3 de agosto de 2021

Shutterstock / Ms Jane Campbell

Ana Muñoz van den Eynde, Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT)

La ciencia es esencial para nuestra vida. También está implicada en muchas de nuestras decisiones individuales y colectivas. Por eso está estrechamente relacionada con la política. Eso hace que esté sometida a escrutinio público y, por tanto, influida por el clima político del momento.

La relación entre ciencia y política es bidireccional. La política aplicada a la ciencia (la política científica - policy for science) se refiere a la toma de decisiones relacionadas con la búsqueda sistemática de conocimiento. La ciencia para la política (science for policy) trata sobre el uso del conocimiento para facilitar o mejorar la toma de decisiones en general.

Como ha dejado ver la pandemia, la ciencia para la política es cada vez más importante. No deja de haber referencias a la necesidad de seguir las recomendaciones de los expertos y globalmente se insiste en la necesidad de aplicar criterios científicos en la toma de decisiones políticas.

La situación

La democracia está siendo amenazada por los populismos. Son regímenes que tienden hacia el autoritarismo y se ven validados por el sufragio universal.

Como resultado de la interacción entre ciencia y política, se están haciendo fuertes negando, además de muchas otras cosas, los hechos científicos. Más peligroso aún, niegan que estos hechos sean relevantes para la toma de decisiones políticas.

Durante la gestión de la pandemia han recurrido a los asesores científicos cuando les ha resultado conveniente. Y los han ninguneado por la misma razón. Por no hablar de la reacción hacia las vacunas.

Lamentablemente, parece que esa estrategia les da buenos resultados. Donald Trump ganó en las últimas elecciones de EEUU en nueve de los diez estados con mayor incidencia de coronavirus. Y las perdió porque hubo una movilización masiva del electorado demócrata y se produjo una participación récord desde que existe el sufragio universal en Estados Unidos. Sin embargo, obtuvo 12 millones más de votos que en 2016.

Las elecciones regionales en Reino Unido tuvieron que ser retrasadas por la pandemia. Se celebraron en mayo de 2021 y se veían como un examen a la gestión del Gobierno. El partido de Johnson arrasó.

En la Comunidad de Madrid la gestión de la pandemia ha sido, como poco, controvertida. En las elecciones celebradas el 4 de mayo, Isabel Díaz Ayuso obtuvo una holgada victoria. Y no había sido la candidata más votada en las elecciones celebradas solo dos años antes.

La hipótesis

La política ya no se ve como una herramienta centrada en resolver los problemas de convivencia, sino como un problema social.

La politización, instrumentalización y comercialización de la ciencia están influyendo en su imagen social. Y en la actitud de la población hacia ella. De hecho, se dice que la ciencia está perdiendo autoridad cultural.

En la Unidad de Investigación CTS del CIEMAT hemos puesto en marcha una campaña en Facebook para recabar datos que nos permitan poner a prueba distintas hipótesis. Una de ellas considera que hay distintos tipos de ciencia. Y que la actitud de la población hacia la ciencia depende de qué ciencia se trate.

La ciencia como fuente de conocimiento cuenta con un amplio apoyo social. La ciencia “industrial” recibe un apoyo variable en función de la aplicación y la utilidad percibida. La ciencia al servicio de la política, en cambio, genera preocupación e incluso rechazo.

El anuncio de Facebook, indudablemente, está generando comentarios. Una parte importante de ellos son negativos y se pueden organizar en torno a dos temas centrales: la ciencia está manipulada; si es una iniciativa del Gobierno, no puede traer nada bueno.

La teoría política parte de la hipótesis de que la decisión de los y las votantes está motivada por sus opiniones y necesidades. Las opiniones se han vinculado con el posicionamiento ideológico, que se sigue utilizando como variable explicativa de los resultados electorales. Sin embargo, el voto parece estar cada vez más determinado por las necesidades, que están estrechamente vinculadas a las emociones. Porque las emociones son fundamentales para la toma de decisiones.

Nuestro sistema cognitivo es más sensible a los cambios que a los estados, da más importancia a las probabilidades bajas y, sobre todo, es más sensible a las pérdidas que a las ganancias.

Por otro lado, en el cerebro de los humanos y de otros animales hay un mecanismo diseñado para dar prioridad a los eventos malos. Reduciendo al mínimo el tiempo para detectar la presencia de un depredador, este circuito mejora las probabilidades de supervivencia. Por eso las impresiones y los estereotipos negativos se forman con más rapidez y son más resistentes a la evidencia en contra que los buenos.

