19 de noviembre de 2020

Entrevista de José Antonio López Cerezo a Steve Fuller

Desde los años 70 ha venido consolidándose un nuevo campo de trabajo académico conocido como "estudios sociales de la ciencia y la tecnología" o, simplemente, "ciencia, tecnología y sociedad" (CTS). En CTS se trata de estudiar críticamente las dimensiones sociales de la ciencia y la tecnología, tanto en lo que respecta a los condicionantes sociales del cambio científico-tecnológico como en lo que atañe a los impactos sociales de dicho cambio. El marco de trabajo es de carácter interdisciplinar, y en él concurren disciplinas tradicionales como la filosofía, la sociología, la historia o la economía.

Dentro del panorama internacional de autores CTS, una aportación especialmente destacada se debe a Steve Fuller y su propuesta de una epistemología social. El prof. Fuller ha visitado recientemente la Universidad de Oviedo para pronunciar unas conferencias, y el pasado 10 de noviembre tuvo la amabilidad de conceder la siguiente entrevista en el Departamento de Filosofía a José A. López Cerezo. El texto de la misma ha sido transcrito y traducido, con inevitables modificaciones menores de estilo, por López Cerezo a partir de una grabación magnetofónica.

Pregunta: Una de las características más notables de la ciencia y la tecnología contemporáneas es su gran repercusión social. Pero se trata de un impacto no exento de problemas. Desde los año 60 se ha extendido un sentimiento de temor y desconfianza con respecto a la ciencia-tecnología y su papel en la sociedad actual. ¿Cuál es su opinión sobre esta medrante tecnofobia que recuerda al movimiento ludita de destrucción de las máquinas del siglo pasado? ¿Considera que fenómenos actuales como "Unabomber", el conocido tecnoterrorista norteamericano buscado por el FBI, son fenómenos exóticos y esporádicos o se trata más bien de un pequeño aviso de lo que nos espera?

Respuesta: Creo que se trata de una tendencia real. Si nos centramos en Unabomber por un momento, su manifiesto [publicado bajo amenaza en septiembre pasado por The New York Times y The Washington Post] contiene de hecho muchas de las cuestiones que son abordadas en CTS, y plantea con especial crudeza dos temas: primero, la gran acumulación de críticas de que es objeto la tecnología actual, y que de algún modo pueden encontrarse en el documento; y, segundo, refleja una cierta frustración que acompaña a esa crítica de la tecnología y que parece requerir un cambio social. No tenemos ningún forum para discutir sobre política científica y tecnológica y, por tanto, hay una avalancha de quejas y críticas que no pueden ser adecuadamente canalizadas. De aquí que encontremos a gente como Unabomber, que está a la vez bien informado y muy frustrado. En una sociedad democrática es muy desafortunado no tener un lugar para que se expresen ese tipo de críticas.

P: ¿Puede entenderse el movimiento CTS como una respuesta académica internacional a ese nuevo papel y percepción social de la ciencia desde los años 60? ¿Cuáles han sido las vinculaciones políticas y educativas de tal respuesta académica?

