25 de febrero de 2020

Luz Elena Espinoza Padierna 1 Comunidad de Educadores de la Red de Docentes IB
A pesar del amplio acceso a datos e información con la que cuentan las nuevas generaciones de estudiantes universitarios, muchos de ellos han renunciado a su capacidad para plantearse interrogantes, para involucrarse con su entorno, para explorar el alcance de sus posibles aportaciones. La tecnología ofrece potenciar el conocimiento; sin embargo, los jóvenes han optado por aceptar como realidad la información a la cual acceden en las redes sociales.

Muchos son los cambios registrados en el mundo desde la aparición de la especie humana en la tierra. Muchas las maneras desde las cuales se han estudiado y explicado tales cambios, lo cual nos remite a la diversidad de campos de conocimiento surgidos al amparo de la Ciencia moderna para dar cuenta de las tantas aristas, orientaciones y enfoques desde donde pueden abordarse los fenómenos y transformaciones registrados en el planeta y fuera de él.

¿Cómo empezar entonces a aproximarse al conocimiento? ¿Desde dónde y cómo hacer los cortes adecuados y necesarios para entender, suficientemente, lo sucedido en nuestro entorno próximo y lejano? ¿Por qué detenernos a plantearnos preguntas, cuando la “mayoría” ya han sido respondidas por los especialistas? ¿Puedo yo aportar algo para ayudar a interpretar mi realidad? Desde mi experiencia en la UNAM, preguntas como éstas, se suman a la angustia de no pocos de nuestros estudiantes cuando llegan a las aulas universitarias y deben ocuparse del conocimiento. Más aún, hablar de Ciencia se les antoja como una labor destinada sólo a las personas mayores “de bata blanca”. Las imágenes que comúnmente circulan, nos muestran al conocimiento científico como una actividad destinada a personas con características ajenas al individuo promedio, y ello se hace más evidente en el campo de las Ciencias Sociales y Humanas.

En la mayoría de los casos, no hay antecedentes en la educación media superior que promuevan entre la población estudiantil entender la importancia, tanto para la vida diaria como para asimilar la complejidad de los fenómenos en ciernes, de involucrarse con la Ciencia. En lo específico, no les parece relevante reflexionar en torno del objetivo de la teoría en el estudio y conocimiento de los fenómenos. El número de años dedicados a una institución escolar los hace pensar que “saben suficiente” y eso lo equiparan con la teoría. Al hablar de la manera como la especie humana se ha involucrado con el mundo y la vida a lo largo de la historia, no visualizan un buen ejemplo para afirmar que un mortal de a pie, requiere pensarse y pensar su contexto, tratar de explicar e interpretar un acontecimiento, al momento de enfrentar un problema.

Las nuevas generaciones perciben la velocidad con la que todo se transforma, pero al parecer, sólo hacen un registro acotado de su entorno más inmediato, y sólo a la luz de un discurso aprendido 2 debido, en gran medida, a una difusión selectiva de información hecha por las redes sociales. Se trata de generaciones poco interesadas por las bibliotecas, pendientes sobre todo de las novedades que circulan en los grupos a los cuales pertenecen. Todo lo que hay que saber, está en internet aunque, paradójicamente, no tienen idea de cómo decantar la información confiable. Parafrasean de manera atractiva algunos tópicos con tintes “científicos”, sin interesarse por dar forma a un pensamiento crítico. Su condición, cualquiera que ella sea, se ve tal como versa el discurso aprendido, aunque la mayoría de nuestros estudiantes no se preguntan si los conceptos y categorías ahí vertidas, responden a las propias realidades, a la manera como una mirada personal le da lectura, cuando nos involucramos con ellas.

