25 de mayo de 2019

Julio César Páez García. Montería –Córdoba-Colombia. Docente Escuela Normal Superior de Montería y Universidad de Córdoba.
Contribuir al desarrollo de competencias científicas pese a las adversidades, es lo que muchas madres o maestras han logrado para formar en potencia a sus hijos y estudiantes como hombres y mujeres de ciencia. Esto muestra la verdadera inclusión que han hecho estas mujeres con científicos que en su niñez requerían de necesidades educativas especiales (NEE) por ser niños mentalmente enfermos, con sordera parcial, tonto en la clase, superdotados, o con un aparente estado normal, entre otras dificultades y que por su instinto materno, comprensión y pertinente orientación, lograron que sus hijos y estudiantes tuvieran una formación científica aportado conocimientos importantes a la humanidad.

Al revisar los aportes que madres y maestras han hecho a hombres de ciencias, ya sea para que éstos produzcan conocimientos o se apropien de ellos, encontramos un sinnúmero de anécdotas que contar, de estas mujeres que sin reconocimientos de premio Nobel o cualquier otra distinción, pero con su trabajo silencioso, amoroso y certero, también han hecho un valioso aporte a la humanidad con esa inmensa contribución en la formación científica de estos elogiados hombres y que gracias a la formación inicial que su madre o maestra desde su hogar o escuela y sin importar las limitaciones que presentaron algunas de ellas, sentaron las bases para que estos científicos pusieran un cumulo de conocimientos al servicio de la humanidad. Esas anécdotas son expresadas desde tres lecturas a saber:

La primera tiene que ver con el físico norteamericano Isidor Isaac Rabi, sin aparente NEE, “introdujo nuevos métodos de observación de los espectros basados en la resonancia magnética atómica y de haces moleculares. A partir de este momento se abrió el camino para determinar con exactitud las propiedades magnéticas de las moléculas o núcleos atómicos; se calculó el momento magnético del electrón y se pudo probar la potencia de la teoría de la electrodinámica cuántica. Por estos trabajos se le otorgó el Premio Nobel de Física en 1944” Esta información publicada en la enciclopedia biografía en línea da cuenta del gran aporte que ha realizado a la ciencia. Pero ¿A quién le debe Isidor Isaac el hecho de ser un hombre de ciencia?

Hace mucho tiempo leí en un periódico de mi país una entrevista que le publicaron a este premio nobel de física y frente a la pregunta ¿A quién le debe su formación científica? Este nobel responde, “Mi mamá me hizo científico sin realmente quererlo. Todas las otras madres judías de Brooklyn les preguntaban a sus hijos después de la escuela; ‘Bien… ¿aprendiste algo hoy?’, pero mi madre no. Ella siempre me hacía una pregunta distinta. ‘Izzy’ me decía, ¿hiciste una buena pregunta hoy? ¡Esa diferencia, el hacer buenas preguntas, me convirtió en científico!”.

De acuerdo a Isaac, su madre de nombre Janet-Sheindel era la responsable por su formación e interés científico, el ponerlo a pensar en preguntas divergentes sentó las bases para incursionar en el mundo de las ciencias, pero este nombre femenino poco se conoce en el mundo de las ciencias pese al gran aporte formativo inicial para que su hijo lograra alcanzar el premio nobel de física.

La segunda, relaciona al científico norteamericano e inventor Thomas Alva Edison quien al parecer fue un niño mentalmente enfermo y con sordera parcial, pero eso no fue impedimento para demostrar su asombrosa capacidad creadora representada en las 1.093 patentes tecnológica que llegó a registrar en vida. Entre otras están: el fonógrafo, el más original de sus inventos, un aparato que reunía bajo un mismo principio la grabación y la reproducción sonora; la primera de sus lámparas, se trataba de una bombilla de filamento de bambú carbonizado, que superó las cuarenta horas de funcionamiento ininterrumpido; el Kinetograph fue otro invento, se trataba de una rudimentaria cámara de cine que incluía un ingenioso mecanismo para asegurar el movimiento intermitente de la película, entre otros inventos realizados.

Un día Thomas Edison llegó a casa y le dio a su mamá una nota. Él le dijo a ella. “Mi maestro me dio esta nota y me dijo que sólo se la diera a mi madre." Los ojos de su madre estaban llenos de lágrimas cuando ella leyó en voz alta la carta que le trajo su hijo. "Su hijo es un genio, esta escuela es muy pequeña para él y no tenemos buenos maestros para enseñarlo, por favor enséñele usted" Muchos años después la madre de Edison falleció, y él fue uno de los más grandes inventores del siglo. Un día él estaba mirando algunas cosas viejas de la familia. Repentinamente él vio un papel doblado en el marco de un dibujo en el escritorio. Él lo tomó y lo abrió. En el papel estaba escrito "Su hijo está mentalmente enfermo y no podemos permitirle que venga más a la escuela." Edison lloro por horas, entonces él escribió en su diario: “Thomas Alva Edison fue un niño mentalmente enfermo, pero por una madre heroica se convirtió el genio del siglo." ¿Qué impresión la reacción de la mama verdad? Que en lugar de leer lo que realmente decía la carta y habiendo podido hacer sentir menos a su hijo, le dio un giro completamente y le inyecto ¡seguridad y certeza a su hijo! Le hizo creer que era un genio y se lo creyó tanto, que creció y murió siéndolo. ¿Sabe usted a quien le debe Thomas esa capacidad creadora?

