibles, utilizando maíz, soja, etc., que eran destinados al consumo humano y provocando deforestaciones para contar con nuevas superficies de cultivo, contribuyendo además al incremento del precio de los alimentos. Y no podemos olvidar el creciente desarrollo de la agricultura industrial, con sus simientes patentadas (que los campesinos se ven obligados a comprar cada vez) y el uso de transgénicos sin atender debidamente al principio de precaución, con graves repercusiones: pérdida de biodiversidad, degradación de los ecosistemas y hundimiento de la agricultura artesanal. En definitiva, a medida que la agricultura se ha ido transformando, bajo la presión de las sociedades consumistas, se ha convertido en un problema para el medio ambiente, al emitir carbono en vez de almacenarlo, al facilitar las inundaciones más que ayudar a impedirlas, y al destruir más que proteger la biodiversidad (Halweil, 2002). La agricultura industrializada se ha convertido así en un serio obstáculo para la soberanía alimentaria de los pueblos, es decir, para su derecho a definir sus propias políticas sustentables de producción, distribución y consumo de alimentos, garantizando el derecho a la alimentación para toda la población (Fernández Such, 2006).

A todo ello hay que añadir que, según informes de la FAO de 2013 “Pérdidas y desperdicio de alimentos en el mundo” y “La huella del desperdicio de alimentos: impactos en los recursos naturales” (http://www.un.org/es/publications/publipl39.shtml), alrededor de un tercio de la producción de los alimentos destinados al consumo humano se pierde o desperdicia en todo el mundo, lo que equivale a aproximadamente 1300 millones de toneladas al año. Esta cifra de alimentos que se desperdician anualmente no solo provoca grandes pérdidas económicas, sino también un grave daño a los recursos naturales de los que la humanidad depende para alimentarse. “La huella del desperdicio de alimentos: impactos en los recursos naturales” es el primer estudio que analiza los efectos del despilfarro alimentario a nivel mundial desde una perspectiva medioambiental, centrándose de forma específica en sus consecuencias para el clima, el uso del agua y el suelo y la biodiversidad. Entre sus principales conclusiones destacan que cada año los alimentos que producimos pero luego no comemos consumen un volumen de agua equivalente al caudal anual del Volga y son responsables de añadir 3300 millones de toneladas de gases de efecto invernadero a la atmósfera del planeta (ver Frenar el Cambio Climático).

Además de estos impactos ambientales, las consecuencias económicas directas del desperdicio de alimentos (sin contar pescado y marisco) alcanzan la cantidad de 750000 millones de dólares anuales, según los cálculos del informe de la FAO. “Todos nosotros -agricultores y pescadores, procesadores de alimentos y supermercados, gobiernos locales y nacionales, consumidores particulares- debemos hacer cambios en todos los eslabones de la cadena alimentaria humana para evitar en primer lugar que ocurra el desperdicio de alimentos, y reutilizar o reciclar cuando no podamos impedirlo”, aseguró el Director General de FAO, José Graziano da Silva. Acompañando a estos estudios, la FAO también ha publicado un manual como “conjunto de herramientas” con recomendaciones sobre cómo puede reducirse la pérdida y el desperdicio de alimentos en cada una de las etapas de la cadena alimentaria.

En la publicación del informe, el Director Ejecutivo del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), Achim Steiner, señaló que el PNUMA y la FAO han identificado la pérdida y el desperdicio de alimentos -el despilfarro- como una gran oportunidad para que los países hagan una transición hacia una Economía Verde inclusiva, de bajas emisiones de carbono y eficiente en el uso de los recursos (ver Economía y Sostenibilidad). El informe presentado por la FAO destaca los múltiples beneficios que pueden obtenerse -en muchos casos a través de medidas sencillas y sensatas en por ejemplo hogares, comercios, restaurantes, escuelas y empresas- y que pueden contribuir a la Sostenibilidad del medio ambiente, mejoras económicas, a la seguridad alimentaria y la realización del Desafío Hambre Cero del Secretario General de las Naciones Unidas, instando a participar en la campaña conjunta: “Piensa. Aliméntate. Ahorra. Reduce tu huella alimentaria”.