Teorizar no es memorizar para repetir, como ellos piensan. Es, irremediablemente, imaginar para crear a partir de la propia vida, experiencia, observación y apreciación. La mayoría de mis estudiantes no entienden entonces mi insistencia por asomarnos a los antecedentes de los autores que consultamos y estudiamos, pues pierden de vista lo principal: “… que la capacidad de creación teórica tiene vínculos, a la vez complejos y fundamentales, con el mundo de ideas y el contorno social en los cuales se desarrolla el teórico.” (Bagú, 1995)

Sumergidos en un entorno tecnológico, recurren a los textos, más por obligación que por curiosidad y, en la mayoría de los casos, sin lograr una comprensión mínima de los contenidos. Saben leer y escribir, pero no alcanzan a decodificar qué encierran los datos y la información revisada; en consecuencia, sólo plantean preguntas relativas a la información, pero no se plantean cuestionamientos de fondo. Si se les presenta una interrogante que deban resolver, pasan directamente a buscar en los textos palabras que empaten con aquellas de las preguntas. Rescatan esos párrafos, sin saber la razón de su elección, pues no son capaces de visualizar la situación aludida en la pregunta. Les cuesta asimilar que, para estudiar y generar conocimiento, es preciso imaginar para crear. (Guevara, 1991; Elizondo, 2016)

Claro, imaginamos a partir de lo que creemos conocer. Mas en su mente, el significado de cada palabra, rara vez coincide con lo que, para cada uno de ellos, traduce. Creer 3equivale a saber; y saber, a confirmar; de manera que “estudiar” se limita a confirmar lo que creen saber. Y ahí está la clave, les cuesta asimilar lo fundamental: creer nos lleva a indagar posibilidades para responder a inquietudes propias, para sustentar con solidez nuestras aseveraciones, nuestra interpretación, nuestro intento por teorizar. Imaginar nos permite reconstruir la realidad para detallarla, para escudriñar aquello que llama nuestra atención y despierta nuestra necesidad de conocer.

Sin duda, las nuevas generaciones cuentan con la posibilidad de acceder a cantidades crecientes de conocimiento generado y puesto a disposición, pero es preciso alimentar su curiosidad para investigar y discriminar, y su confianza para crear. De ahí la conveniencia de que nuestros estudiantes vuelvan la mirada hacia sí mismos, sus antecedentes, su cultura; hacia el entorno del cual forman parte.

 

Referencias

Bagú, Sergio (1995). Vivir la realidad y teorizar en Ciencias Sociales, Estudios Latinoamericanos Núm. 4: 7-17, Nueva Época, Año 2, julio-diciembre, México. Disponible en: http://www.revistas.unam.mx/index.php/rel/article/view/49784/44775. Última consulta: 6 de febrero de 2020.
Guevara P., Ángel D. (1991). Creatividad y Ciencia, Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales, Vol. 36, Núm. 144: 81-90. Disponible en: http://www.revistas.unam.mx/index.php/rmcpys/article/view/51908. Última consulta: 6 de febrero de 2020.
Elisondo, Romina (2016). Creatividad y Ciencias. Un estudio biográfico de científicos argentinos, Ciencia, docencia y tecnología 27 (52). Disponible en: https://www.redalyc.org/pdf/145/14547610012.pdf. Última consulta: 6 de febrero de 2020.


1 Académica de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México, adscrita al Centro de Relaciones Internacionales y a la División Sistema Universidad Abierta y Educación a Distancia, en el área teórico-metodológica.

2 Como sinónimo de conocer, pues para los jóvenes de la actualidad, memorizar y parafrasear, equivalen a aprender.

3 Con frecuencia asumen que el número de años escolares les ha permitido “aprender todo”; prueba de ello es su ingreso a la universidad con “buen promedio”. A fuerza de repetir, aceptan como hecho la simple afirmación de un enunciado o una opinión. Plantearles preguntas respecto de su aseveración, los incomoda porque siempre “he sido buen(a) estudiante. En ocasiones incluso citan autores y obras pero sin sustentar adecuadamente su argumento pues, en esencia, recurren a la memoria