9 de diciembre de 2020

Marta I. González García
Los Libros de La Catarata. Serie Ensayos y Sociedad
Proyecto "Alta Divulgación" de la Cátedra CTS+I con el apoyo de la Consejería de Economía e Innovación de la Junta de Andalucía y el Proyecto de investigación "Políticas de Cultura Científica" (FFI2011-24582) de Ministerio de Economía y Competitividad de España.
¿Qué es el deseo? ¿Es la sexualidad de las mujeres igual que la de los hombres? El debate está abierto y son las empresas farmacéuticas las más interesadas en encontrar una respuesta que resulte útil para el desarrollo del “viagra femenino”, un medicamento para las mujeres con la misma eficacia que Viagra tiene para el tratamiento de la disfunción eréctil en los hombres.

La búsqueda de este fármaco milagroso es una historia fascinante en la que el fracaso de cada nuevo intento reconfigura las concepciones sobre qué es la disfunción sexual femenina, cómo se diagnostica y cómo se trata, cómo entender y operativizar el deseo, qué significa que un medicamento sea eficaz y seguro o dónde se encuentra la raíz de los problemas sexuales de las mujeres.

Marta I. González García es profesora de Filosofía de la Ciencia y la Tecnología en la Universidad de Oviedo. Desde 1999 forma parte de la Red Iberoamericana de Ciencia, Tecnología, Sociedad e Innovación. Su trabajo se desarrolla en el campo de los estudios sociales de la ciencia, en particular en
cuestiones de género y ciencia, cultura científica, historia de la psicología y participación pública en controversias ambientales.

Introducción

La idea del amor libre (mejor dicho, el sexo libre) y la píldora anticonceptiva marcaron la primera revolución sexual de los años sesenta. Casi cuarenta años después, con el cambio de siglo, una píldora diferente abrió la segunda revolución sexual, asociada ahora a otra idea igualmente liberadora: la del sexo eterno. Se trata del citrato de sildenafil, la pastilla azul de Viagra. Si la píldora anticonceptiva contribuyó a separar sexo y reproducción y permitió a las mujeres un mayor control de su vida sexual, Viagra prometía liberar a los hombres de las limitaciones que la edad, la enfermedad o las circunstancias imponían sobre sus erecciones. Claro que, además de promesas, Viagra ofreció realidades: altísimas tasas de éxito y una adecuada estrategia publicitaria lo convirtieron en un medicamento perfecto, capaz no solo de mejorar la vida sexual de sus consumidores, sino de transformar las ideas culturales e incluso médicas de lo que es un funcionamiento sexual adecuado en los varones.

La aprobación de Viagra por la Food and Drug Administration (FDA) en Estados Unidos en 1998 está ligada a importantes cambios culturales relacionados con la percepción y la vivencia de la sexualidad, que funcionaron como caldo de cultivo y al mismo tiempo se vieron reforzados por la aparición en escena del fármaco milagroso. Sus efectos fueron igualmente relevantes en el ámbito científico. Viagra nació para el tratamiento de la angina de pecho, pero, como sucede con tantos medicamentos, el efecto secundario inesperado de mejorar las erecciones en los sujetos que participaron en los ensayos clínicos se convirtió en su principal fortaleza. La farmacéutica Pfizer apostó por un cambio de identidad de Viagra que fue un rotundo triunfo debido a su elevada eficacia, a un clima adecuado y a una publicidad acertada, y promovió un interés renovado por la disfunción sexual, tanto en los hombres como en las mujeres. En efecto, a la estela de Viagra, la disfunción sexual femenina comenzó a recibir una atención creciente a través de estudios epidemiológicos, clínicos y básicos. No es de extrañar que investigadores y empresas trataran de aprovechar el éxito de la píldora azul extendiendo el número de sus usuarios potenciales. Las compañías farmacéuticas, con Pfizer a la cabeza, se lanzaron a la búsqueda del “viagra rosa”.

Ampliar el mercado de Viagra a las mujeres significaba asumir que el funcionamiento sexual es esencialmente el mismo en ambos sexos. Se trata esta de una presuposición que refleja la aceptación del conocido modelo del ciclo universal de respuesta sexual humana de Masters y Johnson (1966). Después de todo, si somos básicamente iguales, el efecto vasodilatador del citrato de sildenafil debería también funcionar para los trastornos sexuales de las mujeres. Sin embargo, evaluar la eficacia del fármaco para los problemas sexuales femeninos resultó ser mucho más difícil de lo esperado.

Tras el fracaso de Viagra, y como consecuencia de las dificultades metodológicas y conceptuales encontradas en los sucesivos episodios de la búsqueda del “viagra rosa”, los investigadores y las empresas farmacéuticas fueron desplazando el objetivo terapéutico (del flujo sanguíneo a los neurotransmisores pasando por las hormonas) y focalizando en las especificidades de la sexualidad femenina frente al énfasis en las similitudes de épocas anteriores.