R: En primer lugar, la década de los 60 ha sido muy extraña para los campos académicos en general por la expansión de las universidades. El mundo occidental se vio sacudido por el lanzamiento del Sputnik y la escalada de la guerra fría. La respuesta institucional reportó un beneficio para todas las disciplinas y no sólo para las ciencias naturales, que son el objetivo de personas como Unabomber y otros grupos preocupados por cosas como el medio ambiente, la guerra biológica, etc. Pero de hecho todas las disciplinas académicas se han beneficiado por el papel de la universidad en el complejo militar e industrial desde los años 60. Las humanidades y las ciencias sociales no habrían adquirido su actual grado de desarrollo de no haber sido por ello. Precisamente un fenómeno del que ahora somos testigos, con el declinar de la guerra fría, es la restricción del crecimiento de las universidades. Un país donde es especialmente evidente es los Estados Unidos, aunque también, en gran medida, en otros países occidentales desde hace algunos años. En consecuencia, hay una especie de relación extraña puesto que los investigadores de humanidades y ciencias sociales han sido muy críticos acerca de los usos de las ciencias naturales, pero, curiosamente, no tendrían probablemente los trabajos y puestos académicos que tienen, y con seguridad no tendrían nada que hacer en muchos de los programas de postgrado en los que están incluidos, de no haber sido por la vinculación de la universidad con el complejo militar e industrial. Tradicionalmente, la universidad ha tenido una escala menor, y las materias de humanidades y ciencia sociales, a menos que tuvieran algún tipo de especial de subvención, se restringían a la docencia, a la enseñanza general. Las condiciones sociales que han hecho posible investigar críticamente la ciencia y la tecnología son resultado del mismo tipo de fuerzas que están siendo criticadas. Es difícil que los críticos se den cuenta de esto porque carecemos de una cierta sociología reflexiva. Por esa razón, parte de lo que hago bajo el nombre de "epistemología social" es promover una reflexión sobre el futuro de la universidad, pues estamos en una especie de encrucijada donde la universidad debe cambiar su carácter y adaptarse a los nuevos tiempos.

P: Usted es bien conocido es el movimiento CTS por articular y defender una posición propia que denomina "epistemología social". ¿Puede resumir en pocas líneas su posición?

R: Hay dos formas de responder a esa pregunta. Una es indicando el objetivo, el ideal perseguido. Ese ideal es contribuir a un forum democrático para discutir y decidir cuestiones acerca de la producción y distribución del conocimiento en la sociedad. Estas son cuestiones que ocurren en la vida social pero que difícilmente encuentran un forum para su discusión. Un modo de expresarlo abreviadamente es decir que la epistemología social constituye una extensión de la filosofía política al ámbito del conocimiento. Otro modo de responder a su pregunta es hablando del modo de hacer epistemología social. En gran medida se trata de hacer una historia académica de los estudios sobre ciencia y tecnología, que tradicionalmente han estado polarizados en dos opciones. Por un lado, filósofos y ciertos politólogos han estado orientados primariamente de un modo normativo, es decir, se han interesado en cómo debe producirse y distribuirse el conocimiento. Estos ideales se han articulado además frecuentemente con bastante independencia de cualquier investigación empírica sobre cómo ocurren tales cosas en la sociedad. Por otro lado, más recientemente se ha realizado un gran volumen de investigación, fundamentalmente por parte de sociólogos e historiadores, acerca de cómo se produce y distribuye realmente el conocimiento en la sociedad. Esta investigación es muy informativa pero también con frecuencia deliberadamente muy anti-normativa, en el sentido de que parecen querer mantener su trabajo valorativamente neutral de algún modo extraño. Es más, sociólogos e historiadores actuales parecen pensar que han refutado las orientaciones normativas, cuando, sin embargo, las orientaciones normativas son tan antiguas como la propia ciencia. El epistemólogo social aspira a reconciliar esas dos perspectivas, desarrollando una política del conocimiento informada empíricamente y orientada normativamente (respecto a cosas tales como prioridades de investigación, políticas educativas, etc.).

P: ¿Está de acuerdo con Nico Stehr (Knowledge Societies, 1994) en el importante papel del conocimiento en la actual sociedad postindustrial, en el sentido sugerido de desplazar a tradicionales factores del cambio social como el capital y la fuerza de trabajo?

R: He reseñado recientemente el libro de Stehr para la revista británica Sociology. Tengo ciertos reparos con la tesis de Stehr. No creo que el capital ni otros factores principales vayan a desaparecer. Y creo que las circunstancias en las que se plantea el tema, particularmente cuando se suscita la cuestión del conocimiento desde las tecnologías de la información, de algún modo ejerce una influencia sobre lo que está ocurriendo. Estoy en contra del uso del término "conocimiento" como cortina de humo para lo que es en gran medida una cuestión de recursos políticos y económicos. La idea de una sociedad del conocimiento a la que se refieren Daniel Bell, Raymond Aron y autores por el estilo, está básicamente relacionada con la preocupación por la transformación de las sociedades democráticas en sociedades gobernadas por expertos. El conocimiento siempre fue muy importante, y no sólo desde la Segunda Guerra Mundial, aunque no es enfatizado hoy del mismo modo que en el pasado. Hoy sabemos que los poseedores de la propiedad no coinciden necesariamente con los gestores de la propiedad, es una separación que tiene lugar en el pasado del capitalismo. Creo que la tesis de la "sociedad del conocimiento" es sintomática de esa separación, y debería ser entendida en términos de la misma. La epistemología social trata de hacer un uso creíble del término "conocimiento", no de aplicarlo a cualquier cosa.

