21 de mayo de 2021

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Luis Fernando Alguacil Merino, Universidad CEU San Pablo

¿Un adicto es un vicioso o es un enfermo?

Parece que en los últimos años hemos ido interiorizando progresivamente el hecho de que las adicciones son enfermedades.

En gran parte, se debe a la Neurobiología. Esta disciplina ha conseguido establecer relaciones entre determinadas alteraciones neuroquímicas en zonas específicas del cerebro, sobre todo en el denominado “sistema de recompensa cerebral”, y las principales características del comportamiento adictivo. Es decir, las conductas compulsivas y la búsqueda a cualquier precio del objeto de la adicción.

Además, estamos progresando rápidamente en descifrar las analogías y las diferencias biológicas entre distintas adicciones. Desde aquellas provocadas por las drogas hasta las “comportamentales” o “sin sustancia”, como el juego patológico.

Cada día conocemos mejor las variables biológicas (entre ellas las genéticas) que influyen en que la vulnerabilidad a padecer una adicción sea tan variable de unas personas a otras.

Sin embargo, estos avances no han conseguido tratamientos farmacológicos revolucionarios que “curen” las adicciones. Tampoco se han desarrollado técnicas biomédicas suficientemente precisas para optimizar de forma decisiva la prevención, el diagnóstico, el tratamiento o el seguimiento de estas enfermedades.

Es cierto que existen pautas farmacológicas que permiten interrumpir el consumo de algunas drogas (“desintoxicación”) con cierto éxito a corto plazo. Otras son capaces de mantener relativamente controladas algunas drogodependencias a medio o largo plazo. Es el caso de las terapias de “mantenimiento” con metadona en los heroinómanos.

Ahora bien, seguimos sin poder proporcionar una ayuda farmacológica eficaz a aquellos que, estando motivados para superar su adicción, se ven continuamente impulsados a recaer. Otra característica básica y dramática de las adicciones.

Tampoco la genética de las adicciones se revela determinante. No existe un “gen de la adicción”. Ni siquiera un conjunto pequeño de “genes de la adicción”.

La Psicología

Probablemente, la Neurobiología proporcionará nuevas aproximaciones preventivas y terapéuticas de utilidad. Sin embargo, parece evidente que la búsqueda de intervenciones ambiciosas requiere ascender algunos peldaños en el nivel de complejidad con que se aborde el problema de la adicción.

El médico Santiago Ramón y Cajal nos transmitió que podemos ser los escultores de nuestro cerebro. Esto sugiere la interesante posibilidad de remodelar o contrarrestar los cambios patológicos mediante nuestra propia conducta.

En el campo de las adicciones, los psicólogos nos han demostrado que determinadas estrategias terapéuticas, como las de tipo cognitivo-conductual, pueden ser muy útiles. También que factores como la impulsividad desempeñan un papel crucial en el riesgo adictivo.

Aun así, el conocimiento de las características intrínsecas de una persona que resulta de combinar su perfil biológico y psicológico, sigue sin ser capaz de predecir la aparición de un trastorno adictivo con suficiente exactitud. Tampoco proporciona claves inequívocas para el tratamiento personalizado.

La Sociología

Hoy sabemos que todas las enfermedades humanas, entre ellas las psiquiátricas, tienen un cierto componente ambiental.

Por esta razón, se viene haciendo mucho énfasis en el conocimiento de las condiciones y procesos ambientales que afectan a la salud humana. En su conjunto, configuran lo que se conoce como “ambioma”.

Siguiendo esta filosofía se ha definido como “ambiómica psiquiátrica” a la ciencia que estudia el modo en el que el medio ambiente influye sobre la salud mental. No resulta sorprendente que la calidad del aire o el clima influyan sobre la etiopatogenia, la evolución y el curso de las patologías neuropsiquiátricas.

En este contexto, es importante subrayar que, al igual que podemos hacer con nuestro cerebro, también somos capaces de esculpir el medio ambiente en el que vivimos. El éxito (o la desgracia) con que lo hacemos es fruto, en buena medida, de nuestra naturaleza social.

De acuerdo con esto, la citada “ambiómica psiquiátrica” sólo será útil si es capaz de recoger la enorme influencia de las variables sociales y culturales sobre la enfermedad mental.

Es por tanto ineludible tener que subir aún más de nivel y asumir nuestra realidad sociológica. Sólo una perspectiva biopsicosocial integrada resulta convincente para una comprensión adecuada de las adicciones.

El Todo

Aún nos quedan muchos enigmas por resolver. ¿Por qué algunas personas con un perfil biopsicosocial de bajo o nulo riesgo aparente se convierten en adictos, mientras que otras de alto riesgo no lo hacen? ¿Por qué, en un mismo grupo de adictos con una condición biopsicosocial aparentemente homogénea, unos “lo dejan” por sí solos y otros ni siquiera conciben esa posibilidad?

Atendiendo a los argumentos de autores como el filósofo José Luis Cañas, habría que buscar las respuestas en el profundo terreno de los valores: seremos muy vulnerables a las adicciones (tanto de ida como de vuelta) y permaneceremos esclavos de ellas, mientras carezcamos de un sistema de valores que nos rehumanice y proporcione un sentido a nuestra vida.

Esto nos aboca a emprender un viaje sin prejuicios a lo más íntimo de nosotros mismos y de los demás. ¿Quién teme a la naturaleza humana?The Conversationhttp://theconversation.com/es/republishing-guidelines —>

Luis Fernando Alguacil Merino, Catedrático de Farmacología. Director del Instituto de Estudios de las Adicciones IEA-CEU, Universidad CEU San Pablo

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.