12 de julio de 2020

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A. Victoria de Andrés Fernández, Universidad de Málaga

Si usted se siente anormalmente cansado, se le ha inflamado un pie o se va a someter a una intervención quirúrgica para ponerse unas prótesis, verá que su médico –ya sea neumólogo, traumatólogo o cirujano plástico– va a solicitarle, antes que nada, un análisis clínico.

Si, por el contrario, usted es un veinteañero fuerte como un roble y con una musculatura apolínea cultivada a base de alimentación perfecta y deporte riguroso, no crea que por ello se va a librar del pinchazo. El servicio de vigilancia de la salud de su empresa le perseguirá para hacerle la analítica anual.

Y si usted es, simplemente, una persona responsable, sabe que tendrá que someterse periódicamente a una analítica de rutina.

¿Pero por qué? ¿Por qué un análisis y no otra prueba? ¿Qué tiene el análisis para ser la prueba imprescindible antes de empezar a plantearse un diagnóstico?

El sistemático de sangre y orina

Vayamos por partes. La sangre es un líquido que realiza multitud de funciones relacionadas con el transporte de nutrientes, hormonas, enzimas y gases, la regulación térmica y homeostática, así como con la defensa frente a las infecciones. Y, como en todo lugar donde ocurren cosas importantes, en nuestra sangre circula información, muchísima información, que nos interesa conocer.

La cuestión es que hace falta transformar este bullicio de células y moléculas que navegan por nuestro torrente sanguíneo en un listado sistemático y comprensible de datos objetivos.

El analista clínico es ese necesario traductor que separa, individualiza y cuantifica estos bioindicadores de salud poniendo orden en el aparente caos microscópico. El resultado es un preciso y objetivo informe que nos notifica, en tiempo real, cómo está funcionando nuestro cuerpo.

Cómo interpretar un análisis clínico

Si bien hay moléculas cuyo resultado anómalo nos advierte específicamente de un problema concreto (la creatinina elevada ya nos indica problemas renales), normalmente son un conjunto de parámetros (pruebas) los que crean perfiles funcionales chivatos de todo lo que les falta, les sobra, desechan o necesitan nuestros órganos.

Cada uno de estos perfiles es un capítulo del Sistemático de Sangre (SS) y nos indica cómo nuestro cuerpo está realizando una función concreta.

Así, la hematimetría (conocida como “recuento”) nos indica si la producción y función de las diferentes poblaciones de células sanguíneas (glóbulos rojos, subtipologías de glóbulos blancos y plaquetas) son correctas.

Por su parte, los apartados de la llamada bioquímica clínica resumen el funcionamiento de los metabolismos glucídico (glucosa), lipídico (colesterol total, hdl-c, ldl-c y triglicéridos), proteico (ácido úrico, albúmina y proteínas totales), hepático (transaminasas, gamma-gt, fosfatasa alcalina y bilirrubina) y renal (iones, ácido úrico, urea y creatininina).

Pero, como los buenos detectives, los analistas también revisan la basura, esto es, lo que excretamos en forma de orina. Y completan su informe con un segundo apartado que da como resultado global el Sistemático de Sangre y Orina (SSO). Una primera orina de la mañana nos amplía la información fisiológica recogida en los capítulos anteriores con datos bioquímicos, microbiológicos, citológicos y cristalográficos que hacen muy difícil que se nos escape alguna patología importante.

Los análisis de pruebas especiales

Con el SSO hacemos un sondeo general para ver cómo anda la cosa (si el paciente está aparentemente sano) o por dónde van los tiros (si el paciente no lo está, pero su sintomatología es difusa).

Sin embargo, cuando los antecedentes y/o la clínica nos han facilitado una hipótesis de trabajo, las pruebas analíticas especializadas son clave para establecer un diagnóstico preciso o hacer un seguimiento de una patología concreta.

A día de hoy, un laboratorio avanzado puede realizar más de 10 000 determinaciones especiales organizadas en diferentes áreas según sea su naturaleza microbiológica, genética, hormonal, bioquímica, serológica, inmunológica, parasitológica, tumoral o hematológica.

Además, el parámetro se puede determinar con diferentes técnicas. Lo hemos visto últimamente con la COVID-19, detectable con test rápidos de enzimoinmunoanálisis o técnicas de biología molecular como la PCR.

Un tercer factor que multiplica la pluralidad de las pruebas es el hecho de que una misma determinación se pueda realizar en muchos fluidos biológicos diferentes (sangre, orina, semen, líquido cefalorraquídeo, líquido amniótico, saliva, exudados…).

Las pruebas especiales son mucho más específicas, por lo que se solicitan bastante menos y, proporcionalmente, su coste es sustancialmente mayor. Ésa es la razón por la que son mucho más caros los análisis de marcadores tumorales que un recuento de glóbulos blancos.

Valores de referencia

Los parámetros analizados en el laboratorio, a diferencia de los resultados obtenidos en otro tipo de pruebas, se expresan de una forma cuantitativa, exacta y precisa, lo que hace del análisis clínico una herramienta muy útil para para comparar objetivamente.

Para ello es necesario que cada parámetro, expresado en sus correspondientes unidades, se acompañe de unos valores de referencia que nos permitan considerar nuestro valor como normal, alto o bajo. Eso sí, este intervalo es de naturaleza estadística y el estar fuera de rango no implica, necesariamente, tener un problema.

En conclusión, el análisis clínico normalmente supone una forma rápida, económica y poco invasiva de obtener información a la carta de la fisiología del paciente. Además, no tiene efectos indeseables salvo el mal rato que pueda pasar uno si tiene fobia a las agujas.The Conversationhttp://theconversation.com/es/republishing-guidelines —>

A. Victoria de Andrés Fernández, Profesora Titular de Universidad, Universidad de Málaga

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.