31 de mayo de 2022

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Guillermo López Lluch, Universidad Pablo de Olavide

Mi padre fumó en pipa durante un tiempo y recuerdo perfectamente esa sustancia negra y pegajosa que se quedaba adherida al filtro del artilugio: el alquitrán. Ahora piensen en esa sustancia entrando en sus pulmones y pegándose a sus paredes. Repugnante, ¿verdad?

Con los incontables estudios disponibles sobre los efectos del consumo de tabaco en la mano, convencernos sobre los daños que produce debería ser pan comido. Las células que forman nuestros tejidos, órganos y sistemas son sensibles a los efectos de agentes externos tóxicos. Y por todos es sabido que el tabaco contiene muchos, aparte del alquitrán.

Lo peor es que muchos fumadores no solo lo asumen, sino que obvian que su consumo afecta gravemente a las personas de su alrededor.

Propongo a continuación hacer un viaje acompañando al humo del tabaco que entra en nuestro cuerpo para ver sus efectos –demostrados por la ciencia– sobre nuestras células.

Primeros efectos en la boca y la faringe

Cuando el humo del tabaco entra en nuestro organismo, las primeras células que lo reciben son las de la boca, la nariz y la garganta. Las hasta 50 sustancias carcinogénicas que contiene este humo se diluyen rápidamente en la saliva y los fluidos nasales. De este modo llegan prácticamente a todas las células del epitelio de la boca, la nariz y la garganta.

Entre otros efectos, estas sustancias producen daño oxidativo, muerte celular y, en el peor de los casos, se introducen en el ADN provocando roturas y otros daños que, al ser reparados, dan lugar a mutaciones que pueden desencadenar cáncer.

Por tanto, no es de extrañar que el consumo de tabaco sea uno de los factores de riesgo más importantes en el octavo tipo de cáncer más mortal: el cáncer oral.

Además, el tabaco induce cambios en las funciones del sistema inmunitario que agravan la respuesta a infecciones por diversos microorganismos. Estos efectos sobre el sistema inmunitario también están relacionados con una mayor predisposición a sufrir cáncer.

A todo ello hay que sumarle que el tabaco nos hace perder las capacidades olfativas y gustativas, manteniendo un sabor amargo casi continuo en la boca. ¿Por qué? Todo apunta a que tiene que ver con la pérdida de la capacidad de transmisión nerviosa de los órganos sensoriales.

Daños a nivel pulmonar

Desde hace tiempo se sabe que el humo del tabaco provoca en el pulmón una serie de síntomas que se agrupan en la llamada enfermedad crónica obstructiva pulmonar o EPOC. En esta enfermedad, el desequilibrio provocado por el tabaco sobre las células epiteliales hace que generen más mucosidad y que sea más densa. Además, debido al daño directo del tabaco sobre el tejido que mantiene la estructura del pulmón, se obstruyen los bronquios y bronquiolos, generando síntomas de asfixia.

Por si fuera poco, las personas con EPOC tienen mayor predisposición a sufrir enfermedades cardiovasculares y, de nuevo, cáncer de pulmón.

Macrófagos negros de alquitrán

Ya he evocado al principio la imagen de la pipa de mi padre, negra y pegajosa por el alquitrán.

Sucede que el pulmón es rico en macrófagos que reaccionan a los ataques generando respuestas inflamatorias. Pues bien, esos macrófagos acaban ingiriendo el alquitrán del tabaco y mueren cargados de esta sustancia acumulándose y dando ese aspecto negro característico del pulmón de fumador.

El humo del tabaco también trastoca la actividad de los macrófagos. Concretamente reduce su capacidad para defender al organismo frente a diferentes agentes, especialmente virus, pero también células cancerosas. Y volvemos otra vez a lo mismo: al final aumenta el riesgo de padecer cáncer de pulmón.

Visto lo visto, no cabe duda de que existe una relación directa entre el consumo de tabaco y el cáncer de pulmón, uno de los más agresivos. Su supervivencia a 5 años varía (según el tipo de célula afectada) entre el 60% y el 25% y causa más de un millón de muertes al año en todo el mundo.

Nicotina: efecto sobre las neuronas y dependencia

Que fumar tenga efectos placenteros se lo debemos a la nicotina, un alcaloide presente en el tabaco. Actúa estimulando en las neuronas a los receptores nicotínicos, unos canales iónicos que responden a sustancias que transmiten la información entre las neuronas.

Como en cualquier otro compuesto que estimula receptores de neurotransmisores en las neuronas, la estimulación permanente lleva a un proceso de desensibilización de las neuronas. Implica que las neuronas reducen la cantidad de receptores o cambian su sensibilidad al estimulante, por lo que para obtener la misma respuesta se necesita cada vez más cantidad de estímulo. Cuando esto ocurre, estamos ante un caso de dependencia.

Lo peor es que el proceso de desensibilización puede llevar no solo a una dependencia de la nicotina sino también a otras enfermedades como la pérdida de memoria o la miastenia gravis, enfermedad caracterizada por la debilidad y fatiga muscular debida a una falta de comunicación efectiva entre nervios y músculos.

También se han asociado otros problemas como un mayor riesgo de esquizofrenia o psicosis, depresión y ansiedad. A todo ello se añade que la afección neuronal puede provocar dolor neuropático, es decir, un dolor relacionado con el sistema nervioso.

En resumen, el beneficio del consumo de tabaco es prácticamente nulo frente a los múltiples daños que produce en las células y los graves problemas de salud que desencadena. Y, sin embargo, muchas personas introducen en su organismo de forma voluntaria todos los compuestos perjudiciales que conlleva el tabaco. Al menos, que no sea por falta de información.The Conversationhttp://theconversation.com/es/republishing-guidelines —>

Guillermo López Lluch, Catedrático del área de Biología Celular. Investigador asociado del Centro Andaluz de Biología del Desarrollo. Investigador en metabolismo, envejecimiento y sistemas inmunológicos y antioxidantes., Universidad Pablo de Olavide

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.