En ese sentido, conviene referirse a la publicación de la FAO “El estado de la inseguridad alimentaria en el mundo 2013” que presenta un conjunto amplio de indicadores que intentan reflejar el carácter multidimensional de la inseguridad alimentaria, los factores determinantes de esta y sus efectos (http://www.fao.org/docrep/018/i3458s/i3458s.pdf). Garantizar la seguridad alimentaria (http://www.fao.org/post-2015-mdg/14-themes/es/) requiere actuar en múltiples dimensiones, incluyendo la mejora de la gobernanza de los sistemas alimentarios, inversiones inclusivas en la agricultura y las zonas rurales, en salud y educación, en el empoderamiento de los pequeños productores, y en fortalecer los mecanismos de protección social para la reducción de riesgos.

Desarrollo rural para un futuro sostenible. Una problemática que exige un tratamiento sistémico

Los problemas del mundo rural no pueden, pues, abordarse y resolverse aisladamente: forman parte de una problemática sistémica que engloba a todo el planeta y afecta muy directamente al mundo rural. Es preciso tomar en consideración dicha problemática global que obliga a hablar de insostenible situación de emergencia planetaria por acercarse peligrosamente a los límites del planeta e incluso superar ya algunos de ellos (Worldwatch Institute, 1984-2013; Bybee, 1991; Vilches y Gil, 2003; Diamond, 2006; Duarte, 2006; Folke, 2013).

Así, la investigación de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) “Education for rural people and food security: a cross country analysis” muestra que la seguridad alimentaria de los niños rurales está estrechamente vinculada a su acceso a la educación (De Muro y Burchi, 2007). El analfabetismo les impide adquirir los conocimientos necesarios para mejorar su capacidad y productividad y les hace víctimas de una discriminación social que se ensaña particularmente con las mujeres. El análisis de la FAO concluye que la seguridad alimentaria y la educación deben ser tratadas simultáneamente y con la misma atención, para desarrollar la capacidad de la gente del campo –niños, jóvenes y adultos de ambos sexos- para alimentarse y superar la pobreza, el hambre y el analfabetismo. Se explica así la importancia concedida al desarrollo rural en la Agenda 21, el programa para desarrollar la Sostenibilidad a nivel planetario durante el siglo XXI, que fue aprobado en la cumbre de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo (CNUMAD), celebrada en Río de Janeiro en 1992 (Naciones Unidas, 1992).

En el informe de 2013 de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM), se muestra que la brecha rural-urbana es persistente. El acceso a los servicios de salud reproductiva y al agua potable son dos ejemplos claros de ello. En 2011 solo el 53% de los partos en áreas rurales fue atendido por personal capacitado; en las áreas urbanas el porcentaje fue del 84%. El 83% de la población sin

El desarrollo rural ha de contribuir a mejorar el bienestar de los miles de millones de personas que viven en este medio, superando desequilibrios injustos e insostenibles, que afectan muy particularmente a las mujeres. ONU Mujeres (http://www.unwomen.org/es/) respalda el liderazgo y la participación de las mujeres rurales a la hora de diseñar leyes, estrategias, políticas y programas en todos los temas que afectan sus vidas, incluida una mejor seguridad alimentaria y nutricional, y mejores medios de subsistencia rurales. Conviene referirse a este respecto a programas como el “Arca del gusto”, promovido por el movimiento Slow Food, que ha elaborado un amplio catálogo internacional de alimentos que deben ser protegidos porque se encuentran amenazados por la estandarización industrial, las normas de distribución a gran escala y el deterioro ambiental (Nelson, 2013). En el mismo sentido se ha creado la “Bóveda Global de Semillas de Svalvard”, diseñada para proteger miles de variedades vegetales que la expansión de los monocultivos ha marginado y puesto en peligro, pero que representan tesoros genéticos como la tolerancia a la sequía, la resistencia al calor o a las plagas (Mazur, 2013).

Y este desarrollo rural ha de dar también respuesta a otras necesidades que constituyen requisitos de la Sostenibilidad a nivel planetario. El capítulo 14 de la Agenda 21 señala así otros objetivos prioritarios, estrechamente vinculados (Naciones Unidas, 1992): lograr una producción agrícola sostenible para asegurar que todos los seres humanos tengan acceso a los alimentos que necesitan y proteger y conservar la capacidad de la base de recursos naturales para seguir proporcionando servicios de producción, ambientales y culturales. Más allá de su función de producir alimentos y materias primas, la actividad rural realiza importantes funciones de carácter económico, social y medioambiental contribuyendo a la protección de la biodiversidad, del suelo y de los valores paisajísticos (Gómez, Picazo y Reig, 2008).