P: Los autores marxistas fueron, al parecer, apartados deliberadamente del proceso de institucionalización del movimiento CTS, especialmente en los orígenes académicos del mismo en el Reino Unido, omitiendo autores tan importantes como J.D. Bernal, J. Ravetz y otros. ¿Cuál cree usted que es el motivo de esa exclusión y cuál es su valoración de la misma?

R: Es cierto, creo que se trata de un hecho muy desafortunado. Ante todo porque los autores marxistas no se limitan a una particular teoría en economía política sino que ofrecen una visión global de la ciencia en contexto social, algo que se echa de menos en los desarrollos CTS actuales. Pero también porque el marxismo es un orientación muy poderosa como narrativa global, y, aunque vivimos en tiempos postmodernos y no se supone que debamos abrazar grandes narrativas, lo que falta en los estudios CTS es una historia general alternativa sobre el papel de la ciencia en sociedad, una historia que el marxismo trata de ofrecer con éxito o sin él. Otro aspecto positivo del marxismo, que de nuevo es omitido por autores contemporáneos, es que muchos de los pensadores marxistas que reflexionan sobre la ciencia, como por ejemplo Bernal, son científicos profesionales. Si el movimiento CTS ha de tener éxito entonces debe integrar de algún modo a la comunidad científica, y eso todavía no ha sucedido. Los pensadores marxistas, como científicos profesionales, estaban preocupados por el cambiante papel de la ciencia en la sociedad, querían participar en la reconceptualización social de la ciencia. Dado que la exclusión del marxismo en el movimiento CTS no ha sido sustituida en este campo, entonces ¿por qué se produce entonces esa exclusión? Creo que se debe fundamentalmente a dos motivos. Uno de ellos es que, mientras CTS se hace un campo más empírico y orientado al estudio de casos, la tendencia no es sólo anti-normativa sino también anti-teórica. Hay una expresión metodológica que usan muchos sociólogos de la ciencia al explicar cómo introducen la teoría en su trabajo y sus estudios de laboratorio, se trata de la expresión "teoría fundamentada" [grounded theory]: consiste en no introducir ningún elemento teórico que no introduzcan los propios actores estudiados. El significado de esta actitud es la descalificación del marxismo como una teoría no fundamentada por introducir elementos como "falsa conciencia", "infraestructura", y todas esas entidades teóricas que presuponen que hay un reino de realidad social que trasciende a la consciencia de los agentes individuales. Muchos de los estudios recientes en ciencias sociales niegan precisamente esa trascendencia. La otra razón que explica la exclusión del marxismo en CTS es la profesionalización de este campo de trabajo. Los estudios CTS, para bien o para mal, han demostrado una gran preocupación por su imagen dentro del mundo académico. Existe una tendencia a la consolidación disciplinar que requiere, entre otras cosas, separar la actividad académica del compromiso político. Y el marxismo, ante todo, es una forma de orientación política que cubre una gran variedad de campos. En CTS se ha tratado de evitar esa asociación política como parte del proceso de profesionalización.

P: C.P. Snow, en su famosa conferencia Rede de 1959, señaló la existencia de dos culturas separadas por una abismo de incomprensión mutua, las culturas humanística y científico-técnica. ¿Cree usted que el movimiento CTS está realmente contribuyendo a mejorar la comunicación entre las dos culturas señaladas por C.P. Snow, o más bien refuerza esa separación con su tendencia a la consolidación disciplinar?