A su madre, Nancy Matthews Elliot, que había ejercido como maestra antes de casarse, y asumió en lo sucesivo la educación de su hijo, tarea que desempeñó muy bien, ya que consiguió inspirar en él aquella curiosidad sin límites que sería la característica más destacable de su carrera a lo largo de toda su vida. Nancy era sin lugar a dudas una madre y maestra desconocida y sin reconocimientos ni premios, pero verdaderamente practicó la inclusión científica logrando muy sagazmente desarrollar la capacidad creadora en este inventor al que la humanidad debe estar muy agradecida por sus aportes.

Finalmente, la tercera anécdota está relacionada con el científico norteamericano Benjamin S. Carson y basado en la película “Manos milagrosas. La Historia de Ben Carson” quien es un médico neurocirujano, psicólogo, escritor y filántropo, galardonado con la medalla presidencial de la libertad en EE.UU y reconocido como uno de los veinte médicos y científicos más destacados de las dos últimas décadas. Anualmente, el Dr. Carson realiza alrededor de cuatrocientas intervenciones quirúrgicas, la mayoría de ellas de alto riesgo. Pero ¿a quién le reconoce su formación como científico y profesional de la salud?

A la señora Sonya Carson, quien asumió la responsabilidad de sostener a Ben y su hermano mayor. Ben Carson manifestó desde la educación primaria numerosas dificultades escolares, llegando a ser el peor alumno de su clase. No sabía leer adecuadamente. Era objeto de insultos y burlas por parte de sus compañeros lo que llevó a desarrollar un temperamento agresivo e incontrolable. Ante la constante humillación de sus compañeros, Ben llegó a pensar que no sólo era el niño más tonto de la escuela, sino del mundo entero. En síntesis, su vida estudiantil fue complicada porque, aparte de la antipatía y exclusión expresada por sus pares, al ser una escuela predominantemente blanca, continuamente era ignorado por sus maestros. A pesar de todo, su madre constantemente le decía: “Ben, todos lo pueden hacer, pero nadie mejor que tú”.

Un día, estando la madre de Ben haciendo labores de limpieza en la biblioteca de la casa donde trabajaba, se quedó admirada por la cantidad de libros ahí reunidos. En ese momento de contemplación, súbitamente entró a la habitación el viejo profesor dueño de esa casa, y entonces la mujer se atrevió a preguntar: “Profesor ¿acaso ha leído todos esos libros?”. El hombre contestó: “Casi todos”. Esta breve experiencia fue suficiente para la madre de Ben. En ese momento intuyó con toda claridad los pasos a seguir con sus hijos. Así fue que tomó una sencilla pero trascendental decisión que habría de cambiar el futuro de los niños: condicionarles la televisión, la cual veían desmesuradamente; también se negó a dejarlos salir a jugar hasta que hubiesen terminado la tarea de cada día.

Entre ellos concertaron un trato, el cual consistió en permitirles ver exclusivamente dos programas a la semana, pero solamente si leían dos libros de la biblioteca pública, para lo cual tenían que escribir las reseñas correspondientes (a pesar de que, debido a su propia falta de educación, ella apenas podía leer los informes que Ben escribía). Los niños protestaron, se inconformaron, pero la madre no cedió. Se mantuvo firme. Esta era la nueva regla del juego.

Al paso del tiempo Ben empezó a disfrutar de los libros, del aprendizaje que, al combinar la lectura con la música clásica, gradualmente su imaginación comenzó a despertar de manera genial: así empezó a imaginarse a sí mismo siendo doctor. Fue entonces que se dio cuenta de que no era tonto. En el lapso de un año y medio, ante la mirada incrédula de sus compañeros y maestros, pasó de ser el alumno “más tonto del mundo” al más sobresaliente de la escuela. Se graduó con honores.

Por todo lo anterior, se puede inferir que detrás de grandes científicos existen grandes madres y maestras que, como Janet, Nancy y Sonya hicieron que sus hijos con NEE, desarrollaran competencia para preguntar y trascender a premio Nobel; desarrollaran habilidades creadoras para inventar y crear un sinnúmero de patentes y desarrollaran competencias lectoras para lograr ser el mejor neurocirujano norteamericano y realizar exitosas cirugías, salvando vidas de personas muy necesitadas. A muchas de ellas se les debe reconocer con el premio Nobel de la “inclusión científica” o con cualquier otra distinción por el gran aporte a la formación científica que han realizado.