25 de febrero de 2022
‘Una mujer escribiendo’, de Johannes Vermeer. Wikimedia Commons / Google Art Project

Belén Almeida Cabrejas, Universidad de Alcalá

En el siglo XVI, mucha gente en toda Europa, y también en España, adquirió la habilidad de leer y escribir. Esto se debió a diferentes causas. Los viajes a América o las guerras en Europa crearon la necesidad de comunicarse con quienes estaban lejos, y el desarrollo de la administración supuso un aumento de la burocracia. No solamente muchos hombres aprendieron a escribir, también bastantes mujeres lo hicieron.

Las mujeres y la escritura

Durante los siglos XVI y XVII, algunas personas advirtieron de los peligros de enseñar a escribir a las mujeres. Decían que si una mujer sabía escribir, podría ponerse en contacto con otras personas sin que lo supieran sus padres o su marido. Por ello, defendían que solo aprendiesen a leer.

Así opinaban Gaspar Astete, en su Tratado del gobierno de la familia y estado de viudas y doncellas (1597), y Juan de la Cerda en su Vida política de todos los estados de mujeres (1599).

Portada del libro ‘Vida politica de todos los estados de mugeres’ de Juan de la Cerda, 1599. Wikimedia Commons

Pedro Sánchez de Acre es autor de una obra titulada Árbol de consideración y vana doctrina (1584). Cuando detalla las cualidades que debe buscar un hombre en la mujer con la que va a casarse, recomienda elegir “una muger que no sepa escribir, y aun no la devría desechar porque no supiesse leer”. Juan de la Cerda señala que “el escrebir ni es necesario ni lo querría ver en las mujeres; no porque ello de suyo sea malo, sino porque tienen la ocasión en las manos de escrebir billetes y responder a los que hombres livianos les envían”.

Estas ideas en contra de enseñar a escribir a las jóvenes tuvieron influencia en la educación de bastantes niñas, ya que llevaron a muchos padres a plantearse no enseñar a sus hijas a escribir. Sin embargo, otras niñas sí recibieron esta formación, y algunas mujeres aprendieron a escribir durante su vida adulta, al necesitar la escritura para sus tareas.

Naturalmente, la mayoría de las mujeres alfabetizadas en la infancia eran miembros de familias nobles o de alta posición social. Entre las clases bajas, el analfabetismo era lo más frecuente entre las mujeres y entre los hombres. Pero siempre hubo, en cualquier grupo social, más hombres que mujeres que eran capaces de escribir, y esto se dio en España desde el siglo XVI hasta el siglo XX.

Diferencias entre hombres y mujeres

Pero incluso entre quienes sabían escribir, no todo el mundo escribía de la misma manera. Quienes habían recibido una formación básica realizaban letras grandes y líneas torcidas, mientras que quienes tenían buena formación y escribían con frecuencia formaban trazos ágiles y rápidos.

Los usos gráficos, es decir, las letras y signos utilizados para la escritura, eran también muy diferentes entre unas personas y otras. Igual que actualmente dominar la ortografía exige años de práctica y enseñanza, también en el pasado los modos de escribir más prestigiosos eran aprendidos con un profesor durante varios años. Quienes no tenían este tipo de aprendizaje utilizaban grafías diferentes, una puntuación más sencilla, un uso de mayúsculas menos desarrollado, etc.

Y al igual que siempre hubo, en cualquier grupo social, más hombres que mujeres que eran capaces de escribir, también se observa una diferencia entre cómo escriben los hombres y cómo escriben las mujeres: los hombres escriben mejor que las mujeres de su mismo grupo social. Vamos a ver varios ejemplos.

Fray Luis de León (c1527-1591) y Santa Teresa de Jesús (1515-1582) fueron contemporáneos. Se conocieron y se admiraban. Tenían muchas cosas en común, pero no precisamente sus usos gráficos, como se comprueba en los documentos que escribieron.

‘Santa Teresa de Jesús escribiendo’, por Antonio Palomino. Wikimedia Commons

Fray Luis, que tuvo una excelente formación, presenta una ortografía tradicional, que ya no se correspondía en ese momento a distinciones de sonido, pero que él había aprendido en el curso de su educación.