Pese a todo ello, la ayuda internacional para las zonas rurales ha descendido dos tercios en las últimas décadas: las inversiones rurales representaban menos del 10% de los compromisos del Banco Mundial en el año 2000 (Halweil, 2002). Y todavía en 2010 la FAO sigue reclamando un aumento significativo de las inversiones en la agricultura para frenar el hambre crónica en el mundo. Esta situación debe modificarse drásticamente para hacer posible las 12 áreas de programas que contempla el capítulo 14 de la Agenda 21: desde la mejora de la producción agrícola y de los sistemas agropecuarios a la conservación y rehabilitación de tierras, pasando por el desarrollo de la participación popular y de los recursos humanos o la información y educación sobre la planificación del aprovechamiento de la tierra. A ello pretende contribuir la auto creación de asociaciones populares de ahorro y préstamos (conocidas también como VSLA por sus siglas en inglés), que tienen de 20 a 30 miembros y ponen en común sus ahorros con los que crean un fondo para préstamos (Nierenberg, 2013).

Estas áreas de programas se vinculan con otros capítulos del Programa 21, como la planificación y la ordenación integradas de los recursos de tierra (Capítulo 10), la conservación de la diversidad biológica (Capítulo15), o los recursos de agua dulce (Capítulo18). De hecho, como ya hemos señalado, los grandes retos a los que se enfrenta hoy la humanidad están vinculados a la problemática del desarrollo rural. Pensemos, por ejemplo, en el problema que plantea el rápido y desordenado crecimiento de las ciudades. Este estallido urbano, que no ha ido acompañado del correspondiente crecimiento de infraestructuras, servicios y viviendas, constituye un reto sin precedentes para la sociedad del siglo XXI (Hayden, 2008) y no será posible lograr un mundo sostenible sin ciudades más sostenibles (ver Urbanización y Sostenibilidad). Pero es preciso comprender que un futuro sostenible para las ciudades y, en definitiva, para nuestra especie, depende del logro de condiciones de vida adecuadas para el mundo rural que evite su dramática migración hacia la marginación de las megaciudades (ver Reducción de la pobreza).

De hecho, se sabe que las zonas rurales prósperas contribuyen a disminuir la migración a las ciudades. Investigaciones llevadas a cabo en Brasil han puesto de manifiesto que el coste de mantener a personas en suburbios excede lo que costaría establecer a los campesinos sin tierra en tierras baldías. Como resultado, algunos grupos urbanos que viven en la miseria se unieron a los agricultores, sindicatos y ecologistas para apoyar el Movimiento de los Trabajadores sin Tierra, que persigue acabar con el crecimiento de los suburbios en las grandes ciudades (Halweil, 2002).

¿Y qué decir del crecimiento de la población mundial, que ha superado ampliamente la capacidad de carga del planeta? Como ya señalaba hace más de un cuarto de siglo la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo (1988), en muchas partes del mundo, la población crece según tasas que los recursos ambientales disponibles no pueden sostener, tasas que están sobrepasando todas las expectativas razonables de mejora en materia de vivienda, atención médica, seguridad alimentaria o suministro de energía (ver Crecimiento demográfico y Sostenibilidad). Ese crecimiento se está produciendo hoy, fundamentalmente, en las zonas rurales, es decir, en las regiones con menor capacidad para garantizar la salud, la estabilidad y la prosperidad de la población (Sachs, 2008), debido a la falta de educación y de libre acceso a las medidas de planificación familiar. Es precisamente en el medio rural donde suelen ser más efectivos los fundamentalismos religiosos que exigen asociar sexualidad exclusivamente a procreación e imponen barreras educativas y legislativas que impiden una vida afectiva y sexual satisfactoria y una maternidad y paternidad responsables. De nuevo hemos de afirmar que sin desarrollo rural y, muy en particular, sin un fuerte impulso de la educación, será imposible resolver el problema de la explosión demográfica y, consecuentemente, de la Sostenibilidad de nuestra especie.