R: Creo que esa es una cuestión que debe ser abordada con determinación. Históricamente hablando, la mayoría de los programas CTS, especialmente en EE.UU. y el Reino Unido, se originaron como cursos de educación general en carreras de ciencias, bien como estudios no científicos de la ciencia o bien como estudios sobre las cuestiones sociales que deben afrontar los científicos al acceder a puestos de responsabilidad. Este último sentido es el que coincide con la idea de C.P. Snow de acercar las dos culturas, pues él pensaba básicamente en socializar a los científicos. De este modo, cuando Harold Wilson accedió al poder en 1963, citó literalmente la conferencia de Snow y una de las consecuencias de las iniciativas educativas de Wilson fue la financiación de lo que sería el primer programa CTS de la Science Studies Union a finales de los años 60. Las cosas, sin embargo, han cambiado desde entonces. Los programas CTS ya no adoptan la forma de cursos complementarios en departamentos de ciencias sino que han accedido a la categoría de departamentos propios en secciones de humanidades y ciencias sociales, departamentos que desarrollan sus propias materias y, en ocasiones, deben competir por espacio en las diferentes disciplinas. En este sentido, no se ha contribuido demasiado a fomentar la conciencia crítica de los científicos, al menos no tanto como quizá hubiese sido posible. Si a esto añadimos que las ciencias naturales están sufriendo una reducción por razones presupuestarias, podemos entender el recelo con el que es recibida la investigación CTS por parte de los propios científicos.

P: ¿Constituye la ciencia una forma de retórica, una forma sofisticada de hacer política?

R: Sí, aunque hay que matizar lo que se entienda por "retórica". Por ser la institución más poderosa en la sociedad, la ciencia es también una institución de acceso privilegiado. Incluso los que trabajan en la universidad raramente siguen lo que ocurre en las grandes instalaciones y laboratorios. En general, se asume que lo que ocurre en los grandes laboratorios tiene algún tipo de conexión con las tecnologías industriales, médicas, etc., que se aceptan a nivel personal como productos de la ciencia. Esta suposición hace a la ciencia muy poderosa. Pero muy poca gente ha tenido la oportunidad de observar tal conexión. Por tanto, la pregunta es por qué creemos en ella, por qué creemos en esa historia. Cuando debe darse cuenta de creencias generales mantenidas por personas que no tienen un contacto directo con el objeto de su creencia, considero que la retórica desempeña un papel muy importante. El modo en que los científicos hablan y escriben acerca de sus actividades, hacen que el oyente o el lector se sienta testigo de lo que está pasando —se trata de la idea de Steven Shapin de "testimonio virtual". Hacen que el lector "vea" cómo se realizan observaciones, se confirman hipótesis, se ponen a prueba teorías, etc. Y estas cosas se presentan de modo que el lector perciba que se trata de un proceso lógico, aunque no puedan ver qué es lo que ocurre realmente. La retórica, en cierto sentido, consiste en estos recursos didácticos. Pero esto, a su vez, refuerza el modo en que mucha gente habla del método científico. No importa cuál sea tu campo de dedicación, incluso si no entras en el laboratorio y no participas de la ciencia en acción, a pesar de ello hablas de lo que es la ciencia: una forma maravillosa de racionalidad, se dice, que tiene ciertos pasos invariables, que conduce a descubrimientos, etc. Se trata de una imagen que después es incluso utilizada como forma paradigmática de racionalidad, como puede verse por ejemplo en el diseño de los primeros tests de inteligencia. Estas son formas de retórica que refuerzan la creencia general de que la ciencia es una institución muy importante, quizá la más importante, de la sociedad moderna. Este es el modo en que la ciencia se reproduce continuamente a través de la retórica. Con todo, desde mi punto de vista político, normativo, hay otra respuesta para la pregunta por la ciencia como forma de retórica. Considero que la dimensión retórica de la ciencia también está vinculada a su dimensión normativa. Los filósofos ha elaborado normas para la ciencia, normas sobre cómo debe reproducirse el conocimiento. Han propuesto reglas de racionalidad como el principio de falsación de Popper, el método hipotético-deductivo, diversas lógicas inductivas, etc. En general, estas normas han sido elaboradas sin prestar atención a las realidades y posibilidades de los individuos. Aquellos que han de ser gobernados por estas normas no han sido consultados. Sin embargo, en otros campos de la filosofía centrados en normas, como la filosofía política, cuando se habla acerca de qué causa el cumplimiento de una norma, un criterio usado con frecuencia es la idea de contar con el consentimiento de sujeto gobernado: los que van a ser gobernados por esas normas han de estar de acuerdo con ellas. No es una condición suficiente pero sí necesaria. No estamos en la misma situación con respecto a las normas de la ciencia. Esto es precisamente lo que recomienda la epistemología social: trasladar ese aspecto de la filosofía política al dominio de la ciencia. Pero también se trata de un objetivo que tiene un importante componente retórico, pues el filósofo o el epistemólogo social deben presentar cierta clase de normas y decir "aquí tienes normas cuyo cumplimiento está en tu propio interés de producir conocimiento". Y realizar esta clase de argumento persuasivo es hacer retórica.

