9 de septiembre de 2020

Antonio García-Carmona. Góndola, Enseñanza y Aprendizaje de las Ciencias15(1), 5-7
En 1974, el físico Richard P. Feynman pronunció un discurso en el que acuñó la célebre frase ciencia del culto a la carga (FEYNMAN, 1974) para referirse a aquellas teorías que, a pesar de que no funcionan, se promueven y aceptan por gran parte de la sociedad. Esto lo hacía para alertar de los peligros de las pseudociencias que imperaban por aquel entonces, incluyendo algunos estudios pedagógicos. Casi tres décadas después, el pedagogo E. Donald Hirsch Jr. (2002) rememoraba el discurso de Feynman para reflexionar sobre aquella investigación educativa que, incluso estando bien planificada y desarrollada, no provee un conocimiento confiable y utilizable para el aula.

Lamentablemente, lo comentado por Hirsch en su reflexión sucede a menudo en el ámbito de la enseñanza de las ciencias. Basta con tener una mirada algo atenta para percatarse de que, con cierta regularidad, se impulsan planteamientos didácticos sin un respaldo científico de su eficacia. Sobre todo, una eficacia ligada al contexto; porque la educación científica es un campo de investigación social, y propuestas que pueden funcionar en un contexto educativo determinado, no tienen por qué hacerlo en otros con características diferentes.

Ocurre lo que sería impensable en otros ámbitos. ¿Qué diríamos si los servicios de salud promoviesen entre su personal médico la prescripción de medicamentos cuya eficacia no ha sido clínicamente probada? Se podrían citar muchos ejemplos de planteamientos didácticos que irrumpen en la enseñanza de las ciencias, y que no han sido validados previamente con las garantías científicas suficientes. A continuación, comentaremos algunos de ellos de manera breve.

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