Podría pensarse, por el contrario, que el problema de un Consumo responsable que limite el insostenible sobreconsumo de recursos que está teniendo lugar desde hace escasas generaciones, tiene poco que ver con el desarrollo rural. Y es cierto que, como se señaló en la Cumbre de Johannesburgo, en 2002, el 15% de la población mundial que vive en los países de altos ingresos es responsable del 56% del consumo total del mundo, mientras que el 40% más pobre, en los países de bajos ingresos, es responsable solamente del 11% del consumo. Más aún, el consumo de productos básicos, necesarios para cubrir las necesidades alimenticias, sanitarias, etc., de la población, es absolutamente insuficiente en muchas zonas rurales y está descendiendo: el consumo del hogar africano medio, por ejemplo, es hoy un 20% inferior al de hace 25 años. Sin embargo, el logro de un consumo sostenible del conjunto de la población mundial tiene mucho que ver con un desarrollo rural que cree condiciones de vida aceptables, evitando la despoblación sistemática del campo, y que ponga en cuestión el modelo alimentario, al que ya hemos hecho referencia, que se ha generalizado en los países “desarrollados”, que pone en peligro la soberanía alimentaria de los pueblos y al conjunto de la población mundial (Bovet et al., 2008).

Conviene señalar que el concepto de soberanía alimentaria tiene un origen reciente. Fue introducido por el movimiento internacional Vía Campesina, que reúne desde 1992 a organizaciones de todo el mundo que luchan por el derecho a la Tierra, y se define como el derecho de los pueblos a definir sus políticas agropecuarias y de producir alimentos a nivel local. La Soberanía Alimentaria da prioridad a las economías y los mercados locales y nacionales y otorga el poder de la gestión de los recursos a los campesinos y agricultores familiares, incluyendo también la pesca artesanal y el pastoreo tradicional. Se pretende así organizar la producción alimentaria, la distribución y el consumo en una perspectiva Sostenibilidad medioambiental, social y económica de los pueblos.

Para contribuir a hacer frente a comportamientos y prácticas insostenibles se introdujo en Río 92 el concepto de ADRS (Agricultura y Desarrollo Rural Sostenibles), definido por la FAO como un proceso que cumple estos criterios (http://www.fao.org/wssd/sard/faodefin_es.htm):

  • Garantiza que los requerimientos nutricionales básicos de las generaciones presentes y futuras (dieta sostenible) sean atendidos cualitativa y cuantitativamente, al tiempo que provee una serie de productos agrícolas.
  • Ofrece empleo estable y sostenible, con ingresos suficientes y condiciones de vida y de trabajo decentes para todos aquellos involucrados en la producción agrícola.
  • Mantiene y, allí donde sea posible, aumenta la capacidad productiva de la base de los recursos naturales como un todo y la capacidad regenerativa de los recursos renovables, sin romper los ciclos ecológicos básicos y los equilibrios naturales, ni destruir las características socioculturales de las comunidades rurales.
  • Reduce la vulnerabilidad del sector agrícola frente a factores naturales y socioeconómicos adversos y otros riesgos, y refuerza la autoconfianza.

El logro de estos objetivos no es una tarea sencilla y precisa una Nueva Cultura Rural.

Hacia una Nueva Cultura Rural para la transición hacia la Sostenibilidad

El fundamento de la Nueva Cultura Rural puede resumirse en este “decálogo”:

  1. Hacer posible el protagonismo del mundo rural y valorar su papel en la conservación de la Naturaleza.
  2. Fomentar una economía multifuncional como medio para fijar población.
  3. Conservar y transmitir lo que tiene de valioso su tradición oral y empírica.
  4. Adecuarse a los nuevos modelos de gobernanza y gestión patrimonial y económica.
  5. Crear una cultura de consumo local.
  6. Abrir el debate sobre la definición de una Nueva Cultura ante los cambios y transformaciones del mundo rural y los desafíos del cambio climático.
  7. Estudiar estrategias para asimilar a los nuevos pobladores dentro de un contexto identitario y coherente.
  8. Propiciar recursos formativos y de gestión para una economía sostenible.
  9. Trasladar los valores y la importancia del mundo rural a la sociedad urbana.
  10. El futuro está en el campo.