P: La participación pública en política científica y tecnológica es una motivación central de su epistemología social. Esa participación parece ganar terreno dentro de los países industrializados por una cuestión de búsqueda de legitimidad política. El problema es que sigue entendiéndose como un obstáculo, si bien políticamente necesario, a la eficacia técnica. Es decir, como una necesaria interferencia externa en algo que funcionaría mejor abandonado a sí mismo: la búsqueda de la verdad y el control. ¿Considera adecuada esa dicotomía eficacia técnica versus interferencia externa? ¿No cree que la opinión pública o el conocimiento popular pueden realizar algún tipo de aportación valiosa para mejorar esa eficacia técnica?

R: Estoy de acuerdo. Hay incluso algunos precedentes en democracias occidentales. Por ejemplo en Suecia. Cuando en este país debe tener lugar alguna votación parlamentaria sobre cuestiones relacionadas con la ciencia y la tecnología, las autoridades son conscientes del impacto público del resultado de esas votaciones, por ejemplo acerca de la energía nuclear o la comercialización de algún producto tecnológico. Está claro que el público tiene interés en estas cuestiones, pero también está claro que tiene poca información sobre las mismas. Ante este problema, más que acudir simplemente a los expertos para que tomen una decisión, en Suecia, con algunas semanas de antelación a la fecha de la votación parlamentaria, se promueve la publicación en periódicos de numerosos artículos de posicionamiento sobre el tema en cuestión, y el público es invitado a responder de formas diversas, o bien escribiendo cartas al director o poniéndose en contacto con el representante parlamentario local. De modo que existe un período previo en el que se provee un gran volumen de información sobre un asunto y en el que cualquiera puede manifestar su opinión. Así, hay un modo de integrar al público en política científica y tecnológica dentro de un proceso democrático. En los Países Bajos existe otra forma de conseguir tal integración que además proporciona muchos empleos para especialistas CTS. El gobierno mismo ha promovido la implicación de CTS en ese proceso, de forma que en los Países Bajos todas las universidades principales cuentan con un programa CTS. Lo que se hace es elaborar encuestas para recoger la opinión de personas cuya voz no sería escuchada de otro modo. Se trata de involucrar activamente a la opinión pública sobre cuestiones como la energía nuclear, de acumular un cuerpo de opinión pública que puede ser movilizado por la legislatura en los momentos de toma de decisiones. El público se convierte así en algo que debe ser tenido en cuenta, ya que no puede decirse aquello de "no se sabe qué piensa la gente, el público no tiene opinión". La receta es bien simple: limítate a preguntar. En los Países Bajos han acumulado ese cuerpo de opinión pública que puede informar al legislador en los momentos apropiados. Este es otro modo en el que el público puede ser involucrado en la gestión del cambio científico-tecnológico. Hay otra forma que me gustaría mencionar, y que tiene que ver con la justificación del estudio de las ciencias en las escuelas. Mucha gente piensa en la enseñanza de las ciencias como algo útil para formar científicos, para producir premios Nóbel y cosas por el estilo. Pero otro uso de la enseñanza de las ciencias es hacer consciente a los estudiantes del modo tan diferente en el que el científico piensa acerca de las cosas, tan diferente con respecto al ciudadano corriente. Y ésta es una lección muy importante. Debemos ser conscientes de que cuando el experto es consultado sobre cosas como la seguridad nuclear o la seguridad de fármacos, está con frecuencia respondiendo a una pregunta muy diferente a la formulada. Los políticos desean que los científicos aborden toda clase de problemas, y el impulso natural de los científicos es convertir esos problemas en algo que sea manejable por ellos. El público, y los políticos, deben tener conciencia del modo tan diferente en que los científicos ven las cosas.