Por ejemplo, fray Luis escribe “dixo”, “dezir”, “fuerça”, “parece”, “deue”, “sabido”, “passa”, “assi”, “meses”, “an”, “hablo”. ¿Es que pronunciaba de diferente manera ç y z? No. ¿Diferenciaba la pronunciación de ss y de s? Tampoco. Entonces, ¿distinguía el sonido de x y j al hablar? La respuesta es también negativa. ¿Diferenciaría al hablar la b y la v? Probablemente no. Sin embargo, en su modo de escribir mantiene todas las distinciones gráficas. Esto es lo mismo que sucede ahora cuando alguien es capaz de escribir “hirsuto”, “exhaustividad” o “gerundio”, aunque la “h” no suene y “gerundio” podría escribirse también con j. ¿Por qué se sabe hacerlo? Porque se ha aprendido, como le sucedía a fray Luis de León.

En cambio, santa Teresa, en sus documentos autógrafos, escribe “llege” (llegué) y “gie” (guíe); “ablar”, “echo” y “olgado”; “traje” y “deje” (y no “traxe”, “dexe”); “diçe” (y no “dize”). En resumen, usa un sistema de escritura más cercano a su pronunciación y alejado de la ortografía tradicional. Además, da entrada en sus textos escritos a formas que muestran pronunciaciones menos prestigiosas como “anque” (y no “aunque”) o “perfición” (y no “perfección”).

Siglos después

Dando un gran salto temporal, encontramos un matrimonio a comienzos del siglo XIX que también presenta esta divergencia. Las cartas interceptadas durante la Guerra de la Independencia de Josef Cervera, prefecto de Málaga, y su mujer Librada son profundamente diferentes en trazo, ortografía y expresión.

Centrándonos en la grafía, el marido tiene ya usos casi actuales, como “dignase”, “exonerarme”, “concepto”, “exceso”, incluso el uso de tildes en los futuros (“será”).

En cambio, la grafía de Librada, la mujer, no es tan cercana a la norma ortográfica del momento, pues presenta muchos errores en el uso de b y v (“Sebilla”, “bea”, “aber”) y de h (“ace”, “ablas”, “hir”), al igual que problemas en la escritura de la vibrante múltiple (“Coreos”, “arasado”) y de la g y j (“degarlo”, “manegan”, “siges”).

‘Mujer escribiendo una carta’, por Albert Edelfelt, 1887. Nationalmuseum, Suecia

Esta diferente habilidad en la escritura era algo socialmente conocido y, en parte, aceptado. Damos dos ejemplos. En la primera Ortografía de la RAE, de 1741, se afirma que separar al escribir las sílabas de las palabras es “defecto comun en las mugeres, y algo usado en los poco doctos”.

Por otra parte, en una carta de 1787, María Antonia del Pulgar, una noble, le comenta a su suegro “el escrúpalo con que siempre he quedado de que V. pueda entender lo que le escrivo tan sin atadero, pues yo no gasto la menor ortografía, porque, aunque mi amado papá quiso que la aprendiese, se ha ido quedando así, y últimamente me dijo que sentía que hubiese llegado el caso de que yo escriviese sin sentido por no haberme acostumbrado, pero que ya no tenía remedio por haora, y que en una mujer no era tan reparable”.

En resumen, de los siglos XVI al XIX las diferencias en la educación de hombres y mujeres se advertían no solamente en el mayor porcentaje de analfabetismo entre las mujeres, sino también en la escritura de las mujeres y hombres que sabían escribir. Esto puede comprobarse comparando textos de mujeres y de hombres del mismo grupo social.

Las críticas a la escritura de mujeres, en el siglo XVI y XVII, atacan su mala letra, y desde el siglo XVIII se centran en su incorrecta ortografía. Sin embargo, incluso tan tempranamente como en el siglo XVI, se comprueba que hay bastantes diferencias entre la ortografía de los hombres de grupos sociales elevados y la de las mujeres de estos grupos que saben escribir.The Conversationhttp://theconversation.com/es/republishing-guidelines —>

Belén Almeida Cabrejas, Profesora de Lengua Española , Universidad de Alcalá

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.