Habría que añadir la necesidad de invertir en el desarrollo de formas de organización y tecnologías agrarias sostenibles, como las prácticas agroforestales, que contribuyan a acabar con el hambre y las desigualdades en el planeta protegiendo la biodiversidad. A ello responden los movimientos de Agricultores climáticos, Agricultura agroecológica, Alternativas Biológicas, Agricultura Social y Sostenible, etc., que persiguen la Sostenibilidad de los sistemas agrícolas y que se concretan en iniciativas como ARCO (Agricultura de Responsabilidad Compartida entre agricultores y consumidores) para desarrollar una agricultura y alimentación de calidad, estableciendo sistemas de reparto de riesgos y beneficios acordes con valores solidarios, creando canales cortos de comercialización, etc. Y a ello responden igualmente las “ecoaldeas” (que constituyen una alternativa de organización, tanto urbana como rural, de asentamientos a escala humana) o el desarrollo de nuevas tecnologías en las zonas de secano, zonas áridas sin riego, donde habita una gran parte del hambre del planeta, tecnologías que contribuyan a contener la erosión, aumentar la fertilidad y la capacidad de retención del agua del suelo, etc., que deben estar presentes en los programas de desarrollo rural.

Con el objetivo de proporcionar fondos y movilizar recursos adicionales, Naciones Unidas impulsó la creación del IFAD (International Fund for Agricultural Development), una agencia especializada para programas diseñados para promocionar el progreso económico de los habitantes pobres de zonas rurales, mejorando la productividad agrícola. El objetivo central del FIDA es combatir el hambre y la pobreza rurales en los países en desarrollo a través de la mejora de la producción alimentaria y de la nutrición. Entre sus objetivos estratégicos podemos señalar:

  • Fomentar una base de recursos naturales y activos económicos para las personas pobres de las zonas rurales, que sea más resistente al cambio climático, la degradación ambiental y la transformación del mercado; las medidas para Frenar el cambio climático y adaptarse al mismo constituyen, pues, una prioridad para un adecuado desarrollo rural.
  • Facilitar su acceso a los servicios que contribuyen a reducir la pobreza, mejorar la nutrición, aumentar los ingresos y reforzar la resistencia en un entorno en evolución.
  • Lograr que las mujeres y los hombres pobres de las zonas rurales y sus organizaciones sean capaces de gestionar empresas agrícolas y no agrícolas rentables, sostenibles y resistentes o que puedan sacar provecho de las oportunidades de empleo digno que se presenten.
  • Promover que sean capaces de influir en las políticas y las instituciones que afectan a sus medios de vida, y propiciar entornos institucionales y normativos favorables a fin de fomentar la producción agrícola y las diversas actividades no agrícolas conexas.

Podemos referirnos, a título de ejemplo, a los sistemas de labranza cero o mínima (para romper estratos endurecidos sin remover la tierra), también conocidos como de siembra directa. Con ello se logra evitar el descenso de la productividad de los suelos que se produce debido a la pérdida de materia orgánica causada por el laboreo excesivo del suelo. Al arar el suelo, tiene lugar una modificación de su atmósfera interior al ingresar O2 de la atmósfera externa, lo que aumenta los procesos de oxidación de la materia orgánica y libera CO2 a la atmósfera. Por ello, aun cuando el arado de los suelos permite mayores producciones que la siembra directa en el corto plazo, la materia orgánica disponible va disminuyendo con lo que se reduce la producción vegetal. Además, esta disminución de la materia orgánica provoca pérdida de la permeabilidad y del aireamiento y aumento de la erosión del suelo. La labranza cero resulta por ello una buena respuesta a la erosión en suelos particularmente expuestos a la misma, especialmente los suelos arenosos, que sufren habitualmente erosión por el viento. También se benefician de esta técnica los suelos con fuertes pendientes, que suelen sufrir erosión por el agua superficial.

Podemos mencionar también la Forestería Análoga, una herramienta de restauración ecológica basada en la cooperación con pequeños agricultores y comunidades indígenas para mantener y restaurar sus bosques y, a la vez, mejorar sus ingresos y sustento. Utiliza para ello los bosques naturales como guías para crear paisajes ecológicamente estables y socioeconómicamente productivos, minimizando la aplicación de insumos externos, tales como agroquímicos y combustibles fósiles, y fomentando en su lugar las funciones ecológicas para aumentar la resiliencia y la productividad.

