12 de agosto de 2020

Carlos Humberto Hernández Flórez - Venezuela.
Tal vez para algunos, las siguientes palabras resulten familiares, “La vida de un crítico es sencilla en muchos aspectos, arriesgamos poco, y tenemos poder sobre aquellos que ofrecen su trabajo y su servicio a nuestro juicio, prosperamos con las críticas negativas, divertidas de escribir y de leer; pero la triste verdad que debemos afrontar, es que en el gran orden de las cosas, cualquier basura, tiene más significado que lo que deja ver nuestra crítica.

Pero en ocasiones el crítico sí se arriesga cada vez que descubre y defiende algo nuevo”. Son nada menos que de Anthon Ego, personaje de la película Ratatouille y que caen de lujo en la orientación actual del docente.

Vivimos en un mundo ampliamente atomizado por las grandes cadenas privadas de comunicación que ametrallan día adía las mentes de niños, adolescentes y jóvenes de Latinoamérica en su afán desesperado de rating y de cuantiosas sumas de dólares. Sin embargo nuestros población de niños y jóvenes asiente con parsimoniosa creatividad la ilusión de ser algunas de las mega estrellas de la delincuencia, pues muy a pesar de todo el crimen si paga. Con esta realidad vivimos los docentes de estas latitudes, no con hermosos colegios donde los inmaculados estudiantes pasean sus interminables sonrisas.

Dice Ego, “La vida de un crítico es sencilla en muchos aspectos, arriesgamos poco, y tenemos poder sobre aquellos que ofrecen su trabajo”, sí eso mismo. Poder. Malsana palabra que decide con soberbia y capricho en la vida de las personas. Los docentes tenemos algo de eso. Tenemos poder y aunque no se crea, lo utilizamos como lo describe el personaje. Podemos decidir en beneficio o en contra de los estudiantes, por múltiples cosas, desde un mal saludo hasta la impetuosidad de la juventud. Tenemos poder de cobrar para que el estudiante pueda aprobar un lapso académico. Poder en manos de docentes corruptos, poder para incidir directamente en la vida de quienes por el facilismo prefiere buscar cualquier forma de hacer dinero para pagar y salir del lío y el tedio que causa estudiar.

Docentes muertos por estas tierras hay muchos, estudiantes muertos también es una alocada carrera interminable, se suspenden las clases porque hasta las mismas autoridades no desempeñan su papel, no ejercen su autoridad porque ésta se la entregaron a los pequeños jóvenes que juegan a ser delincuentes, por tanto, que autoridad puede haber si un liceo es dirigido por un estudiante que medianamente sabe leer. No hay madurez para ejercer esa autoridad por parte de un adolescente y somos los que creamos ese gigantesco monstruo.

Finalizando con Ego, “Pero en ocasiones el crítico sí se arriesga cada vez que descubre y defiende algo nuevo”. Cuando se defiende la academia, cuando se lidera una causa frente a tanta brutalidad comercial, entonces se sanciona, se deslinda a la persona de su función, pues se convierte en piedra de tropiezo. En tal sentido y muy a pesar de ello, la docencia es un estilo de vida, va mucho más allá de la frialdad de una profesión.

Nos llenamos de títulos, pero todos son vacíos, si estos no se evidencian en la persona. No necesitamos rótulos, no necesitamos escarapelas, ni botones, es nuestra vida la que debe ejemplarizar, es nuestra moral sin tacha, es nuestra valentía la que debe predominar y enseñarle a esas masa de jóvenes ávidas de orientación lo necesario para que lleguen a triunfar en la vida.