24 de febrero de 2019

Adriana Arbeláez Barrero. Colombia.
Macondo, el pueblo imaginario de Cien Años de Soledad y alrededor del cual se teje la trama de la familia Buendía, es el ejemplo preciso para resaltar la importancia que tiene el territorio y la territorialidad en la contextualización aplicada a la enseñanza.

Champollini (2011) afirma que el término territorio tiene doble acepción al hacer referencia a la realidad jurídico administrativa o al hacer referencia al concepto de territorialidad que se ha incluido en el discurso actual de las ciencias sociales y que determina una relación natural entre territorio y territorialidad en cuanto que no permiten una división al ser ambos muestra de un escenario geográfico, prácticas, representaciones y organizaciones de tipo sociopolíticas, que constituyen un sistema cuyas prácticas son interdependientes (Gumuchian, 2001, citado por Champollini).

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En la enseñanza actual de las ciencia sociales, el territorio ha comenzado a considerarse de manera cualitativa aunque con una tendencia aún predominante de factores sociológicos e institucionales (Zabalza, 2010) lo que permitiría comprender su tradicional utilización con una mirada determinista y no relacional. Sin embargo, las nuevas apuestas didácticas refieren la importancia de que sea este territorio y su estudio en un análisis relacional el que propicie una adecuada comprensión del contexto.

Un escritor como García Márquez utiliza el territorio precisamente para lo anterior. Minuciosamente recrea al lector un pueblo imaginario que no dista de la realidad de quien lo lee, pero que al mismo tiempo posibilita la caracterización del mismo permitiéndole al lector enlazar el espacio con el acontecimiento y entender la significancia de los factores y la interdependencia entre territorio y territorialidad en la construcción de un contexto. El acto educativo, especialmente el que compete a las ciencias sociales, requiere de igual forma de dicha interdependencia. En palabras de Freire, dicho acto no puede concebirse sin un sujeto que enseña, sin un sujeto que aprenda y sin un espacio – tiempo en que estas relaciones se dan (1993). Entendido de esta forma, se advierte que enseñar significa también abrir la escuela al entorno en una apuesta a la incorporación del mundo próximo para que sirva de base al conocimiento y a partir de la percepción de las realidades y sus significancias comprender lo que acontece en otras realidades.

El aprendizaje que hace el lector de la obra de García Márquez es comparable con una situación pedagógica al representar Macondo las concepciones y las maneras de ver el mundo, develando en sus líneas la relación de los individuos con el espacio, las prácticas culturales y sociales. Así mismo, en una ilación entramada en un realismo mágico, propicia la relación cultura y espacio.

El aprendizaje relacional exige lograr contextualizar las enseñanzas alrededor de un proceso que involucre entornos, instituciones y colectivos, facilitando acciones a favor del proceso de enseñanza y aprendizaje. En cuanto a los entornos y la contextualización a partir del territorio, se espera que el estudiante reconstruya éste desde su propia perspectiva por medio de didácticas que interactúen a favor de una mayor comprensión de los contenidos enseñados y una interdisciplinariedad de los mismos. Desde las instituciones el contexto se concibe como agente de construcción de escolares al dar identidad a una comunidad educativa que se ve reconocida e incluida a través de un currículo que requiere ser re significado desde su concepción para que supere lo prescrito y trascienda su acción a lo real, transformador y emancipador.

Freire (2003) en El grito manso, menciona que no hay situación educativa que no apunte a objetivos que estén más allá del aula, que no tengan que ver con sus concepciones, maneras de ver el mundo, anhelos, utopías. Igual pasa con Macondo, lo sucedido en este imaginado escenario geográfico traspasa fronteras y posibilita aprendizajes que se plasman en el mundo, anhelo y utopías cual mariposas amarillas.

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