24 de marzo de 2022
Escena de la película El jorobado de Notre Dame ( Wallace Worsley, 1923) con Lon Chaney en el papel de Quasimodo y Patsy Ruth Miller en el de Esmeralda. Wikimedia Commons /

Raúl Rivas González, Universidad de Salamanca

La cebolla es escarcha

cerrada y pobre:

escarcha de tus días

y de mis noches.

Hambre y cebolla:

hielo negro y escarcha

grande y redonda.

Así comienza el poema “Nanas de la cebolla” compuesto por Miguel Hernández desde la madrileña prisión de Torrijos en 1939. Unos meses antes, el hijo primogénito del poeta había fallecido de una infección estomacal. La abrupta muerte del niño golpeó con saña a Miguel y, desde ese momento, un aroma lastimero y elegíaco asomó ubicuo en sus poemas.

Las enfermedades infecciosas estuvieron presentes en la vida y la obra de Miguel Hernández, persiguiéndole hasta postrarlo en un catre del Reformatorio de Adultos de Alicante. Allí, en 1941, enfermó de tifus y más tarde, de tuberculosis, una patología que destrozó sus pulmones y le causó la muerte.

Desde La Traviata hasta La isla del tesoro

La tuberculosis lleva siglos entre nosotros y ha impregnado todos y cada uno de los rincones de la humanidad, incluidos el arte y la literatura. Especialmente en el siglo XIX, cuando la tuberculosis martilleaba con furia al planeta y recibió el apodo de “la gran plaga blanca”. Por aquel entonces era responsable de una séptima parte de las muertes europeas.

Entre 1851 y 1910, en Inglaterra y Gales, cuatro millones de personas murieron de tuberculosis, entre ellas más de un tercio de la población que tenía edades comprendidas entre los 15 y los 34 años y la mitad de los que estaban entre los 20 y los 24 años. Por esta razón, la tuberculosis fue apodada también como “la ladrona de la juventud”.

Entre las celebridades literarias, las descripciones de la decadencia que provocaba la tuberculosis eran revestidas de eufemismos alegóricos.

John Keats, uno de los principales poetas ingleses del Romanticismo, murió de tuberculosis en 1821 a la edad de 25 años, y justo antes escribió:

“Donde la juventud se vuelve pálida y delgada como un espectro y muere”.

Y Edgar Allan Poe describió a su joven esposa enferma, Virginia Clemm, como “delicada y morbosamente angelical”. Precisamente los padecimientos de Virginia inspiraron su famoso poema de El cuervo.

La niña enferma (Edvard Munch, 1885). Wikimedia Commons / Nasjonalmuseet for kunst, arkitektur og design

Y hay más. Edvard Munch pintó un grupo de seis pinturas tituladas La niña enferma que plasman el momento anterior a la muerte por tuberculosis de su hermana Johanne Sophie. Mimi, en La Boheme de Puccini, y Violetta, en La Traviata de Verdi, sufren tuberculosis. Thomas Mann escribió la novela La montaña mágica después de que su esposa, enferma de tuberculosis, fuera internada en el Sanatorio Wald de Davos. Margarita Gautier, en La dama de las camelias de Alejandro Dumas hijo, es el prototipo de languidez femenina atribuida a la tuberculosis. Y para crear a Quasimodo de la novela Nuestra Señora de París, Víctor Hugo encontró inspiración en la tuberculosis vertebral.

Fiódor Dostoyevski también escribió sobre la tuberculosis en muchas de sus obras. Concretamente, Katerina Ivanovna en Crimen y Castigo, Kirillov en Los endemoniados o Ippolit y Marie en El idiota padecen esta enfermedad. La tuberculosis también golpeó a las hermanas Brontë y fue esencial en la creación de sus obras Jane Eyre, Cumbres Borrascosas y Agnes Grey.

Finalmente, el poeta inglés William Ernest Henley, que de niño padeció tuberculosis y sufrió la amputación de una pierna a consecuencia de la enfermedad, sirvió de inspiración para que su amigo Robert Louis Stevenson creara a Long John Silver, el personaje con pata de palo de la novela La isla del tesoro (1884).

