17 de octubre de 2020

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Jorge Úbeda Gómez, Universidad Complutense de Madrid

La comparación profesional entre la medicina y la docencia es frecuente, pues ambas son profesiones que comparten algunos rasgos en común. El más destacado de todos ellos es que no son ni disciplinas teóricas ni ciencias aplicadas. Son prácticas, clínicas en medicina y educativas en la docencia, que tienen como fin responder ante una necesidad humana que se presenta, siempre, de modo individual y en una situación concreta: la salud y la educación.

Ambas necesidades constituyen los bienes más preciados a proteger y promover en una sociedad que se dice del bienestar, al mismo tiempo que justa. Podemos entender, entonces, el papel decisivo que ambas profesiones tienen para el sostenimiento y desarrollo de nuestra sociedad.

Hace ya más de cuatro décadas que la medicina asumió un enfoque de su actividad basado en las evidencias disponibles que ha propiciado un crecimiento exponencial del conocimiento médico disponible. Al mismo tiempo, ha permitido el desarrollo de prácticas clínicas probadas y contrastadas con muestras significativas de pacientes y apoyadas sobre investigaciones realizadas por los propios médicos.

La profesión docente, sin embargo, todavía no ha asumido este enfoque que convierta a la profesión en creadora de conocimiento educativo. Esto se articula estableciendo un cuerpo de prácticas educativas experimentalmente probadas, con muestras adecuadas de estudiantes y centros educativos y contrastadas con la investigación científica disponible.

Observación y reflexión de los docentes

La práctica educativa basada en la evidencia constituye una dinámica compleja y cooperativa entre dos fuentes de conocimiento. Por un lado, la observación directa y la reflexión que los docentes realizan acerca de su práctica. Por otro, las evidencias disponibles que provienen desde aquellos campos de la investigación científica dedicados a la descripción y explicación del fenómeno educativo que pueden ir desde la psicología cognitiva hasta la sociología escolar.

Gracias a la investigación científica los docentes pueden aumentar su capacidad reflexiva y encontrar criterios que les permitan decidir mejor respecto de las metodologías, la relación con sus estudiantes o la gestión del centro escolar. Al mismo tiempo, la investigación científica recoge la observación y reflexión de los docentes sobre su práctica como una de las fuentes privilegiadas para delimitar las preguntas científicas adecuadas y para obtener los datos que justifiquen sus futuras conclusiones.

La explosión de la innovación educativa

Que esta descripción se refiera a la realidad de la práctica docente es todavía un desiderátum lejano. En la última década hemos asistido a una eclosión de la innovación educativa, entendida casi siempre desde los modelos de innovación disruptiva que provienen de las empresas tecnológicas, que han hecho proliferar metodologías variadas, como la Flipped Classroom o el Aprendizaje basado en proyectos, que se autodenominan activas y que tienen más antigüedad de la que se sospecha.

¿Metodologías eficaces?

Tales metodologías se han puesto en marcha en muchos centros sin un plan adecuado de seguimiento y evaluación posterior. Para reforzar este impulso innovador se ha buscado apoyo en teorías de la inteligencia, como la famosa teoría de las inteligencias múltiples de Gardner o incluso en la neurociencia, diseminando neuromitos sobre el cerebro y el aprendizaje.

En los últimos años la educación ha vivido sometida al vaivén de modas educativas que no venían acompañadas de pruebas acerca de su eficacia ni de investigaciones científicas que sustentaran, con pruebas, las teorías que rápidamente se querían convertir en propuestas educativas.

Muchos profesores han asistido atónitos a esta celebración de la innovación en la que ha faltado un invitado: el conocimiento educativo que proviene de la investigación científica y de la práctica docente reflexionada. Sin embargo, se está desarrollando una conciencia creciente desde el ámbito profesional y científico con respecto a la necesidad de dar pasos más decididos hacia una práctica educativa informada por la evidencia disponible.

Evidencia en las decisiones políticas

Y no solo las evidencias deben llegar a las aulas, también deben hacerse presente en los centros de decisión política, colonizados en nuestro país desde hace ya demasiado tiempo por intereses, no ya ideológicos, si no directamente electorales.

No obstante, las evidencias y pruebas no resuelven todas las cuestiones que tiene planteada la educación, como tampoco lo hacen en el ámbito médico. Sin conocimiento científicamente contrastado no es posible desempeñarse adecuadamente como docente y, por tanto, ponemos en riesgo el presente y el futuro del aprendizaje de nuestros estudiantes, pero solo con este conocimiento no damos respuesta adecuada a las preguntas, también decisivas para la práctica educativa, acerca de los fines de la educación, los valores y los contenidos que deben ser enseñados y aprendidos.

Daniel Willingham, uno de los impulsores de una educación basada en la evidencia, lo deja bien claro en muchas de sus publicaciones. La profesión docente necesita las evidencias para hacer mejor su trabajo y para no dejarse seducir por modas educativas de dudosa eficacia y cuestionable coste económico y personal.

La actual situación escolar provocada por la COVID 19 pone aún más de manifiesto esta necesidad de disponer del mejor conocimiento posible y de que los profesores compartan, también, el fruto de su observación y reflexión sobre la práctica.The Conversationhttp://theconversation.com/es/republishing-guidelines —>

Jorge Úbeda Gómez, Profesor asociado de Filosofía y Educación., Universidad Complutense de Madrid

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.