22 de mayo de 2021

Shutterstock / Olha Solodenko

Juan Nàcher Roselló, Universitat de València

El pasado 15 de abril el Congreso de los Diputados aprobó la Ley Orgánica de la protección de la infancia y la adolescencia, una iniciativa que pone a España a la cabeza de la defensa de los derechos de los menores.

Es una ley muy necesaria frente a un problema gravísimo de nuestra sociedad: la negligencia en el cuidado, el maltrato físico y psicológico, el abuso sexual, el ciberacoso, el bullying. Las cifras de jóvenes afectados en nuestro país son estremecedoras. Hay que tener en cuenta, además, que estos datos están muy infraestimados porque en muchos casos el maltrato no se denuncia o es difícil de probar.

El maltrato en las primeras etapas de la vida es un factor de riesgo para las enfermedades mentales: adelanta su aparición y aumenta la gravedad de muchas de ellas. El efecto sobre los desórdenes del estado de ánimo, como la depresión y el trastorno bipolar, es particularmente importante.

Análisis recientes han revelado que más del 45 % de individuos con depresión había sufrido maltrato en etapas tempranas de su vida, y este porcentaje superaba el 50 % en los pacientes con trastorno bipolar. Este maltrato conlleva un riesgo mayor de padecer más pronto un primer episodio depresivo y una mayor recurrencia. Además, también predispone a la ansiedad, a una peor respuesta a la terapia y a un aumento del riesgo de suicidio. Unido a todo esto, es frecuente que se den en un mismo individuo distintos tipos de maltrato (sexual, físico, emocional), cuyos efectos son acumulativos y conducen a consecuencias más graves sobre su salud mental.

Impacto sobre el cerebro

La primera respuesta frente al maltrato en las etapas iniciales de la vida pasa por la sensibilización de la sociedad, la detección de los casos y la protección de los menores. No obstante, también el estudio de su impacto sobre el cerebro nos permitirá desarrollar estrategias para identificarlo y mejorar y prevenir sus efectos nocivos.

El estudio de pacientes y de animales de laboratorio nos está dando pistas para comprender qué es lo que sucede en el cerebro de un individuo maltratado.

Uno de los factores más importantes a tener en cuenta es que estas experiencias adversas ocurren durante un periodo en el que nuestro cerebro está todavía completando su formación. Muchas de nuestras neuronas están acabando de generar y refinar sus conexiones. Esto ocurre especialmente en regiones como la corteza prefrontal (la parte más anterior de nuestro cerebro).

Por tanto, el maltrato no solo influye sobre el funcionamiento de los circuitos neuronales, sino que modifica las etapas finales de su construcción y, por tanto, puede llevar a alteraciones que perdurarán durante toda nuestra vida. Estas modificaciones son las que pueden dar lugar a anomalías en el comportamiento que finalmente pueden resultar patológicas.

Hay diversas líneas de investigación que han mostrado estas alteraciones en individuos que sufrieron maltrato, como un incremento en la inflamación de su sistema nervioso o alteraciones en el eje hipotalámico-pituitario-adrenal (el sistema hormonal que controla nuestra respuesta al estrés).

También se han identificado algunas alteraciones genéticas que podrían influir sobre la vulnerabilidad de nuestro cerebro al maltrato. Además, se han detectado con neuroimagen cambios en las conexiones neuronales y la estructura de distintas áreas de los cerebros de pacientes psiquiátricos que habían sufrido maltrato, entre ellas la corteza prefrontal.

Los animales nos ayudan a entender el efecto del maltrato

Los modelos animales también nos ayudan mucho a comprender qué efectos tiene el maltrato en la vida temprana sobre el cerebro. Sabemos que los roedores desarrollan comportamientos anómalos si se les estresa durante la infancia y la adolescencia.

Por ejemplo, estudios realizados por Carmen Sandi en el Brain and Mind Institute de Lausana y Cristina Márquez en el Instituto de Neurociencias de Alicante han mostrado que estos animales tienen más ansiedad, son más agresivos y tienen defectos en el aprendizaje.

Nuestro equipo ha observado cómo estos cambios van acompañados de alteraciones en los circuitos neuronales, especialmente de la corteza prefrontal. En un estudio recientemente publicado hemos visto cómo el estrés durante la infancia y la adolescencia induce cambios en la estructura y las conexiones de las neuronas de esta región cerebral, especialmente sobre las neuronas inhibidoras: un tipo de neuronas que juega un papel fundamental en la regulación del funcionamiento de nuestro cerebro.

Estas alteraciones son particularmente notables en los ratones hembra. Esto es interesante, porque las mujeres maltratadas en la infancia tienen un riesgo mayor de padecer depresión y ansiedad que los hombres. Aunque hay todavía pocos estudios al respecto, esta mayor vulnerabilidad podría tener tanto una base biológica como ser el reflejo de la mayor carga de estrés de las mujeres durante la vida.

Por todo ello, debemos continuar investigando para entender los efectos del maltrato en la infancia y la adolescencia. Pero, sobre todo, la sociedad debe ofrecer las máximas garantías para la prevención e identificación de estos casos y el desarrollo de un sistema eficaz que detecte, proteja y evite esta lacra.The Conversationhttp://theconversation.com/es/republishing-guidelines —>

Juan Nàcher Roselló, Catedrático de Biología Celular, Investigador CIBERSAM e INCLIVA, Universitat de València

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.