Además, las personas rehuimos asumir riesgos cuando las ganancias están aseguradas, pero los buscamos cuando es la pérdida la que resulta inevitable. Las medidas para gestionar la pandemia de covid-19 son necesariamente restrictivas y, por tanto, implican asumir importantes pérdidas. Una vez superado el impacto inicial, están generando cada vez más descontento social y reacciones de protesta a nivel global. Porque implican cambiar nuestro estilo de vida. Y cambiarlo se percibe como una pérdida. A esto se añade que vivimos en un contexto de polarización política.

Nuestra hipótesis es la siguiente: en el contexto actual, las dificultades para asumir la pérdida de nuestro estilo de vida han generado rechazo hacia la ciencia al servicio de la política. Y, por tanto, hacia quienes se han apoyado en las recomendaciones de los y las expertas para gestionar la pandemia.

El Gobierno central ha insistido desde el inicio de la pandemia en que sus decisiones se basaban en las recomendaciones de la ciencia. Quizá para repartir responsabilidades. Posiblemente pensando que el prestigio social de la ciencia, en general, haría las medidas más llevaderas.

La Presidenta de la Comunidad de Madrid ha insistido en la necesidad de actuar atendiendo a otras consideraciones. En las elecciones celebradas en mayo de 2021 la candidata Ayuso basó su campaña en la idea de libertad. De hecho, en el discurso institucional del 2 de mayo, dos días antes de que se celebraran, afirmó que “todos seguimos defendiendo las mismas causas que en 1808: España y la libertad”. Y le dio resultado. Según la encuesta postelectoral del Centro de Investigaciones Sociológicas, el 40% de los encuestados decidió su voto en función del cabeza de cartel de cada partido y el 19,2% eligió la papeleta por la posición que mantenía esa política ante la crisis sanitaria.

Creemos que ambas cuestiones son inseparables, resultado de que muchos votantes han identificado las recomendaciones de los expertos con la pérdida de libertad. Una vez hecha la asociación, habrían apostado por quien les ofrece la posibilidad de asumir el riesgo que su sistema cognitivo asocia con la necesaria evitación de la pérdida de su estilo de vida.

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso (PP) vota en las elecciones autonómicas madrileñas celebradas el 4 de mayo de 2021. Facebook

Las implicaciones

Todos los seres humanos somos víctimas del sesgo de confirmación. Buscamos información que respalde una hipótesis o creencia existente. Pero no solo, en realidad buscamos la que esperaríamos encontrar si asumimos que la hipótesis es verdadera. Al mismo tiempo, rechazamos la que la contradice. Es decir, solo vemos lo que queremos ver.

Por otro lado, tenemos serias dificultades para apostar por ganancias futuras.

Ante estas dificultades, muchas personas deciden rechazar la ciencia que nos “obliga” a hacer lo que no queremos hacer. Y votan a quienes les permiten asumir riesgos que asocian con la evitación de pérdidas que no pueden asumir. Sin pensar en que están asumiendo riesgos en nombre de los demás, que se ven afectados por sus decisiones individuales. Es decir, olvidando eso de que la libertad de uno acaba donde empieza la de los demás.

Las iniciativas para acercar la ciencia a la sociedad suelen presentar una imagen de ella simplificada al máximo, promoviendo la idea de ciencia espectáculo. Detrás de este planteamiento continúa estando agazapado el modelo del déficit. Es decir, una visión paternalista de la capacidad de los ciudadanos para interaccionar con la ciencia. Pero los datos nos dicen que los elementos que mejor contribuyen a definir la imagen de la ciencia tienen que ver con una visión realista, es decir, con una actitud crítica.

Para conseguir que la interacción entre ciencia y sociedad sea fluida, necesitamos conocer cómo se gestiona esa relación. Eso implica tener en cuenta también cómo influye la imagen de la ciencia en cuestiones que no están directamente relacionadas con ella.

Una sociedad científicamente culta puede ser, en muchos sentidos, más incómoda. Porque podría oponerse a los desarrollos científicos y tecnológicos que se asocien con una visión del mundo contraria a lo que la ciudadanía considera importante y deseable. Sin embargo, con una sociedad así estaríamos más cerca de conseguir la mejor ciencia posible para todos. Teniendo en cuenta la hipótesis que aquí se plantea, podríamos estar en mejores condiciones para frenar el auge de los populismos.The Conversationhttp://theconversation.com/es/republishing-guidelines —>

Ana Muñoz van den Eynde, Responsable de la Unidad de Investigación CTS (Ciencia, Tecnología y Sociedad) del CIEMAT, Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas (CIEMAT)

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.