12 de septiembre de 2021

Shutterstock / David Herraez Calzada

Concha Mateos, Universidad Rey Juan Carlos

Los efectos del cambio climático son hechos. Los efectos de la comunicación son percepciones. Una percepción existe si alguien la tiene, por tanto, siempre va a ser subjetiva y cambiante en el tiempo.

Después de medio siglo de esfuerzos comunicativos por difundir las certezas científicas sobre la crisis climática, se han modificado muchas percepciones. Ya son mayoría sólida las personas que asumen que esta crisis es ahora y que los seres humanos somos responsables de ella. Pero seguimos agudizándola.

La UNED acaba de celebrar la cuarta edición de su curso de verano sobre el tema: Hojas de ruta para habitar el cambio climático. Físicos, economistas, meteorólogas, especialistas en sistemas agroalimentarios, antropólogos han descrito el problema y las alternativas a seguir. La pregunta más recurrente ha sido: “Sabiendo que es tan claro y tan grave, ¿por qué no nos implicamos en mitigarlo?”

Los datos solos no cambian el mundo

La investigación sobre la comunicación del cambio climático nos proporciona algunas explicaciones.

  • La complejidad explica parte del fracaso de algunas campañas. Entender el cambio climático requiere combinar conocimientos de campos diversos, ajenos a quienes no se dedican a estudiarlos.

  • En segundo lugar, la escala temporal: la mitigación requiere un compromiso a largo plazo y las decisiones humanas son de corto plazo. La escala temporal ecológica y morfogeológica es mucho mayor que la de la vida humana: aunque frenásemos hoy en seco las emisiones de carbono, sus efectos seguirían actuando durante siglos. El frenazo lo hemos de realizar personas que no veremos los resultados. Se requiere más amor por la vida ajena que interés por la propia.

  • En tercer lugar, la inequidad: unas personas contribuyen más a causarlo (el norte global) y otras lo sufren más (el sur global). En aquellos lugares donde más se sufre se dispone también de menos herramientas para combatirlo.

Lejos en el tiempo, lejos en el espacio y presentado como un relato estadístico. Se percibe como un riesgo que no me toca a mí.

De la explicación a la experimentación

Las investigaciones sobre comunicación del cambio climático van convergiendo en un mismo argumento: el cambio climático sobre todo se ha explicado. Se parte de la asunción de que hay que educar a las personas para conseguir cambios. Pero al ser humano no le mueven los datos, gráficos y razonamientos lógicos. Conocer no es sentir. Y sentir es previo a actuar.

El cambio de conducta parte de una percepción moldeada por dos ingredientes: cognitivo (lo conozco, lo entiendo, me lo puedo explicar, advierto las relaciones entre elementos implicados…) y emocional (me preocupa, me arranca sentimientos, me mueve…).

Aunque el segundo ingrediente es más decisivo para implicarse, la comunicación sobre crisis climática se ha apoyado más en el primero.

Además, los medios de comunicación de todo el mundo han abusado de cinco patrones temáticos recurrentes:

  1. imágenes de impactos y amenazas (inundaciones, deshielos, niveles del mar), que revelan un ecosistema vulnerable;

  2. naturaleza salvaje afectada (suelos cuarteados, osos flotando sobre fragmentos de iceberg…);

  3. cabezas parlantes especialistas, como Al Gore predicando en su documental por todo el mundo;

  4. muchos gráficos y modelaciones explicativas; y

  5. emisiones de carbono.

La sobrexplotación de estos tópicos ha terminado generando una visión estereotipada que provoca cansancio, familiaridad, rutina y desapego.

Si nos preguntamos, con la investigadora Niina Uusitalo, qué representación se ha difundido del papel de las personas comunes en la crisis climática, vemos que se ha limitado a dos roles:

  • reducir consumos

  • participar en manifestaciones y protestas.

Precisamos airear otra visualidad. La ciencia puede alumbrarla si fusiona su voz con las voces no expertas. Explorar la desespecialización del discurso.

Vayamos más allá

El proyecto Cape Farewell, fundado en 2001, lleva dos décadas divulgando desde la convicción de que el cambio climático es cultura y el arte su aliado.

La Sterna paradisaea, un pájaro conocido como charrán ártico, realiza cada año el recorrido migratorio más largo conocido: 40 000 kilómetros de ida y vuelta entre las regiones ártica y antártica.

Todos los habitantes de la isla de Mull (Escocia) recuerdan haberlos visto llegar cada año. Pero, debido al calentamiento del agua, el alimento de los charranes árticos ha empezado a escasear por allí y han dejado de ir.

En una localidad de Mull, Tobermory, en el verano de 2012, un artista local, Deirdre Nelson, coordinó un grupo de personas que tejieron con lana de una granja ecológica local 72 charranes árticos. Durante una semana posaron los 72 pajaritos en diversas cornisas. Es un ejemplo de “no-expert dissseminated visualization of climate change”, una divulgación que alcanza más allá de la agenda científica.

El proyecto hizo conversar durante días a toda la población sobre el problema. Y se posó más tarde en otras localidades haciendo hablar de cambio climático a quienes ni siquiera se habían planteado que existiera.

Investigar las formas de movilizar

Indudablemente, la exhibición de los charranes árticos no tuvo el mismo impacto en todas las personas. Y en ninguna fue definitivo.
¿De qué depende ese impacto? De la combinación de varios factores: qué rasgos tienen las obras, cómo accedemos a ellas, qué idea nos hacemos de quienes las crean y, muy importante, cuáles son nuestras creencias previas respecto al cambio climático.

Las creencias muy consolidadas son más difíciles de modificar. Y somos más receptivas ante las obras de creadoras con quienes nos sentimos identificadas.

Sommer y Klöckner realizaron una investigación sobre el impacto de las obras del festival de arte que se celebró en paralelo a la cumbre del clima de París 2015, el ArtCOP21, seleccionando 37 de sus proyectos visuales.

Distinguieron cuatro tipos de obras según sus rasgos y su impacto. Descubrieron que sólo uno de los tipos producía simultáneamente interés, motivación a la acción, experiencia de positividad y mejora del conocimiento del problema. Solo tres de las exhibiciones seleccionadas entraba en esa categoría y ninguna inspiraba tristeza, ansiedad o desánimo. Estaban en espacios abiertos y sin que nada las señalase como obras de arte o sobre cambio climático. El público simplemente se topaba con ellas.

Producir ocasiones

La ciencia nos ha enseñado a hacer trasplantes de corazón, pero no de sensibilidad. La sensibilidad se desarrolla a partir de experiencias. La ciencia aliada con el arte puede producir esas experiencias. Alumbrar nuevos discursos sin decir palabras, crear las ocasiones para que sea el propio público quien se hable a sí mismo.

Puede que no consigamos nada. Pero nada ofrecemos ahora a las generaciones futuras si no nos implicamos firmemente en conseguir cero emisiones con justicia social ya.The Conversationhttp://theconversation.com/es/republishing-guidelines —>

Concha Mateos, Profesora titular Comunicación audiovisual, Universidad Rey Juan Carlos

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.