26 de mayo de 2020

Jorge William Tigrero Vaca. Guayaquil-Ecuador. Comunidad de Educadores de la Red Iberoamericana de Docentes.
El presente artículo aborda una reflexión sobre cómo diversas situaciones en el entorno educativo originadas como consecuencia del COVID-19 deben ser afrontadas con una pertinente Educación para la Cultura Científica.

En Ecuador, al igual que el resto del mundo, vivimos duros momentos producto del COVID-19; sin embargo, esta pandemia ha sacudido muchos avisperos y hay dos escenarios duramente golpeados no solo por este virus, si no por un mal que se ha alimentado de nuestros pueblos durante cientos de años: la corrupción.

Que en un país donde escasean los recursos para comprar medicinas y atender a los enfermos, existan personas que roban fondos destinados para la salud es realmente deplorable; pero hay otro escenario que lamentablemente siempre es uno de los más golpeados e indefensos, me refiero al sector de la educación.

En mi lindo Ecuador, se han recortado los presupuestos de todas las universidades públicas, los docentes vivimos un ambiente de profunda incertidumbre, en el que cientos de familias enfrentan pérdidas irreparables por el virus y a esto se suman despidos, asignaciones de más horas de trabajo, reducción de sueldos y una profunda inestabilidad.

En este contexto, surgen varias preguntas, podría enfocarse el análisis a reprochar semejante barbarie de recorte presupuestario y maltrato al docente; pero quiero aprovechar para resaltar que este año, en el que celebramos a la Educación para la Cultura Científica, constituye una prioridad interiorizar en nuestras prácticas docentes la necesidad de una constante actualización de conocimientos y volcar todos nuestros esfuerzos en luchar por una mejor educación, la única solución a todos estos males sociales que tanto nos aquejan.

Para abordar este tema quiero citar un caso que considero importante para entender la cómo la formación en cultura científica es indispensable para sobreponerse en este tiempo tan convulsionado. Me refiero a un grupo de docentes, en su mayoría pertenecientes al sector público, que iniciaron sus estudios de maestría en una universidad privada de Guayaquil, justo al comienzo de esta pandemia. Es decir, empezaron su formación afrontando la transición contrarreloj de un sistema prioritariamente presencial a un proceso acelerado de virtualización.

La experiencia es común en muchos escenarios, pero estos docentes eligieron formarse en un ámbito totalmente conectado con la Educación para la Cultura Científica, ellos entendieron que, en estos tiempos, la tecnología debe ser un aliado indispensable en todo proceso educativo; por ello, decidieron formarse en una maestría en Tecnología e Innovación Educativa.

El análisis de un panorama educativo en el cual no hay una inversión clara hacia la educación y menos hacia la actualización constante en temas tecnológicos, puede resultar de lo más desalentador, pero este grupo de profesores entendió que esas condiciones no son excusa para seguir aumentando el número imparable de personas que se cruzan de brazos ante el futuro y solo llenan su accionar de quejas.

Muchos de ellos confiesan tener varias falencias en temas vinculados al uso de tecnología en sus clases sumado al estrés de virtualizar sus materias sin una capacitación previa para poder formar a estudiantes que en muchas ocasiones carecen de conectividad o de una computadora en sus casas. Todo esto se convierte en una encrucijada. Pero ellos entendieron que poder estructurar espacios colaborativos de aprendizaje es la única forma de generar fuerza y sinergia ante el escenario gris que vive la educación durante esta pandemia.

La cultura científica, entendida como la búsqueda del conocimiento mediante la ciencia, se ha convertido en el faro de aquellos profesionales que cansados de todas las barreras físicas o de recursos de los sistemas convencionales, encuentran en el uso de la tecnología una vía para el verdadero desarrollo del conocimiento. Este grupo inició este recorrido cumpliendo con las tareas, desarrollando aprendizajes y desde el día uno empezaron a formar comunidades enfocadas en el desarrollo de conocimientos, espacios para intercambiar saberes y practicar lo aprendido mediante todas las herramientas disponibles, no solo ámbitos virtuales para charlar, si no que, semana a semana, compartían recursos, consejos, usos de aplicaciones, materiales y cualquier herramienta que podía servir a todos los miembros para desarrollar sus competencias digitales y saberes necesarios para afrontar cualquier condición adversa.

Este es solo un ejemplo de lo que como docentes debemos hacer para conmemorar este año dedicado a la Educación para la Cultura y afianzar en nuestras prácticas diarias ese deseo constante de superación, para afrontar las duras condiciones de estos tiempos con el arma más poderosa que tiene el ser humano: el conocimiento.