8 de mayo de 2019

Claritza Arlenet Peña Zerpa. Red Iberoamericana de Docentes
Relato de una maestra en un aula integrada de un colegio de Venezuela. Gracias al apoyo de madres y tutoras se ha acercado a la formación de niños con condición. Esa red ha permitido comprender y atender a sus estudiantes.

Una palabra llena de sentido me sitúa entre cuatro paredes, rodeada de pequeños cuerpos, dulces voces y algarabía. Sí. Mucha algarabía y movimiento. Quizá veinte a veinticuatro nombres forman parte de ese ambiente. Antes de ingresar como maestra, me llamaron para indicarme que tendría niños con condición. Aunque no soy profesora de Educación Especial, me emocioné y comprendí que era la oportunidad de aprender y comprender. Estaba un poco asustada. Así que comencé a leer bibliografía especializada, acudir a las charlas de psicólogos, consultar a unos amigos y conversar con unas madres en el Metro. Pensándolo ahora, esa preparación era de orden técnico. Buscaba desesperada las herramientas para recibirlos y llenarlos de cuidado y amor, porque al fin de cuentas y, aunque no tengas hijos, cuando eres maestra los amas a todos. Te alegras sí aprenden, superan sus temores, fortalecen amistades, aumentan de tamaño, te cuentan historias, sonríen, celebran contigo. Lloras cuando inician las vacaciones, sufren el divorcio de los padres, enferman, o cuando debes despedirlos (quizá por alguna necesidad de migración), algo recurrente en mi país en estos últimos años. 

No todos los niños dejan de ser niños porque sean especiales. Ni toda madre es menos feliz que otra cuando trabajan incansablemente en la creación de redes de formación, escuelas para padres, ayudan a las maestras a estimular a un niño. He conocido en esta diversidad, a mujeres admirables. Su entusiasmo me anima cada día a educar con amor. No al estilo de Cupido sino desde el sentido de amar sin condición y con entrega total.

Al buscar herramientas para la educación de aulas integradas he descubierto paso a paso un mundo complejo. Una de las madres de mis estudiantes me introdujo en el lenguaje recomendado para hablarle a un niño con condición. Este punto me sorprendió. Como maestras desconocemos la importancia de respetar a un niño cuando decide no cantar el himno nacional. No se trata de afirmar “yo sí los tengo derechos” aludiendo falsas ideas de cómo mantener una disciplina al estilo militar (dentro y fuera del aula). Son niños y en ocasiones desconocemos que por hipersensibilidad a determinados sonidos las notas de un himno le resultan terrible a algunos. Los incomoda y sus oídos perciben fuertes ruidos. Pero, ¿cómo cambiar las cabezas de los adultos cuando vemos constantes críticas de alguna colega ante tu grupo si no están todos en formación? Necesitamos en las escuelas aprender. Sí. Aprender de diversidad en coexistencia. 

Las escuelas deben ofrecer a las maestras, a través de sus centros de atención psicológica y psicopedagógica, formación para el trabajo en aulas integradas. Si bien es una responsabilidad de la maestra continuar su aprendizaje de otras metodologías de enseñanza, también requiere recibir herramientas para el trabajo en aula para niños con condición. Aunque en mi caso no ha sido así. He iniciado mi formación a través de las madres y tutoras. De ellas he recibido orientaciones y he visto acciones invaluables.

En medio de esta crisis económica, una mamá buscaba desesperadamente ayuda foránea para los medicamentos del niño. Buscó con amigos la posibilidad de envío (un poco difícil esta opción), luego pensó en una campaña a través de una plataforma. Durante ese tiempo, hubo cambios importantes en él. Su concentración no era la misma y tenía respuestas un poco agresivas a situaciones. En medio de una pelea con otro compañero de clases, lo abracé y mis lágrimas brotaron. No contuve mi emoción y pensaba con mucha tristeza cuánto hubiera podido cambiar si tuviésemos aquel medicamento. Quizá en el universo de maestras en el mundo muchas han vivido como yo experiencias similares. Sentirse impotente e incapaz por no ofrecer a un niño salud es un trago amargo.

Cuando llegó el medicamento lo celebramos. Él no dejaba de repetir: “maestra, estoy más tranquilo por lo que tomé” y los compañeros de clases, quienes están en tercer grado se acercaron y le dijeron algo que aún resuena en mis oídos: “qué fino, así no nos pegarás más cuando estemos jugando y te molestes”. Esas palabras pasaron como agua espesa en mi garganta. 

Continúo aprendiendo de mis pequeños. Coexistimos en aquel ambiente cargado de dibujos, anécdotas, lágrimas y sonrisas. Y sigo alimentándome de ofertas de psicólogos especialistas para la atención de niños con diversidad funcional. Quizá decida a tomar los cursos para convertirme en una tutora. Ellos lo requieren, también yo lo necesito. Mientras siga en mi país mi labor seguirá renovándose cada día más. Seguiré apostando por crecer. Quizá no físicamente, con un metro cincuenta centímetros ya alcancé mi estatura hace tiempo. El crecimiento es a nivel emocional, cognitivo y social.

No dejo de agradecer al azar por la oportunidad de acercarme a un aula integrada. Aún, en medio de deficiencias y ausencias de políticas internas en el colegio hay un grupo de mujeres trabajadoras. A ellas les dedico estas líneas.