18 de diciembre de 2021

Shutterstock / Lightspring

José A. Morales García, Universidad Complutense de Madrid

Hace unos meses, mi conexión a internet empezó a dar problemas. Y ya sabemos lo que pasa: podemos estar sin agua, comida o calefacción, pero no sin internet. Al principio era muy leve: a ratos, la conexión iba despacio, luego volvía a ser normal para después estropearse otra vez. A medida que pasaban los días, el problema se fue agravando, disminuyendo la velocidad y perdiendo la conexión durante largos periodos de tiempo. ¡Así no hay quien trabaje, ni estudie, ni vea una serie!

El problema debe ser importante, puesto que el personal técnico lleva días levantando la acera. Hasta que un día llega la mala noticia: “la avería es grave”.
Por lo visto, una plaga de ratas en el barrio lleva un tiempo mordisqueando la envoltura que protege la fibra óptica. Al principio, fue solo un poco y por eso internet, aunque estuviese perdiendo velocidad, seguía funcionando. Hasta que las ratas acabaron con toda la envoltura y la comunicación se cortó del todo.

La mielina: el gesto de amistad de los oligodendrocitos

La amistad es darle a un amigo lo mejor que tú tienes. Esto es lo que deben pensar los oligodendrocitos, unas pequeñas células que tenemos en el sistema nervioso y que son grandes “amigas” de las neuronas. Tanto, que lo dan todo por ellas.

Curiosamente la primera descripción en un artículo científico que se realizó sobre los oligodendrocitos la hizo un español, Pio del Río Hortega, gracias a un nuevo método de tinción con carbonato de plata que él mismo diseñó. Un año más tarde, Del Río Hortega predijo que los oligodendrocitos podrían estar implicados en procesos de mielinización. Y no se equivocaba.

Es precisamente esa mielinización la gran muestra de amistad entre los oligodendrocitos y las neuronas. Las neuronas son las células del sistema nervioso encargadas de transmitir información en forma de impulso eléctrico.

Esa información viaja a través de una prolongación de la neurona que se llama axón. Y ahí radica su importancia, puesto que gracias al axón la información pasa de una neurona a otra, llegando a todos los rincones del sistema nervioso. De igual manera que la fibra óptica nos trae internet a casa.

Tan importante es el axón, que los oligodendrocitos lo protegen durante su recorrido, “abrazándolo” y formando a su alrededor una capa protectora que se llama mielina.

La mielina aísla al axón de todo aquello que lo rodea, poniéndolo a salvo. Pero también favorece la transmisión de información de una neurona a otra, de igual manera que la envoltura que rodea la fibra óptica la protege, permitiendo que internet llegue a nuestra casa de manera rápida y eficaz.

Vaina de mielina que rodea el axón neuronal en un individuo sano (izquierda) y en un paciente de esclerosis múltiple (derecha). Shutterstock / BlueRingMedia

Sistema inmunitario confuso

Pero no todo es tan bonito como parece. Y es que a veces nuestro sistema inmune, al igual que las ratas con la fibra óptica, destruye la vaina de mielina que rodea los axones.

Pero no lo hace aposta. El sistema inmune es el encargado de proteger a nuestro organismo de agentes patógenos. Y eso es lo que ocurre, que el sistema inmune confunde la mielina con “algo” que nos quiere hacer daño y pone en marcha toda su maquinaria para acabar con ella. De esta manera, la mielina va desapareciendo poco a poco, dejando en su lugar múltiples cicatrices (esclerosis).

Cuando esto ocurre, se interrumpe la comunicación entre las neuronas y la información no llega bien al sistema nervioso, como internet en nuestra casa. Así es como aparece una enfermedad que se conoce como esclerosis múltiple.

En torno a 55 000 personas en España padecen la enfermedad y el 18 de diciembre se celebra su Día. Suele diagnosticarse entre los 20 y los 40 años y la prevalencia es más del doble en mujeres que en hombres.

Genética y ambiente, tándem de su desarrollo

Hasta el momento, se desconoce la causa que provoca que el sistema inmune ataque a la mielina. Aunque es cierto que hay un componente genético –se han identificado más de 200 genes que pueden hacer más susceptible a una persona a desarrollar la enfermedad–, la esclerosis múltiple no es una enfermedad hereditaria. La ciencia apunta a que se produce por una combinación de factores genéticos y ambientales.

Entre los factores ambientales destacan determinadas infecciones víricas (virus de Epstein Barr), el estilo de vida (obesidad), la vitamina D, incluso la latitud.

Y es que los estudios epidemiológicos demuestran que esta enfermedad es menos frecuente en regiones cercanas a la línea del ecuador, donde la incidencia de la luz solar es mayor. Esto está estrechamente relacionado con la vitamina D. A menor luz solar, menos producción de vitamina D y, por tanto, una mayor predisposición a sufrir la enfermedad, tal y como ocurre en los países nórdicos.

Síntomas que dificultan su diagnóstico

Existe mucha variabilidad en cuanto a su sintomatología. Al igual que cada persona es un mundo, las manifestaciones clínicas de la esclerosis varían mucho entre individuos y dependen mucho del área del sistema nervioso afectada.

Pese a todo, hay síntomas comunes como problemas de visión, fatiga, debilidad, dificultad al tragar, desequilibrio, problemas cognitivos y de coordinación o vértigos.

Estos síntomas son comunes a otras muchas patologías, por lo que el diagnóstico muchas veces no es sencillo. De hecho, esta enfermedad no se detecta con una única prueba y es necesario un examen físico y neurológico completo.

En este sentido, gracias a la resonancia magnética por imagen podemos “ver” el sistema nervioso central y detectar aquellas cicatrices que se producen como consecuencia de la destrucción de la mielina.

En busca de una cura

En la actualidad existen varios tratamientos para la esclerosis múltiple que, aunque no curen la enfermedad, están diseñados para modificar su curso, disminuyendo las lesiones o cicatrices de la vaina de mielina y, por tanto, evitando la aparición y la severidad de algunos síntomas.

Mientras el personal técnico arregla la avería con internet e intenta averiguar por qué las ratas han acabado con el cableado de fibra óptica, cientos de laboratorios en todo el mundo investigan las causas de la esclerosis intentando desarrollar un tratamiento que proteja a la mielina y evite que el sistema inmune la dañe.

Nuestro internet siempre acaba volviendo. La mielina, de momento, no. Por eso, es de vital importancia seguir apoyando, sobre todo económicamente, la investigación científica. Porque ya lo hemos visto en este año que estamos a punto de concluir: sin ciencia no hay futuro.The Conversationhttp://theconversation.com/es/republishing-guidelines —>

José A. Morales García, Profesor e Investigador Científico en Neurociencias, Universidad Complutense de Madrid

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.