25 de enero de 2019

Jorge William Tigrero Vaca Guayaquil-Ecuador
El presente artículo es una reflexión sobre un sistema de evaluación que sea una ayuda al estudiante, entendiendo que la evaluación debe dejar de ser una estructura rígida y limitante y convertirse en un verdadero apoyo para los procesos de enseñanza-aprendizaje.

“Atención estudiantes, guarden sus celulares y cuadernos, saquen un lápiz y una hoja…”, esta es sin lugar a dudas, una de las frases más temidas por los alumnos indistintamente del nivel de enseñanza en el que se encuentren. ¿Por qué razones las evaluaciones se han convertido en el monstruo?, ¿por qué temer a una parte tan importante del proceso educativo?, estas y otras preguntas similares se concentran en el temor, en la poca aceptación y rechazo hacia las pruebas, lecciones o exámenes, mucho más si son efectuados sin previo aviso, a modo de “sorpresa” estrategia que a veces es utilizada por algunos profesores.

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Más allá de este dilema se presenta un problema que es igual o peor; el cual es realmente el principal elemento causante de la animadversión general a los procesos evaluativos en las aulas de clase, me refiero a la forma de evaluar. Cuando un estudiante se enfrenta a una prueba en la cual, la formulación de las preguntas se basa en dar respuestas memorísticas, las cuales a veces son disfrazadas de preguntas de completar enunciados; o cuando ocurre algo mucho más nocivo, aquellos profesores que presentan pruebas con cuestionamientos que ni siquiera se basan en el material que dieron en clase. Estos dos escenarios son una de las principales causas que provocan ese repudio incluso al escuchar la palabra evaluar.

Teniendo en cuenta un factor trasncendental de los escenarios educativos actuales, el debate constante que provoca el continuar con encallisamientos numéricos a ciertos parámetos o normativas institucionales más que al desarrollo del conocimiento de los estudiantes, tiene como núcleo el caduco sistema de evaluación que muchas veces viene como una obligatoriedad estipulada por ministerios de educación y entidades regulatorias, basado en ponderaciones que simplifican la multiplicidad y riqueza que una evaluación puede dar al tener como resultados solo número o categorizaciones sin profundidad analítica.

Sumado a estas problemáticas se tiene el hecho de que aparte de presentar el caso de evaluaciones cuadradas, no contemplan aspectos de diversidad, inclusión, necesidades educativas, niveles de aprendizaje y se convierten en procesos homogeneizadores que aumentan las condiciones de rezago, deserción y en definitiva, el fracaso escolar.

Ante estas situaciones, dentro de los sistemas educativos, se vuelve una necesidad la reformulación de las maneras de evaluación, que si bien deben ceñirse a estructuras formales, la recomendación que se debe tomar en consideración es tener bien establecido que dentro de las aulas, los docentes pueden estructurar sus caminos que, si deben confluir en un examen formal, o en una prueba prediseñada por un organismo, que esta condición no sea una camisa de fuerza que contamine las demás acciones que se ejecutan dentro de las aulas.

Es así que resulta primordial, que los docentes desde el momento en el cual planifican syllabus y clases, contemplen que la evaluación debe ser una oportunidad metodológica para detectar falencias, sacar conclusiones y estructurar caminos pedagógicos. Un ejemplo claro de esto consiste en aplicar en el desarrollo de las materias, metodologías como el Aprendizaje Basado en Problemas y el Aprendizaje Basado en Proyectos, que si bien, son enfoques que engloban procesos transversales dentro del aula, este tipo de planificaciones basan su accionar en la consecusión de fases, establecimiento de reglas, roles y objetivos que requieren una evaluación constate producto de la necsidad de probar la efiencia de los procedimientos.

En el Aprendizaje Basado en Problemas, es fundamental tener claro que los estudiantes se enfrentan a problemas planteados por el docente pero con un componente claro de contextualización y direccionamiento a la realidad práctica que involucra una constante evaluación, no solo como una marcación numérica o de niveles de progreso, sino que debe estar establecida por un mecanismo adecuado para entender cuáles son las necesidades de los estudiantes, los conocimientos requeridos y el verdadero progreso de entendimientos y contenidos que mediante el empleo de rúbricas con niveles estructurados permite establecer con mejor enfoque cuál es el nivel de desarrollo y compresión de los temas.

De igual manera, el Aprendizaje Basado en Proyectos, conlleva una metodología enfocada en que los estudiantes desarrollen proyectos en el aula que engloben los temas de la materia pero más allá de concentrar ahora mi explicación en las partes de un proyecto quiero enfatizar la necesidad de estructurar evaluaciones apropiadas acordes tanto a los objetivos de aprendizaje de la asignatura y al desarrollo de habilidades, además de las competencias de los alumnos, en este sentido se presenta la importancia de desarrollar rúbricas, etapas de heteroevaluación, autoevaluación y retroalimentación para que de esta manera el estudiante integre dentro de sus procesos y comprenda la necesidad de la evaluación de sus acciones emprendidas no como una actividad aislada sino como un aspecto indispensable en cada una de las partes que se ejecutan del proyecto, esto logra que los estudiantes no vean las evaluaciones como un elemento externo, ajeno y se integren los métodos de evaluación como una parte básica y trascendente para mejorar por etapas cada una de sus actividades.

En conclusión es importante que los profesores integren en cada una de sus actividades pedagógicas, procesos de evaluación pertinentes y estructurados para que los estudiantes sepan identificar cuáles son sus logros y falencias originando de esta manera cambiar el sentido negativo que la evaluación, calificaciones inferiores a parámetros y formatos ajenos a las necesidades de los estudiantes sigan provocando condiciones de fracaso en los entornos educativos.

Jorge es miembro de IBERCIENCIA: Comunidad de Educadores para la Cultura Científica