29 de abril de 2021

Shutterstock / Drazen Zigic

Juan Moisés de la Serna, Universidad Internacional de Valencia

Casi a diario estamos conociendo nuevos aspectos sobre el SARS-CoV-2 y sus variantes. Tanto en relación a la forma en la que interactúa con las células que infecta como sobre las consecuencias a corto plazo.

Desde hace poco tiempo, se sabe también que va a tener implicaciones a largo plazo. Así, en palabras de Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS, “reconocer la existencia de la covid persistente significa no sólo ver su impacto individual, sino también el social”.

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Pero el covid-19 no solo va a dejar consecuencias entre los contagiados y sus familiares, sino también entre los trabajadores de primera y segunda línea. Es decir, tanto en el personal sanitario, auxiliar y de limpieza, como en las fuerzas y cuerpos de seguridad. Asimismo, lo hará entre el resto de la población que se ve expuesta a las restricciones y confinamientos en función de lo establecido por las autoridades para la reducción del número de contagios.

Ya hay publicaciones que informan de un incremento de las adicciones como consecuencia de la situación de crisis actual. Por ejemplo, en Inglaterra, en una muestra de 691 adultos entre los 35 a 64 años, encontraron un incremento del consumo de alcohol del 17 % después del confinamiento. Esto, a su vez, se asoció con un mayor deterioro en la salud mental y la presencia de sintomatología depresiva.

Una historia repetida

Solemos pensar que esta es una situación única en la historia moderna. Sin embargo, solo hay que observar al continente africano para comprender que no es así. Las pandemias están más presentes de lo que hasta ahora hemos sido conscientes.

Hay un elemento fundamental que distingue a esta situación de las anteriores. Hasta ahora, cuando había una crisis, solía localizarse en una población o país. Mientras tanto, el resto de países mandaban provisión y ayuda para tratar de paliar las dificultades que los ciudadanos vivían.

En cambio, la crisis actual se asimila más a las guerras mundiales, donde todos o casi todos los países, de una forma u otra, se ven involucrados ante la amenaza. En este caso, al contagio, teniendo que sobrevivir por sus propios medios.

¿Qué hemos aprendido?

Al hacer comparaciones de diferentes crisis, nos preguntamos si han servido las anteriores para aprender de ellas. Con relación a la ciencia médica, cabe mencionar que en los contextos difíciles es cuando, precisamente, se han producido grandes avances. Entre ellos, los relacionados con los protocolos y procedimientos o las medidas de prevención y tratamiento.

Un claro ejemplo de ello ha sido el tiempo récord en el que se han desarrollado las vacunas contra el covid-19. Todas ellas están basadas en los avances previos de vacunas para la lucha del VIH y otras pandemias anteriores. ¿Y en el contexto psicológico?

Según explica Paul Valent, superviviente del holocausto, en su último libro, titulado “Stress And Trauma In Pandemic Times”, del cual soy coautor, las crisis anteriores, incluidas las guerras, han permitido comprender la fragilidad de la naturaleza humana.

También han ayudado a reconocer poco a poco el impacto de vivir una situación de crisis sobre la salud mental de los que están en primera línea y de la población en general.

Por eso, en función de las experiencias de crisis anteriores, cabe esperar que muchas personas padezcan un trastorno de estrés postraumático. La proporción es mayor entre el personal de primera y segunda línea en la lucha contra la pandemia actual.

Asimismo, en una investigación realizada con 12 596 enfermeras, se encontró un incremento del 39,3 % de trastorno de estrés postraumático. Por tanto, las crisis anteriores permitieron conocer y comprender cómo se “quiebran” las personas expuestas a situaciones que ponen en peligro sus vidas.

Terapias que brotan en periodos difíciles

Pero estos delicados periodos también han permitido el desarrollo de una serie de técnicas orientadas a su tratamiento. Por ejemplo, la logoterapia desarrollada por Victor Frankl, quien también fue un superviviente del holocausto, es una psicoterapia basada en la observación clínica de los pacientes, a los que dividía entre aquellos que conseguían asumir el sufrimiento vivido y continuaban con sus vidas, y aquellos que no conseguían superar la situación traumática vivida.

La logoterapia se basa en la exploración de los propios valores y el sentido de la vida como eje fundamental de la terapia. Permite el descubrimiento de metas personales que llevarán al paciente a superar sus dificultades.

Por su parte Paul Valent ha desarrollado la Fulfillment Therapy. Está basada en su trabajo como psicoterapeuta con supervivientes que mantenían secuelas psicológicas de lo vivido tras diez o veinte años de la finalización de la segunda guerra mundial.

Salud mental frente a guerras y pandemias

Cabe mencionar que ante catástrofes o crisis como la actual, se produce un debilitamiento de la salud mental en la población general. Así, entre los combatientes de la guerra se empezó a observar sintomatología que no era claramente catalogable en ninguno de los diagnósticos anteriores.

Por eso surgió la necesidad de etiquetar la problemática de los soldados. Esta se caracterizaba por las dificultades en el sueño y la irritabilidad pero, sobre todo, por flashbacks, en los que tenían la sensación de volver a vivir las situaciones traumáticas experimentadas previamente.

A este conjunto de síntomas se les denomina ahora estrés postraumático, el cual se ha observado que incrementa su incidencia en tiempos de crisis. Especialmente con los que se encuentran en primera línea de combate, lo que equivaldría al personal sanitario y fuerzas y cuerpos de seguridad en la pandemia actual.

Por tanto, actualmente tenemos herramientas adecuadas para este tipo de situaciones. Pero es importante que la persona que lo necesite acuda a consulta, ya que el tratamiento permite una mejor recuperación y le evita mucho sufrimiento mental.The Conversationhttp://theconversation.com/es/republishing-guidelines —>

Juan Moisés de la Serna, Doctor en Psicología, Master en Neurociencias y Biología del Comportamiento. Profesor de postgrado y director de TFM en la Universidad Internacional de La Rioja y en la, Universidad Internacional de Valencia

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.