14 de abril de 2021

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Enrique Belda, Universidad de Castilla-La Mancha

Parte de la opinión pública, por propio convencimiento y, muchas veces alentada por grupos de presión y comunicación diversos, suele criticar la educación en España basándose muchas veces en generalidades y pocas veces en estudios objetivos, como los elaborados por la OCDE que se conocen periódicamente. No ocurre de manera generalizada, pero en ocasiones tendemos a poner el foco en detalles de la educación que pueden llegar a ser anecdóticos y no en aquellos que condicionan el futuro de los estudiantes.

Ejemplos como la enseñanza de la religión o el gasto medio por alumno borran del mapa problemas que tal vez sean mucho más importantes a la larga para la formación como personas de los propios alumnos.

Las cifras de fracaso escolar son las que son y ofrecen un panorama incuestionable y aterrador. En ese ambiente, lleno de metas pendientes, hay quienes denunciamos el sinsentido que supone hablar de “educar” a los/las más pequeños/as sin tratar como temas troncales muchas claves de su formación humana que son tan importantes como las Matemáticas o la Lengua.

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Podría decir tres, entre otros muchos, que tienen evidencia científica y sobre cuya importancia se ha investigado mucho:

  1. Apenas se enseña a fondo cuáles son los derechos y deberes que el individuo tiene como miembro de una sociedad y que utiliza desde que se despierta hasta que se acuesta terminado el día.

    Una charla sobre la Constitución o asignaturas residuales a cargo de docentes ajenos a ese contenido abona el camino hacia un destino incorrecto, ya que se pueden adquirir conocimientos de todo menos de la necesaria libertad y autodeterminación con la que cada cual ha de guiar su propia existencia.

  2. Un segundo ejemplo prácticamente ausente del ámbito educativo temprano, una segunda ausencia, es la omisión de las reglas básicas sobre la administración del propio dinero y las pertenencias que uno tenga. Habitualmente no se transmite en la escuela con detalle el valor de lo que cada uno tiene y el coste de lo que recibe.

  3. Otro tema casi ausente de esa formación mínima es el de la alimentación que, de hecho, a veces incluso provoca trastornos físicos y emocionales en muchos jóvenes: comemos al menos tres veces al día, y muchos niños no saben comer, ni prepararse lo que comen, ni cómo distribuir los alimentos a lo largo de la jornada y de la semana en beneficio de su salud y su crecimiento.

Aprender a vivir en sociedad

Valgan estos ejemplos –que solo son eso, ejemplos– para afirmar que la Química, la Historia u otras bases de conocimiento del medio deberían simultanearse en la medida de lo posible con estas tres piezas básicas sobre el aprendizaje de vivir con el propio cuerpo y con la sociedad.

No sirve decir que ha de ser la familia la que forme a los suyos en este sentido: no todas las familias conocen al detalle el ámbito de los derechos y deberes de los ciudadanos.

Una educación académicamente completa y de calidad que no comience por lo más cotidiano de la persona creará otra generación perdida de ciudadanos activos, por más que estén formados en otros campos.

Déficit de formación democrática

La salida de la situación social, económica y política de un país en crisis viene de la mano de múltiples factores. Lo que estas líneas quieren aportar es una llamada de atención sobre el déficit de formación democrática que persiste en nuestra sociedad, obstaculizando tanto la participación como la responsabilidad ciudadana en la obra colectiva que un país significa.

Apostar por una enseñanza sencilla y práctica de los derechos y deberes que cada uno tenemos es tan solo un paso entre mil objetivos a conseguir, pero se presenta como el avance más transversal y oportuno siempre que lo que se desee sea, verdaderamente, la capacidad de decisión última del “pueblo”.

Cada derecho, como se ha dicho, es imprescindible en ese camino pero, por motivos obvios de inmediatez y eficacia, incrementar el conocimiento de los derechos de participación política, y entre ellos, del sufragio, debería ser una prioridad en nuestras sociedades.

Puede ser un buen momento este, para recordar los esfuerzos que desde muchas disciplinas se han hecho por recabar, no ya una mayor atención, simplemente una mirada alfabetizadora de la enseñanza de los derechos.

¿Será posible, pues, en España, aplicar en la práctica el artículo 27.2 de su Constitución? “La educación tendrá por objeto el pleno desarrollo de la personalidad humana en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales”.

Sabemos el fin de la educación, pero eludimos su estudio.The Conversationhttp://theconversation.com/es/republishing-guidelines —>

Enrique Belda, Profesor Titular de Derecho Constitucional, Universidad de Castilla-La Mancha

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.