24 de octubre de 2022

M

Shutterstock / DFLC Prints

Leandro Pablo María Legaspi, Universidad de Buenos Aires; Elisa Gómez, Universidad de Buenos Aires; Gabriela Aisenson, Universidad de Buenos Aires; Lourdes Moulia, Universidad de Buenos Aires; María Lila Solano, Universidad de Buenos Aires y Viviana Valenzuela, Universidad de Buenos Aires

Miguel vive en la Argentina, tiene 22 años. La escuela siempre le ha costado y aún no finalizó sus estudios secundarios. Soñó con ser futbolista, lo intentó pero no pudo ser. Trabaja menos días de los que él quisiera y no le alcanza el dinero que gana. Vive al día, no sabe si mañana podrá comer. Su situación económica es muy inestable. Desde pequeño convive con su padre y sus hermanos en una vivienda precaria en un barrio pobre y peligroso.

Cobra por cada día que trabaja; realiza tareas de carga y descarga de mercaderías. No tiene días ni horarios fijos, no tiene un contrato formal ni cuenta con beneficios sociales. Por su experiencia, sabe que no es sencillo conseguir otro trabajo, y más difícil aún acceder a uno en el que pueda desarrollarse.

Alguna vez tuvo un “buen trabajo”, pero le duró poco… Todavía lo recuerda con nostalgia. Asimismo, como Miguel, su familia ha estado desempleada y actualmente realiza trabajos informales.

Miguel no está contento y su futuro no parece resultarle motivador.
¿Cómo se podría ayudar a jóvenes como él a construir caminos que tengan sentido? ¿Cómo acompañarlos para favorecer inserciones en trabajos de calidad y que favorezcan la inclusión social?

No se trata exclusivamente de un problema individual, sino que también intervienen factores sociales, culturales, económicos y políticos. Muchas disciplinas podrían hacer su contribución a ello.

Entre ellas, las prácticas e intervenciones en orientación buscan crear condiciones para ampliar el horizonte de posibilidades, comprometidas con la justicia social, procurando favorecer el bienestar y las condiciones de vida de las personas.

Una aspiración universal

La experiencia de Miguel no es un caso aislado. Las malas condiciones laborales suelen afectar al bienestar individual y a la autoestima. Influyen en lo que uno cree que es capaz de hacer y en las esperanzas de cambio. A su vez, se sabe que los caminos y expectativas de futuro en inserciones decentes y sostenibles –tanto laborales como sociales– ofrecen mayores márgenes de libertad, vidas emancipadas y horizontes más amplios.

En esta línea, la Organización Internacional del Trabajo y la Organización de las Naciones Unidas se proponen prioritariamente promover el trabajo decente.

¿Qué significa el trabajo decente? Se trata del acceso a actividades productivas con una remuneración justa, seguridad laboral y protección social, posibilidades de desarrollo personal e integración social, libertad para agremiarse e igualdad de oportunidades sin distinción por género.

Ha pasado mucha agua bajo el puente, y mucho se ha discutido e investigado sobre el tema desde distintas perspectivas. Los estados van incluyendo en su agenda políticas públicas específicas que buscan promover el trabajo decente. Sin embargo, hasta hoy se trata de una meta inalcanzada y una deuda no del todo saldada. Nadie duda de las buenas intenciones que persiguen estas metas, pero entran en conflicto con intereses de carácter económico, empresarial, sindical, social, cultural y político.

La realidad de los jóvenes

En Argentina el 37,3 % de las personas se encuentran en situación de pobreza, y el 8,2 % de ellas en situación de indigencia. La mitad de los niños y jóvenes son pobres.

Asimismo, aproximadamente un tercio de la población realiza actividades laborales en la informalidad. Los subocupados representan más de la mitad de los trabajadores.

Existe una relación entre el nivel educativo alcanzado y las probabilidades de conseguir un empleo: el 36,2% de los que no finalizan la escuela secundaria no logran encontrar trabajo. Entre los jóvenes que trabajan, 1 de cada 4 no va a la escuela. A su vez, la mitad de los que van a la escuela y al mismo tiempo trabajan repitieron al menos un año de escolaridad.

Los datos nos permiten concluir que la posibilidad de conseguir un trabajo decente se ve dificultada y condicionada. La historia de Miguel representa la de muchos otros jóvenes que tienen dificultades para conseguir un trabajo que les permita tener acceso a recursos para su subsistencia y autonomía, tener esperanzas, sentir que hacen algo útil y pensar una vida para desarrollarse profesional y personalmente.

Repensando utopías: el lugar de la orientación

La orientación resulta un dispositivo de intervención y una práctica social adecuada para contribuir al debate y aportar soluciones a los problemas hasta aquí expuestos.

Resulta obvio que para avanzar hacia el logro efectivo del trabajo decente se requiere de múltiples acciones y cambios. En el plano personal, grupal y comunitario el objetivo es ayudar a que los jóvenes como Miguel construyan su propia vida y se transformen en protagonistas de sus historias.

En la Argentina diversas organizaciones sociales –Universidades, ONGs, Políticas y Programas públicos– día a día buscan comprometerse en soluciones para estos jóvenes. Desde la orientación se estimula el pensamiento crítico sobre sí mismo y sobre las posibilidades que ofrecen los contextos en los que se proyecta el futuro y se dan las inserciones, reconociendo las oportunidades, las situaciones de opresión y de injusticia.

En las intervenciones se busca que los jóvenes críticamente identifiquen y valoren sus saberes, reflexionen sobre sus intenciones, organicen y planifiquen sus recorridos formativos y laborales y construyan estrategias posibles para alcanzar sus metas. Asimismo, que reconozcan sus realidades, posibilidades y obstáculos, para identificar recursos que permitan afrontarlos. El impacto es muy positivo.

Trabajo en red

Todo esto es necesario, pero no suficiente. Se requiere de profundizar en el diseño y la implementación de políticas y programas de orientación que trabajen en red a nivel económico, social, cultural, laboral y educativo para acompañar las trayectorias personales, educativas y laborales de las personas.

El desafío es avanzar en la transformación de utopías en metas alcanzables.The Conversationhttp://theconversation.com/es/republishing-guidelines —>

Leandro Pablo María Legaspi, Magister en Psicología Educacional, Universidad de Buenos Aires; Elisa Gómez, Psicologa, Universidad de Buenos Aires; Gabriela Aisenson, Profesora de Psicología, Universidad de Buenos Aires; Lourdes Moulia, Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires; María Lila Solano, Licenciada en Psicología, Universidad de Buenos Aires y Viviana Valenzuela, Doctora en Psicología. Profesora de orientación y terapia, Universidad de Buenos Aires

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.