P: La filosofía, y en particular la filosofía de la ciencia, tiene una contribución importante con respecto a los orígenes y consolidación del movimiento CTS. No obstante, en CTS se ha argumentado con frecuencia que la filosofía es más una lacra que una ayuda para la profesionalización del estudio de la ciencia y la tecnología en contexto social. La importancia de los autores que se han sumado a esta crítica constituye un importante desafío para el papel de la filosofía en CTS. En España, además, existe una particular sensibilidad al respecto por los vínculos que unen CTS a los departamentos de filosofía. En su opinión, ¿cuál debería ser el papel de la filosofía en un estudio crítico y contextualizado de la ciencia y la tecnología, es decir, dentro del movimiento CTS?

R: Creo que el problema de la filosofía en CTS está especialmente relacionado con el carácter puramente empírico que tiene gran parte del trabajo en CTS, un carácter que está a su vez relacionado con las necesidades de profesionalización. Personalmente considero que una de las aportaciones valiosas que puede hacer la filosofía a CTS es prevenir una profesionalización corta de miras, que impida plantear cuestiones sociales de gran calado. En tanto que la filosofía se interesa por los grandes problemas sociales, se vincula consecuentemente a preocupaciones políticas generales. Y estas cuestiones necesitan ser planteadas en CTS. Para mí, una situación ideal para realizar CTS sería un contexto donde esté presente la filosofía política, donde las cuestiones relativas a la legitimación de afirmaciones de conocimiento sean cuestiones respecto a quién está autorizado para hablar bajo ciertas circunstancias. Este es el contexto donde debería desarrollarse el trabajo CTS. La filosofía, en mi opinión, es el marco donde se plantean con naturalidad tales cuestiones. Es más, la filosofía contribuye también a ampliar el horizonte académico en CTS. Hay una cierta tendencia en CTS a pensar que las ciencias naturales son las únicas disciplinas que cuentan. Ahora bien, aunque es cierto que las ciencias naturales son muy importantes histórica y políticamente, también debemos atender la producción de conocimiento en humanidades y ciencias sociales. Y aquí considero que el contexto apropiado para la reflexión lo ofrece la más amplia perspectiva de la filosofía acerca de la naturaleza del conocimiento.

P: En una famosa polémica con Juan Ilerbaig en las páginas de Science, Technology, and Society, a principios de los 90, reconocía la existencia de dos corrientes dentro del movimiento CTS y las bautizaba irónicamente como "alta iglesia" y "baja iglesia". La alta iglesia, con su punto de origen en el libro de Kuhn de 1962 (La Estructura de las Revoluciones Científicas), estaría formada principalmente por especialistas en ciencias sociales y tendría una mayor raigambre académica. Mientras que la baja iglesia, que se origina en las protestas contra la intervención norteamericana en la guerra de Vietnam, estaría integrada por autores más interesados por la educación o la política y tendría un mayor compromiso activista. ¿Cree que existen posibilidades realistas de superar esa división sociológica entre las dos iglesias?