En esta historia, los medicamentos se desarrollaron en paralelo a las imágenes sobre la naturaleza de los hombres, las mujeres, sus cuerpos y sus mentes. Mientras que los problemas sexuales de los hombres parecían simples, se diagnosticaban de una forma sencilla y resultaron tener un tratamiento fácil y efectivo, la sexualidad de las mujeres se mostraba más compleja y contaminada por factores sociales y psicológicos. Y, sin embargo, esta complejidad no obstaculizó la continuidad del programa de investigación sobre la píldora mágica para las mujeres, que ha tenido su primer éxito con la polémica aprobación de Addyi en agosto de 2015 para el tratamiento del deseo sexual hipoactivo en las mujeres. En esta obra, seguiremos los intentos de las compañías farmacéuticas de encontrar un producto para las mujeres con tanto éxito como Viagra para los hombres. En la búsqueda de la solución farmacológica a los problemas sexuales de las mujeres, tanto la definición de la disfunción sexual femenina como los criterios de éxito de los medicamentos propuestos han ido sufriendo continuas modificaciones para hacer frente a las dificultades que surgen de la resistencia de los cuerpos de las mujeres al “modelo viagra”. En cada intento y cada fracaso sucesivo, las categorías diagnósticas y los criterios de éxito son modelados y remodelados para acoplarse a los efectos de los medicamentos (González García, 2014b). Como resultado, se resquebraja la convicción sobre la que se había edificado la sexología médica contemporánea de que el funcionamiento sexual es básicametne similar en las mujeres y los hombres. Ciertas creencias comunes, como la de que la sexualidad femenina es más emocional y la masculina más genital, regresan a la literatura científica. Estos estereotipos revisados se refuerzan en las interacciones complejas entre cuerpos y medicamentos, mujeres, investigadores, médicos y compañías farmacéuticas.

La investigación reciente sobre la disfunción sexual femenina plantea cuestiones relevantes en el campo de los estudios sobre ciencia y los análisis feministas recientes sobre la corporalidad. Por una parte, representa un ejemplo paradigmático de la “extensión de la jurisdicción médica sobre la salud” (Clarke et al., 2010; Fishman, 2004) que caracteriza el proceso de biomedicalización en las sociedades occidentales. En este sentido, y como una de las formas que adopta la biomedicalización, el interés en redefinir la disfunción sexual femenina se ha criticado como una estrategia de las empresas farmacéuticas para “promocionar enfermedad” (disease mongering) con el objetivo de aumentar la venta de medicamentos (Moynihan, 2003; Payer, 1992; Tiefer, 2006). Por otra parte, los cambios en la identificación de la raíz orgánica de los problemas sexuales de las mujeres, desde un problema vascular a uno hormonal y de las hormonas a los neurotransmisores, siguiendo las promesas de diferentes fármacos, apuntan a la persistencia de otra de las concreciones de la biomedicalización, lo que Barbara Marshall (2009) ha denominado “imaginación farmacéutica” y su influencia en la conceptualización de los trastornos. Para la lógica farmacéutica, en la era post-Viagra, cada disfunción sexual ha de tener una base orgánica y una solución farmacológica.

La literatura sobre promoción de enfermedades e “imaginación farmacéutica” identifica y denuncia las prácticas de la investigación biomédica y la industria farmacéutica encaminadas a ampliar sus mercados, pero en su exploración emergen también temas centrales en los estudios sobre ciencia relacionados con cómo actúan y cómo se representan los cuerpos en los orígenes de nuevas enfermedades. Así, la coproducción de enfermedades, medicamentos y pacientes que ocurre en el proceso de la búsqueda del viagra femenino se presenta como una ubicación idónea para explorar estas cuestiones. Los enfoques en el campo de los estudios sobre ciencia que han descrito la práctica científica como la interrelación entre elementos heterogéneos (tanto humanos como no humanos) que se producen al tiempo que son producidos serán de utilidad para el análisis de este caso (véase, por ejemplo, Pickering, 1995 y 2008). La imagen de Pickering (1995) de la práctica científica como una “danza de agencias” cuya coreografía se desarrolla al ritmo de los procesos de “resistencia y acomodación” entre las agencias en juego resulta apropiada para dar cuenta de los distintos movimientos en la búsqueda del viagra rosa. Esta historia, además, plantea también cuestiones de género que están en el núcleo de los debates feministas contemporáneos sobre el cuerpo, y que nos devuelven a la eterna pregunta acerca de si los hombres y las mujeres somos iguales o diferentes. Al abordar estas cuestiones, siguiendo el trabajo de Celia Roberts (2007), Barbara Marshall (2009) y Anne Fausto-Sterling (2000), los cuerpos de las mujeres no aparecen como recipientes pasivos de los intentos de las empresas farmacéuticas de vender más medicamentos, sino como agentes activos en la producción de sexos y géneros.

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