11 de abril de 2022

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Ignacio Megías Quirós, Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud

Resulta sencillo encontrar lugares comunes sobre la adolescencia: etapa difícil, de descubrimientos, pero también de desvelos y sufrimientos, de complicada gestión emocional en la que se tiende al desapego familiar y al conflicto.

Para analizar el tipo de discursos y representaciones sociales que se esconden tras estas y otras ideas, el equipo de Sociológica Tres hemos realizado para el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud el estudio Entre la añoranza y la incomprensión. La adolescencia del siglo XXI desde las percepciones del mundo adulto.

Este informe refleja la percepción de la adolescencia en la sociedad actual, basado tanto en los discursos de las personas mayores como en una encuesta a población entre los 25 y los 65 años de edad. A partir del análisis que ofrece dicha investigación se pueden apuntar tres pilares sobre los que se asentarían las percepciones generales al respecto.

Indiferenciación, estereotipos, y la mirada distorsionada

Cuesta hablar sobre la adolescencia. Existe cierta incapacidad para diferenciar claramente el universo adolescente del juvenil en general, como si se saltara desde la infancia a la juventud, obviando la importancia de una etapa diferente. Además, desde la tendencia a hablar de los y las adolescentes como un colectivo indiferenciado, y pasando por alto las grandes distancias que se producen de un año a otro entre los 12 y los 16 o 17.

Esto se hace desde la añoranza de un escenario utópico (la juventud propia), que proyecta los análisis sobre la adolescencia actual en clave de pérdida. En la comparación entre lo que fue y lo que es la adolescencia como etapa vital predomina una imagen bastante benévola del propio pasado, para atribuir características negativas a los y las adolescentes actuales (consumistas, individualistas, menos responsables, menos respetuosos, más hedonistas…).

Este “efecto hoy en día” se realiza con independencia de la edad de la persona con la que hablemos, de tal manera que siempre habrá una generación posterior sobre la que proyectar la pérdida de valores y los malos hábitos. Ello, pasando por alto que los diferentes contextos sociales e históricos (por ejemplo, en relación al mercado laboral o de la vivienda, los diferentes modelos educativos, el escenario tecnológico, etc.) impiden determinadas generalizaciones, que siempre inclinan el peso de la balanza sobre quienes aún están en proceso de crecer y madurar.

En este sentido, se llega a sobreactuar la diferencia respecto a la adolescencia actual, aludiendo a escenarios sociales con otra jerarquía de valores y tecnológicamente menos condicionados. Esto resulta curioso y significativo cuando se realiza desde jóvenes veinteañeros que no tienen tan lejana su propia adolescencia y, evidentemente, ya han crecido en la sociedad de las redes sociales e internet.

El chivo expiatorio de los valores negativos

Desde esa perspectiva, resulta sencillo que los y las adolescentes se constituyan en el chivo expiatorio de buena parte de los valores “negativos” que son contradictorios e incómodos para la sociedad, algo que alimenta su estigmatización, incluso dentro del colectivo juvenil.

Esto se compagina con la generación de estereotipos comerciales en torno a hábitos, modas, modelos de comportamiento y valores, que provocan que la adolescencia sea tanto un nicho de mercado como una mercancía en sí misma. Mientras, los y las adolescentes se acomodan en esos estereotipos, toda vez que se sienten legitimados y desresponsabilizados, precisamente porque resulta fácil, y nadie se sorprenderá si se comportan como se espera de ellos y ellas.

La sociedad adulta pone el foco en los riesgos y las pérdidas, y adopta una postura a la defensiva: frente a la adolescencia, mejor preparase para lo peor, pues es una etapa problemática que es necesario “superar”, casi como una enfermedad transitoria que “hay que pasar”. Y, como pasará, no preocupan las molestias efímeras o los quebraderos de cabeza que pueda generar en el presente, que además parecen justificar que se alimente la estigmatización y los estereotipos.

Está claro que esta tendencia a la problematización entorpece la buena comunicación entre personas adultas y adolescentes y dificulta que se observe el potencial de esos años como una oportunidad para el desarrollo positivo.

Relaciones familiares y conflicto

Resulta evidente que el análisis sobre la adolescencia como periodo vital que realizan quienes son madres y padres parte del tipo de relación que tienen, han tenido o creen que van a tener con sus hijos e hijas adolescentes, más que con su propia experiencia adolescente.

Desde los discursos, se pone de manifiesto que parte importante de las percepciones adultas tienen que ver con las inseguridades de padres y madres que se enfrentan a la educación de hijos e hijas en pleno cambio, a una comunicación familiar más complicada, incómoda y hermética y a procesos de desapego por los que los progenitores pierden protagonismo como referente para los y las adolescentes. Miedo a perder el control de la educación, a que sus hijos e hijas sean unos completos desconocidos y a que les desborden los problemas.

Desde los datos cuantitativos se constata cómo tener hijos e hijas segmenta parte de las visiones del periodo adolescente, haciendo hincapié en las dificultades y en las sensaciones más ambivalentes.

Sin embargo, el hecho de que la adolescencia sea una etapa conflictiva en relación a la familia, siendo una posición importante, no es mayoritaria. La manifestación de desencuentros tiende a circunscribirse a cuestiones relativas a la organización de tareas domésticas, el uso de internet y redes sociales y los estudios. Un tira y afloja que establece una relación de “enemigos íntimos” que requiere del esfuerzo de las personas adultas para aprender a compartir experiencias y generar espacios de autonomía.The Conversationhttp://theconversation.com/es/republishing-guidelines —>

Ignacio Megías Quirós, Investigador social, codirector de Sociológica Tres, Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.