Día Mundial de la Tuberculosis

Por desgracia, la tuberculosis no ha quedado contenida en las páginas de novelas y poemas universales. En los últimos dos siglos la enfermedad ha matado a más personas que la malaria, la viruela, la peste, el cólera, la gripe y el VIH juntos. Consecuencia de ello, cada año, el 24 de marzo conmemoramos el Día Mundial de la Tuberculosis (TB) con el objetivo de aumentar la conciencia pública sobre las devastadoras consecuencias sanitarias, sociales y económicas que acarrea la enfermedad causada por la bacteria Mycobacterium tuberculosis.

La elección del 24 de marzo no es casual, ya que la fecha marca el día, del año 1882, en el que el microbiólogo alemán Robert Koch anunció, en una pequeña sala de la Sociedad de Fisiología de Berlín, que había descubierto al patógeno que causa la enfermedad. El lema escogido este año es “Invirtamos en poner fin a la tuberculosis, salvemos vidas”. No en vano sigue siendo una de las enfermedades infecciosas más letales del mundo.

Desde el año 2000, los esfuerzos globales para combatir la tuberculosis han salvado aproximadamente 66 millones de vidas. A pesar de ello, 10 millones de personas enfermaron de tuberculosis en el año 2020 y cerca de un millón y medio fallecieron a causa de la enfermedad. Se estima que una cuarta parte de la población mundial tiene infección latente con Mycobacterium tuberculosis, de los cuales del 5 a 15 % desarrollan infección activa.

Colonias de Mycobacterium tuberculosis sobre un medio de cultivo. Wikimedia Commons / CDC

La aparición de cepas de tuberculosis multirresistentes y extremadamente resistentes a los medicamentos ha complicado últimamente el control de la enfermedad debido a la necesidad de hospitalización y al empleo de medicamentos más costosos.

Los fármacos de primera elección son la isoniacida, la rifampicina, la piracinamida y el etambutol, que se administran en forma conjunta como tratamiento inicial. En pacientes con tuberculosis multirresistente a fármacos, o que no toleran los medicamentos considerados de primera elección, son utilizados fármacos de segunda elección. Entre ellos la kanamicina, la amikacina, la capreomicina, la etionamida, la cicloserina, el ácido paraaminosalicílico y algunas fluoroquinolonas como la levofloxacina y la moxifloxacina.

En Estados Unidos también se utiliza estreptomicina, ya que las cepas circulantes en el país son sensibles a este antibiótico.

¿Y qué hay de las vacunas? La vacunación con BCG (bacilo Calmette-Guérin) tiene más de cien años de antigüedad y está basada en una cepa atenuada de Mycobacterium bovis. La vacuna es administrada a un porcentaje elevado de niños en el mundo, principalmente en países con alta prevalencia de la enfermedad. La vacuna BCG reduce la incidencia de tuberculosis extratorácica en los niños, en especial de meningitis, y puede prevenir la infección por tuberculosis.

A principios de marzo de 2022, la biofarmacéutica española Biofabri y la india Bharat Biotech anunciaron un acuerdo para desarrollar, fabricar y distribuir la nueva vacuna MTBVAC contra la tuberculosis en más de 70 países del sudeste asiático y del África subsahariana. MTBVAC es una vacuna atenuada preparada a partir de la cepa Mt103 de Mycobacterium tuberculosis (linaje 4: europeo-africano-americano) a la que se le han retirado los genes phoP y fadD26 relacionados con la virulencia de la bacteria.

Sin duda, urge invertir recursos para intensificar la lucha contra la tuberculosis y lograr los compromisos proclamados por los líderes mundiales para acabar con la enfermedad en un futuro cercano.The Conversationhttp://theconversation.com/es/republishing-guidelines —>

Raúl Rivas González, Catedrático de Microbiología, Universidad de Salamanca

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.