Otro ejemplo reciente, pero que se está desarrollando con fuerza, es el de los Bancosde Conservación de la Naturaleza o Bancos de Hábitat, concebidos como herramientas de conservación por las que quienes mejoran el medio natural reciben compensaciones económicas. Ello permite que las acciones de mejora y conservación de la biodiversidad, que hasta ahora no tenían retorno económico, puedan convertirse en rentables. Se trata, pues, de un cambio de paradigma a través del cual se favorece la inversión de los propietarios rurales en la conservación ambiental como actividad económica rentable. Nierenberg (2013) nos recuerda a este respecto que algunas organizaciones como la Rainforest Alliance están compensando a millones de agricultores en todo el mundo por los servicios ecosistémicos que proporcionan sus tierras.

Mencionaremos, por último, la iniciativa Landscapes for People, Food and Nature (LPFN) que en marzo de 2012 reunió en Nairobi a agricultores, responsables políticos, empresas alimentarias, instituciones conservacionistas y organizaciones sociales en el primero de una serie de encuentros para desarrollar una estrategia a largo plazo para extender y apoyar las soluciones agroecológicas. LPFN está documentando en todo el mundo buenas prácticas que apoyan una gestión sostenible de las tierras (Nierenberg, 2013).

La institución por la ONU de 2014 como Año Internacional de la Agricultura Familiar (AIAF), coordinado por el Foro Rural Mundial (FRM), es otra iniciativa destacable que pretende aumentar la visibilidad de la agricultura familiar y a pequeña escala (a la que se dedican más de mil quinientos millones de personas en el mundo), relacionadas con diferentes ámbitos del desarrollo rural, con un importante papel socioeconómico, ambiental y cultural y en particular en la lucha por la erradicación del hambre, la pobreza, la seguridad alimentaria y la nutrición, para mejorar los medios de vida, la gestión de los recursos naturales, la protección del medio ambiente, el logro del Desarrollo Sostenible, muy en particular en zonas rurales (http://www.fao.org/family-farming-2014/home/what-is-family-farming/es/).

Según el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), el AIAF es una oportunidad única (http://www.ifad.org/events/iyff/IYFF_s.pdf) para allanar el camino hacia la adopción de enfoques de desarrollo agrícola y rural más integradores y sostenibles que:

  • Reconozcan la importancia de los agricultores familiares y los pequeños productores, para alcanzar un Desarrollo Sostenible
  • Sitúen a la agricultura en pequeña escala en el centro de las políticas agrícolas, ambientales y sociales a nivel nacional, regional y mundial
  • Realcen la función de los pequeños agricultores como promotores de la mitigación de la pobreza rural y de la seguridad alimentaria para todos, como guardianes encargados de la gestión y protección de los recursos naturales e impulsores del Desarrollo Sostenible.

Todas estas propuestas e iniciativas en marcha requieren la participación, la cooperación, y muy en particular el protagonismo de las mujeres. En los países en desarrollo ellas son las que atienden la mayor parte de las zonas rurales, plantan las semillas, protegen los cultivos, recogen el agua, recolectan y cocinan. Un papel que aumenta a medida que los hombres emigran a las ciudades. Casi el 40% de los hogares en las zonas rurales de la India, por ejemplo, son conducidos por mujeres (Halweil, 2002), sin embargo los programas de desarrollo rural las suelen ignorar. Las mujeres poseen solo el 2% de la tierra del planeta y no tiene capacidad de gestión, los servicios y los créditos se suelen dirigir a los hombres. Y no son las mujeres las únicas marginadas: en la mayoría de países una minoría posee las tierras de cultivo y decide sobre cómo usarlas. Se requiere, por tanto acabar con las desigualdades, que no paran de crecer, también en esta materia (ver Reducción de la pobreza). La participación de los habitantes de las zonas rurales en la investigación agraria puede suponer el éxito o el fracaso en la reducción del hambre y el logro de la soberanía alimentaria. Es necesario fomentar la capacidad de los habitantes de las zonas rurales de innovar, experimentar, comprender su entorno, para incentivar el desarrollo rural y contribuir a la construcción de un futuro sostenible. De ahí la importancia de los llamados servicios de extensión agraria, destinados a proporcionar información a los agricultores y facilitar su formación, sobre todo en los países en desarrollo (Nierenberg, 2013).

