26 de mayo de 2020

Son muchas ya las reflexiones publicadas sobre lo que nos ha confirmado con brutalidad esta pandemia: estamos atrapados en un modo de vida equivocado y deberíamos aprovechar la oportunidad para repensar este sistema en todos sus aspectos. Y, en primer lugar, se ha puesto de manifiesto la debilidad de los dos pilares básicos del Estado del Bienestar: la salud y la educación.

Hemos reorganizado drásticamente nuestras vidas para protegernos, intentando proteger así la capacidad de respuesta de la muy recortada sanidad pública, pasando lógicamente a un segundo plano la actividad escolar, porque sin vida no puede disfrutarse del derecho a la educación.

Sin embargo, poco después de iniciarse el estado de alarma sanitaria saltaron las alarmas educativas y empezaron a proliferar augurios y propuestas: el confinamiento iba a ahondar irremediablemente la brecha educativa existente entre alumnado de familias ricas y pobres, la brecha digital irreparable a corto plazo le daría la estocada y habría que “reforzar los aprendizajes” y “recuperar el tiempo perdido”. Por ejemplo, volviendo a las aulas en los meses de julio y agosto, entre otras medidas prioritarias propugnadas con especial énfasis para el alumnado considerado más vulnerable.

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