5 de mayo de 2019

Víctor Florencio Ramírez Hernández.
Historias sin adjetivos de profesores con posibles adjetivos.
Si algo le molestaba es que le dijeran “docente”. “En primer lugar esa palabra es un adjetivo y no un sustantivo”, reclamaba. Pero su malestar iba más allá. Muchas veces, en la soledad y el aislamiento de su cuarto-estudio, cuando tenía que preparar clases o cuando se dedicaba a calificar exámenes, esa extraña sensación lo inundaba hasta llenarlo de angustia. “¿Quién soy para decidir qué deben aprender? ¿Quién soy yo para calificar?”.

En algunas ocasiones había modificado la interrogante: “Tal vez deba preguntarme en nombre de quién califico. Sé que es parte de mi obligación, ¿pero a quién represento cuando lo hago? ¿Acaso lo hago en nombre de alguien o algo? ¿O lo realizo por mí mismo? ¿Para quién lo hago?”. Y una vez que las preguntas se desataban, llegaban a él una a una, a veces pausadamente, otras veces en tropel. Por lo general terminaba cuestionando quién era él para guiar, para conducir. Y por eso rechazaba el uso del término “docente”. “Es como si un ciego guiara a otro ciego... aunque la ceguera sea diferente”.

Entonces se veía a sí mismo como un sacerdote que realiza un rito cargado de simbolismo. Lo hace frente a una grey llena de fe pero carente de conocimiento acerca de por qué esos símbolos. Ese sacerdote recitaría las fórmulas y haría los ademanes rituales concentrado en lo que cada uno significaba. Pero si mirara a su auditorio, se daría cuenta de que seguían el rito como autómatas. Si les hubiera preguntado por las razones de cada palabra, de cada gesto, de cada movimiento corporal, los feligreses habrían quedado en silencio, respondiendo con un vacuo “porque sí” o “porque así ha sido”. Tal percibía la distancia entre él y sus estudiantes.

¿De qué manera podría romper esa soledad, ese aislamiento?

La relación con sus compañeros de trabajo era buena pero difícilmente lograba un interlocutor que lo sacara de su ínsula. A veces por la carga a la que someten las labores administrativas ligadas al papel de profesor. Otras por la dinámica de las relaciones en las que hablar con los compañeros sobre lo que ocurre cada día en cada aula convierte el posible diálogo en charla llena de lugares comunes, que culmina en silencios porque la unanimidad y el acuerdo parecen estar desde antes de iniciar. Y ese aparente acuerdo lo hacía sentir solo: “no es diálogo, es monólogo... incluso en soliloquio puedo dialogar, pero esto es un monólogo pues todas las voces coinciden”. En esas charlas-monólogos los estudiantes aparecen como objetos clasificables, con decisión solo aparente, con respuestas prefabricadas pero sin preguntas.

Y cuando preguntaba a sus compañeros la razón de los contenidos y por qué no otros aprendizajes, o por qué de ese modo de trabajo, se encontraba con una respuesta similar a la dada por los feligreses, pero ésta dicha con seguridad: “porque sí”, “porque así ha sido”.

¿Cómo romper esa soledad, ese aislamiento?

“Pero la soledad no es únicamente de quienes te rodean hacia ti, también es de ti hacia ellos”. Eso podría decirse el profesor O. Mucho trabajo que ha derivado en material rico y variado, gran cantidad de ideas, de estrategias... pero que se quedaban en la soledad, ésa que produce la falta de diálogo, al no confrontar experiencias y perspectivas.

Y la pregunta se replantea: ¿cómo romper esa soledad, ese aislamiento?

¿Misantropía, desamparo, parcelamiento, desarticulación... en qué redundan los laberintos de la soledad docente?

De mis soledades vengo pero a mis soledades no voy.

La Red Iberoamericana de Docentes (RID) representa un antídoto o una cura contra el aislamiento docente. Este antídoto-remedio es una mezcla de elementos diferentes.

Se comparten actividades de aprendizaje que son diseñadas por profesores y luego evaluadas por sus pares. Esta valoración la realizan filtrándolas por el tamiz de la práctica. Además, como las actividades fueron diseñadas para un contexto específico pero se aplican en otro que es distinto, no se trata de un simple traslado sino de una recreación de la actividad.

Las actividades de aprendizaje se diseñan con base en notas periodísticas. Si la prensa es una ventana para tener acceso a la realidad, esto posibilita educar para la realidad en la realidad. Algo así como una ciencia o una tecnología de carne y hueso o que impacta en la carne y el hueso y el seso. Porque si la educación debe ser para la vida, las noticias acercan la escuela a la vida. Así, los aprendizajes pueden resultar significativos, como un elemento que sirve para conocer al mundo, interpretarlo y valorarlo, para hacer algo en él.

La variedad de acciones en las que el profesor puede participar como miembro de la CCEC no sólo ahuyentan la amenaza de la monotonía (que es una amenaza de los programas de formación docente), sino que ofrecen una gama de posibilidades para el propio desarrollo, tanto personal como profesional. Además, la oportunidad de tener un escaparate de modelos prácticos ayuda a incrementar el repertorio didáctico del profesor.

Otro rasgo de la CEEC lo constituye el medio de interacción de esta comunidad. El trabajo a través de las TICI (TIC+Interacción) constituye un espacio-tiempo auténtico para la Sociedad del Conocimiento. El empleo de la red como medio de información, comunicación e interacción tiene inoculada la enajenación y la pérdida de sentido. En contra de este germen, el tipo de actividades que se realizan permite a los integrantes de la CCEC mantener un diálogo entre voces distintas y variadas, hallar sentidos y generarlos. 

Desde una visión social de las ciencias y las tecnologías, la RID contribuye a la formación de comunidades de investigación no sólo de profesores sino de estudiantes. En una suerte de ramificación, la influencia de las ideas se expande. Muchos integrantes de la Comunidad, además de estar parados en hombros de gigantes se acompañan entre sí, entrelazan sus brazos, sabiéndolo o teniendo una pálida idea de ello.

La RID puede ser un aliado útil para paliar o evadir la necedad, la soberbia ignorante, para darnos cuenta de que como profesores no basta con venir de uno mismo, que no es suficiente el propio entendimiento si se quiere ir más lejos, que el falso argumento se identifica y corrige cuando hay la humildad de compartir. Y al vivirlo, al experimentarlo en carne propia, puede uno compartir con sus estudiantes.

Por ello y más, la RID es una posibilidad para romper el silencio para ir de la soledad al encuentro del encuentro.

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