17 de abril de 2019

Las acciones destinadas a aumentar la representación femenina en puestos de poder son, tradicionalmente, objeto de críticas, algunas de ellas, sobre su efectividad para potenciar la competitividad de las mujeres. Un experimento con estudiantes de una universidad austriaca ha probado que ellas sí se animan a competir cuando se las apoya con incentivos y cuotas.

SINC - Existe una realidad evidente: las mujeres están poco representadas en los puestos más altos, tanto en la empresa como en la política y el ámbito académico. El motivo no está del todo claro. Según estudios recientes, puede que estén menos dispuestas a participar en entornos competitivos, aunque se encuentren igual de preparadas que los varones.

Con el objetivo de contrarrestar esta situación algunas empresas e instituciones públicas implementan políticas de acción afirmativa, que pretenden aumentar la representación de las mujeres a través de mecanismos de selección.

Pero no está claro si la discriminación positiva hace que ellas, efectivamente, reaccionen compitiendo más. Para esclarecer este punto, un grupo de investigadores ha diseñado un experimento mediante el que han evaluado la respuesta de hombres y mujeres ante cuatro tipos distintos de intervención en un torneo. Ahora sus resultados se publican en Science.

“Nuestro estudio muestra que muchos de los prejuicios contra los programas de acción afirmativa son falsos”, afirma a SINC Matthias Sutter, de la Universidad de Innsbruck (Austria). Al incluir intervenciones, entraban más mujeres en la competición y, por tanto, se ampliaba la representación en los primeros puestos. Además, esto no reducía la calidad de los ganadores ni tampoco afectaba negativamente a los hombres.

Sutter y su equipo también se han ocupado de evaluar los eventuales efectos secundarios de estas acciones. “Nadie antes que nosotros ha tratado científicamente la cuestión de cómo la intervención puede afectar a la posterior colaboración dentro del equipo seleccionado, aunque este sea uno de los aspectos más importantes de toda la discusión”, subraya Sutter.

Concurso de aritmética

Para su experimento, los autores contaron con un grupo de 360 estudiantes universitarios a los que se planteó un torneo de aritmética. Se dividieron en grupos de seis, con tres hombres y tres mujeres.

Los sujetos tenían que decidir si recibían un premio al resolver correctamente el problema o si optaban a una recompensa tres veces superior por cada acierto, dentro de una competición. “Podían obtener un premio directo de 0,5 euros por cada respuesta correcta, independientemente de cómo lo hiciera el resto, o podían entrar en un sistema competitivo con mayores ganancias”, relata Sutter.

Solo dos ganadores recibirían una mayor suma de dinero: 1,50 euros para los dos mejores aciertos. Los otros cuatro no ganaban nada. Sobre este planteamiento, los investigadores aplicaron cinco políticas distintas: una de ellas no tenía en cuenta ninguna diferenciación respecto al sexo y el resto incluían prácticas de acción afirmativa de cuatro formas distintas.

En todos los casos, las intervenciones afectaron de manera positiva en los resultados finales: aumentó el número de mujeres entre los ganadores y el trabajo producido era igual de bueno. Tras la competición, los estudiantes realizaron un ejercicio conjunto para comprobar la confianza mutua tras haber aplicado la discriminación positiva.

Los economistas comprobaron que ninguna de las intervenciones afectaba negativamente al posterior trabajo en equipo. “Planteamos un juego sencillo de coordinación, una vez que todos sabían con qué tipo de políticas habían competido”, explica Sutter. “Aunque hubiera sido fácil discriminar a cualquier miembro del equipo, sorprendentemente nadie lo hizo”.

Distintas líneas de política

La primera medida que aplicaron fue establecer una cuota, es decir, determinar que uno de los dos ganadores sería una mujer, independientemente del resultado. Dos de las acciones fijaban ciertos incentivos que suponían un trato preferente para las chicas.

Por último, se estipuló de antemano que el torneo se repetiría si no ganaba al menos una mujer. Los resultados mostraron que los tres primeros tipos de acciones fomentaban la entrada de las chicas en la competición y que, una vez allí, lo hacían al menos tan bien como los hombres. El último no tuvo efecto sobre la predisposición de las mujeres a competir.

“Sin la intervención, el número de mujeres que quisieron competir era la mitad que los hombres. En tres de los cuatro tratamientos la cantidad de mujeres que compitió fue significativamente más alta, mientras que no se detectaron efectos significativos en los varones”, resume el investigador.

Según los autores, las ganadoras habrían podido obtener su victoria sin los puntos extra que les dieron como incentivo para animarlas a competir. “Quitando esos puntos, todavía su resultado era igual o mejor que el de ellos, es decir, tenían la calificación suficiente por sí mismas”, asegura Sutter.