Conviene destacar, a este respecto, que el Secretario General de la ONU, Ban Ki-moon, lanzó en agosto de 2012 la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible (http://unsdsn.org/), con el fin, entre otros, de movilizar el conocimiento científico y tecnológico hacia el logro del Desarrollo Sostenible (ver Sostenibilidad). Una nueva red mundial, de carácter independiente, integrada por centros de investigación, universidades e instituciones ciudadanas, dirigida por el profesor Jeffrey Sachs, Asesor Especial del Secretario General de la ONU para los Objetivos de Desarrollo del Milenio, que culminan en 2015. La iniciativa es, precisamente, parte del mandato de la ONU para Beyond 2015 (http://www.beyond2015.org/), es decir, para el establecimiento de unos nuevos y ambiciosos Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). A mediados de 2013, se dispone ya de un avanzado borrador de dichos ODS, propuestos por miembros de la comunidad científica, de la educativa, representantes de la sociedad civil… en el que destaca la importancia dada al Desarrollo Rural: El objetivo 6 (Improve Agriculture Systems and Raise Rural Prosperity) está centrado precisamente en la importancia del desarrollo rural para contribuir a la construcción de un futuro sostenible.

Para terminar, hemos de insistir en que el desarrollo rural ha de ser contribuir al pleno reconocimiento del conjunto de todos los Derechos Humanos a esta parte de la sociedad secularmente discriminada. De hecho, hablar de sociedades sostenibles equivale a hablar de universalización de los Derechos Humanos. La plena universalización de estos derechos, sin discriminaciones de ningún tipo –como las que siguen sufriendo las poblaciones rurales y las mujeres en buena parte del planeta- constituye, más allá de una cuestión de justicia, un requisito de Sostenibilidad para la especie humana (ver Derechos Humanos y Sostenibilidad).

Referencias en este tema “Desarrollo rural y Sostenibilidad”

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NIERENBERG, d. (2013). Agricultura: cultivando alimentos – y soluciones. En Worldwatch Institute, The State of the World 2013: Is Sustainability Still Possible? New York: W.W. Norton. (Versión en castellano con el título “¿Es aún posible lograr la Sostenibilidad?”, editada en Barcelona por Icaria). Capítulo 2.
NELSON, M. K. (2013). Proteger el carácter sagrado de los alimentos indígenas. En Worldwatch Institute, The State of the World 2013: Is Sustainability Still Possible? New York: W.W. Norton. (Versión en castellano con el título “¿Es aún posible lograr la Sostenibilidad?”, editada en Barcelona por Icaria). Capítulo 18
SACHS, J. (2008). Economía para un planeta abarrotado. Barcelona: Debate.
UNESCO (2010). Llegar a los marginados. Informe sobre la Educación para Todos en el Mundo 2009. París: UNESCO. (Accesible en http://www.unesco.org/es/efareport/reports/2010-marginalization/).
VILCHES, A. y GIL, D. (2003). Construyamos un futuro sostenible. Diálogos de supervivencia, Madrid: Cambridge University Press.
WORLDWATCH INSTITUTE (1984-2014). The State of the World. New York, USA: W.W. Norton.

Cita recomendada
VILCHES, A., GIL PÉREZ, D., TOSCANO, J.C. y MACÍAS, O. (2014). «Desarrollo rural y Sostenibilidad» [artículo en línea]. . [Fecha de consulta: dd/mm/aa].
<http://www.formacionib.org/sostenibilidad/sostenibilidad22.html

   

Algunos enlaces de interés en este tema “Desarrollo rural y Sostenibilidad”

Nota: En Internet se encuentra abundante información, fácilmente accesible, acerca de la problemática abordada en este tema. A título de ejemplo, damos los enlaces de una serie de webs de posible interés, advirtiendo, sin embargo, que algunas de ellas pueden dejar de estar accesibles en el enlace proporcionado.

FAO (Organización de Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación)
Cambio Climático (FAO)
Educación para la Población Rural (EPR)
El estado de Inseguridad Alimentaria en el Mundo 2019
Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA)
Informe de UNESCO sobre la Educación 2019
Naciones Unidas: ONU Mujeres, Mujeres Rurales
Pérdidas y desperdicios de alimentos en el mundo (FAO)
Red Rural. Potenciando el futuro
Vuelta al campo (con ordenador y wifi)
Los lastres que todavía cargan las emprendedoras rurales
Proteger las razas de ganado autóctonas también es conservar la biodiversidad
Glifosato, el pesticida que enfrenta a los científicos

Esta web irá incorporando materiales, documentos, enlaces, foros y otras informaciones de interés. Les invitamos a remitir sus aportaciones que serán entregadas al Comité Académico para su valoración.