R: En mi opinión, el modo de superar esa división entre iglesias es conceptualizar CTS no como una disciplina académica sino como algo más cercano a una profesión liberal. Como una actividad que siga el modelo de, por ejemplo, el derecho o la medicina. Estos son campos de dedicación que no son exclusivamente académicos, que no se limitan a la búsqueda del conocimiento por el conocimiento, sino que tienen más bien un compromiso público muy fuerte. El negocio, no obstante, no es tan sencillo como parece. Con frecuencia, la credibilidad que alguien tiene en la esfera pública, por ejemplo un médico o un abogado, procede de que cuenta con una base de conocimiento académico, o, al menos, dispone de conocimiento especializado. Sin embargo, creo que si se puede solventar este problema de identidad profesional sin necesidad de recurrir a disciplinas académicas tradicionales, entonces dispondremos de un modo de reconciliar las dos iglesias. Por el momento, cuando se identifica la mejor CTS con una disciplina académica, realmente se eliminan por completo los aspectos políticos y el activismo. Con todo, soy razonablemente optimista sobre ese posible nuevo status de CTS porque creo que la naturaleza misma de la universidad va a cambiar pronto, y va a dejar atrás la tradicional búsqueda académica del conocimiento por el conocimiento mismo.

P: Su trabajo reciente se centra en el multiculturalismo y la educación de la ciencia, y analiza el caso de la recepción por Japón de la ciencia occidental en el tránsito del siglo XIX al XX. ¿Qué nos enseña el caso japonés acerca de la naturaleza de la ciencia?

R: Ante todo, es importante observar que el llamado "milagro japonés", del que hablamos como algo que sigue a la Segunda Guerra Mundial, tiene de hecho su origen mucho antes. En efecto, el período que media entre 1869 y 1904 es el de más intensa transformación social y cultural de Japón. En ese breve período de tiempo, los japoneses se las arreglan para seleccionar y asimilar los aspectos apropiados de la ciencia occidental, unos aspectos que en Occidente mismo se consideraban como no asimilables por aquellos que no compartían sus valores culturales. Esta es la cuestión. A pesar de que la ciencia ha sido tradicionalmente considerada como un producto del desarrollo de la historia occidental, una y otra vez Occidente se ha visto sorprendido por la capacidad de los no occidentales para apropiarse de esa ciencia. No es necesario, por tanto, compartir los valores occidentales para ser capaces de usar técnicamente la ciencia. Creo que ésta es una lección muy importante. Una forma de acabar con el etnocentrismo de la ciencia occidental, y especialmente el etnocentrismo de aquellos que promueven la ciencia occidental, es aprender la lección de Japón. Este país se convierte muy rápidamente en una gran potencia pero sin abrazar los valores culturales occidentales. Es más, precisamente por no abrazar esos valores culturales, ciertos aspectos de la ciencia resultaron más fáciles de asimilar que en Occidente. Tan pronto como Japón comienza a destacar a principios del siglo XX, podemos encontrar a personas en Gran Bretaña y Alemania que exclaman "estos japoneses tienen una proporción mayor a la nuestra de estudiantes de ciencia, de estudiantes dedicados a la mejora de su sociedad". Cierto, porque todavía existía una resistencia cultural en los países occidentales al estudio de la ciencia natural, una resistencia que se debía a la asociación de la ciencia con la industria y al hecho de no constituir la ciencia una tradicional materia liberal. En Japón, dado que no cuentan con una tradición de estudios liberales, la cosa era mucho más sencilla. La lección de Japón puede servirnos para separar los elementos etnocéntricos de nuestro compromiso con la ciencia.

Filósofo de formación, y norteamericano de nacimiento, el profesor Fuller es actualmente catedrático de sociología en la Universidad británica de Durham. Entre sus numerosas publicaciones, cuenta con los libros Social Epistemology (1988), Philosophy of Science and its Discontents (1989) y Philosophy, Rhetoric, and the End of Knowledge (1993). Es además editor de la revista Social Epistemology y el boletín de la Sociedad para los Estudios Sociales de la Ciencia Technoscience.

José A. López Cerezo es Catedrático de filosofía de la ciencia en la Universidad de Oviedo.

Publicación parcial en La Voz de Asturias. "Entre ciencia y sociedad. Entrevista a Steve Fuller", 16 de noviembre de 1995.