23 de mayo de 2021

Shutterstock / felipe caparros

Salvador Iborra Martín, Universidad Complutense de Madrid

Un virus genera cientos de partículas virales nuevas. En ellas pueden aparecen mutaciones como consecuencia de los “errores” del proceso de replicación. Un virus que porta una nueva mutación se convierte en una nueva variante.

Las mutaciones ocurren al azar. La mayoría no tienen ningún efecto. Incluso, pueden ser perjudiciales para propio el virus, desapareciendo tal y como han llegado. Ocasionalmente, una mutación mejora la capacidad infectiva del virus, otorgándole una ventaja selectiva. Esta nueva variante puede ser más patogénica e incluso letal.

Por qué pensábamos que la variante británica era más letal

La variante B.1.1.7 se detectó en septiembre de 2020 en Reino Unido. Tras su rápida expansión en el sudeste de Inglaterra, empezó a considerarse preocupante a finales de año.

Las mutaciones de la variante B.1.1.7 parecían mejorar la capacidad de la proteína S del virus para unirse a la célula hospedadora. Por eso, se asoció con una carga viral más alta.

Ante dicho evento, las autoridades sanitarias fueron prudentes. Aunque existía una correlación entre su rápida propagación y el aumento de casos de covid-19, la nueva variante podía no ser la causante de dicho incremento.

Además, no existía evidencia de que esta variante causara una enfermedad más grave. Sin embargo, siguiendo un principio de precaución, se aplicaron medidas más restrictivas de distanciamiento social en el país.

Con el paso de los días y tras examinar los estudios sobre la nueva variante, el Grupo Asesor de Amenazas de Virus Respiratorios Nuevos y Emergentes del Reino Unido (NERVTAG) concluyó en enero que existía “una posibilidad realista” de que la infección con esta variante “esté asociada con un mayor riesgo de muerte”.

Además, en marzo de 2021, se publicaron tres artículos que sugerían un incremento en torno a un 60 % en el riesgo de mortalidad con la nueva variante.

La variante B.1.1.7 es más contagiosa pero no más letal

Ahora, un nuevo estudio publicado en The Lancet Infectious Diseases cuestiona dicho incremento, pese a confirmar que la carga viral en los pacientes con la variante B.1.1.7 es más alta.

El estudio, realizado en personas con covid-19 admitidos en el University College London Hospital y en el North Middlesex University Hospital, secuenció muestras de virus de 341 pacientes. Allí encontraron que algo más de la mitad de los casos eran positivos para la variante B.1.1.7.

Los investigadores compararon la gravedad de los síntomas entre los dos grupos y encontraron que los pacientes infectados con esta nueva variante no tenían un mayor riesgo de enfermarse gravemente o morir.

Este estudio es importante por cuatro motivos:

  1. Se realizó entre noviembre y diciembre, antes del programa extensivo de vacunación de Reino Unido.

  2. Se estudiaron personas que ya presentaban síntomas lo suficientemente graves como para requerir hospitalización, no la población general.

  3. Los pacientes B.1.1.7 eran más jóvenes y tenían menos comorbilidades que los no B.1.1.7. Esto puede indicar que la transmisión aumentó en esta población o que aumentó la probabilidad de ingreso hospitalario asociada a la variante.

  4. Las personas con la cepa B.1.1.7 requerían oxígeno con mayor frecuencia, pero los autores del estudio consideran que este requerimiento no significa necesariamente que la variante sea más patogénica o más letal.

En definitiva, este estudio demuestra que una persona hospitalizada tiene la misma probabilidad de fallecer si tiene la cepa B.1.1.7 que si tiene cualquier otra cepa. Probablemente, se necesiten más estudios para concluir definitivamente que la variante no es más letal.

No obstante, hay que tener en cuenta que en todo estudio clínico existen factores de confusión. Por ejemplo, el uso de recursos sanitarios, los cambios demográficos, las tendencias sociales y conductuales, etc. Todos ellos son difíciles de considerar sin datos muy detallados y sólidos del paciente.

Más letal o más contagiosa, ¿a qué debemos tenerle miedo?

Un virus no puede subsistir sin un hospedador. Como norma general, los virus evolucionan y aumentan su transmisibilidad, pero no su capacidad patogénica. Muchas veces, su alta patogenicidad es transitoria y refleja que el virus no está adaptado a su hospedador.

Este es el caso de algunos brotes epidémicos provocados por el salto de un virus de una especie a otra, como el MERS, con una mortalidad cercana al 35 %. Sin embargo, siempre hay excepciones y hay evidencias de que muchos patógenos no evolucionan reduciendo su patogenicidad, sino al contrario.

Un factor importante a considerar es el período de tiempo entre la infección y el inicio de los síntomas. En el caso del coronavirus puede ser considerablemente largo (hasta 14 días). Un aumento en la capacidad replicativa, aun siendo paralelo a un aumento en la patogenicidad, facilitaría enormemente su transmisión antes de matar a su hospedador. Por lo tanto, no podemos descartar completamente que aparezcan nuevas variantes SARS-CoV-2 más letales.

¿Qué necesita el virus para volverse más letal?

Para no desaparecer, una variante de cualquier virus debe replicarse constantemente y adaptarse a su hospedador mientras compite con otras variantes. El problema es que mientras que los virus “corren” muy deprisa, los hospedadores suelen correr despacio. Por ejemplo, en los humanos el periodo promedio entre dos generaciones está en torno a los 20 a 30 años.

Sin embargo, la evolución nos ha dotado con un complejo sistema inmunitario capaz de evolucionar y adaptarse a los virus. Hay evidencias que indican que la mayor letalidad o gravedad de la covid-19 se debe a una respuesta inadecuada del sistema inmunitario, no a un efecto directo citopático del coronavirus, que es más probable que se produzca en personas mayores.

La buena noticia es que, para estas personas, las vacunas funcionan de manera muy eficaz, incluso contra la variante británica.

No obstante, tampoco podemos descartar que aparezcan variantes de “escape” en el SARS-CoV-2. Dichas variantes podrían acumular mutaciones que, por ejemplo, impidan su reconocimiento por parte de los anticuerpos que inducen las vacunas basadas en la variante original.

En definitiva, debemos estar atentos a ambos aspectos de las nuevas variantes, es decir, a su letalidad y a su capacidad de transmisión. Pero, sobre todo a las ya mencionadas de “escape”, ya que son las que probablemente resulten más patogénicas, al multiplicarse de forma más descontrolada antes de que el sistema inmunitario perciba lo que está pasando.

Afortunadamente, las vacunas también generan inmunidad celular. Nuestros linfocitos T pueden reconocer no solo antígenos de la superficie del virus, que suelen acumular mutaciones con mayor frecuencia, sino también proteínas con funciones esenciales para el patógeno que no “admiten” mutaciones con tanta frecuencia. Además, siempre podremos adaptar las vacunas a dichas variantes de escape.The Conversationhttp://theconversation.com/es/republishing-guidelines —>

Salvador Iborra Martín, Personal Docente e Investigador. Inmunología e infección, Universidad Complutense de Madrid

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.