26 de diciembre de 2019

Lucia Dina Galotti. Santa Rosa, La Pampa, Argentina 
La escolaridad obligatoria se encuentra atravesada por una diversidad de disciplinas, campos de conocimiento y modos del ver el mundo. Cada uno de ellos, con su especificidad, metodología y epistemología. Ante el aislamiento, las contradicciones y la poca articulación que se suele dar entre el profesorado, es un desafío crear condiciones para el trabajo colaborativo.

El currículo es por un lado, una construcción cultural que concretiza un conjunto de saberes que se consideran relevantes para las nuevas generaciones. Es un documento público que refleja acuerdos sociales y espacios de debate y diálogo. Por lo tanto, el currículo prescripto no es neutro, ya que involucra un posicionamiento, una determinada concepción político-ideológica.

Pero el currículo es también lo que se contextualiza y recrea en la práctica en una relación dialéctica entre lo prescripto y lo que efectivamente ocurre, en un ir y venir entre lo escrito en los documentos oficiales, la reflexión docente sobre lo que hace y su puesta en práctica. Involucra un proceso de reelaboración y reinterpretación que constituye una oportunidad para implicar al colectivo docente, como parte de su trabajo y en pos de la mejora de los aprendizajes. En relación con ello, en las instituciones educativas ¿Se visualiza una producción colectiva del conocimiento? ¿Se generan espacios para la producción institucional y la construcción curricular? ¿Cómo promover estos procesos? ¿Cómo acompañar un cambio de mirada en el colectivo docente de las instituciones educativas?

Aún se observa en numerosas instituciones educativas, tanto del nivel primario como secundario, que en general, los espacios y tiempos para el pensamiento colaborativo son escasos: los recreos, vía mail, en jornadas institucionales. También se ve que el trabajo docente suele ser aún, individual y aislado aunque algunos de ellos trabajan juntos, ya sea por afinidad, o por compartir un mismo turno, área del conocimiento o disciplina. La tarea compartida, siempre es superadora de la producción individual porque potencia la creatividad, ayuda a encontrar puntos en común y enriquece las miradas propias de cada uno.

Sin embargo, la tarea cooperativa entre los docentes no suele ser sistemática, sino que muchas veces depende del voluntarismo y las características personales e individuales de cada maestro o profesor. Se ven pocas escenas escolares en la que se generan propuestas desde los equipos de conducción, en pos de un proyecto curricular que confiera coherencia a la enseñanza a lo largo de todo el trayecto formativo, de manera que este “ir en una misma dirección”, con planteamientos y criterios compartidos, sea visualizado y percibido por los estudiantes y la comunidad educativa en general.

No obstante, en las escuelas se observan algunas acciones que involucran acuerdos y trabajo colectivo, como por ejemplo los acuerdos de convivencia o acuerdos entre algunos profesores en cuanto a sus planificaciones y recursos como por ejemplo los libros de texto. La ley de Educación Nacional Argentina Nº 26206 en su capítulo 6 sostiene:

Promover el acceso al conocimiento como saber integrado, a través de las distintas áreas y disciplinas que lo constituyen y a sus principales problemas, contenidos y métodos”

Para lograr este objetivo que prescribe nuestra Ley de Educación, es imprescindible el trabajo colaborativo de los equipos docentes. Esto debería darse, por un lado, en lo que hace a los espacios curriculares de un mismo año de la escolaridad, es decir, una articulación de carácter horizontal. Pero también es ineludible que esto suceda entre los docentes a cargo de la enseñanza de una misma disciplina, disciplinas afines o áreas del conocimiento, en los distintos años, a lo largo de la escolaridad, para lograr unidad de sentido, y una articulación de tipo vertical.

Nuestros diseños curriculares aún se presentan compartimentalizados, en áreas en la escolaridad primaria y en disciplinas en la secundaria. Sin embargo, si en las acciones de desarrollo curricular y planificación de la enseñanza, se favoreciera el trabajo cooperativo de los equipos docentes, esto no sería un obstáculo. El proyecto curricular en cada institución educativa, podría así considerar la articulación entre los diferentes campos de conocimiento, en el marco de proyectos consensuados, y acuerdos que contemplen los conceptos y modos de conocer –o modos de hacer y pensar en un determinado campo del saber- de cada disciplina. En el mismo sentido, podría lograr la construcción de una mirada común de las distintas unidades curriculares, tanto en el sentido horizontal (en un mismo año de la escolaridad) como vertical (a lo largo de los distintos años, en un mismo campo de conocimiento)

Cabe aclarar que esta propuesta no implica necesariamente la pérdida de la especificidad disciplinar de los saberes propios de cada materia escolar. Por el contrario, el trabajo en equipo que se postula, refiere al intercambio y colaboración entre los docentes en pos de la búsqueda de consensos, para la construcción de saberes socialmente significativos para la ciudadanía de niños y jóvenes. Éstos serían aquellos que aporten al desarrollo de la creciente autonomía, de capacidades para aprender a aprender toda la vida y herramientas que habiliten a la toma de decisiones razonadas y racionales, en tanto sujetos de derecho.

Este enfoque implica que es necesario poner en diálogo las diversas y específicas formas de producción de conocimiento, para encontrar “un común” en cuanto a propósitos de enseñanza y objetivos de aprendizaje, que articulen el sentido de lo que se aprende durante la escolaridad obligatoria, contextualizado en la realidad de cada institución. Para ello será saludable volver sobre los conceptos y modos de hacer básicos y estructurantes de cada disciplina o área de conocimiento. Implica por lo tanto, preguntarse sobre qué es lo nodal y central, así como cuáles son los hilos conductores que no se deberían dejar de lado. Para ello, desde el equipo de conducción de la institución educativa, se deberán generar tiempos y espacios para el debate, el intercambio, los acuerdos, como también para la difusión de las experiencias de “buena enseñanza” valiosas por sus resultados y/o innovadoras

La colaboración planteada, posibilitará instalar nuevas miradas sobre el currículum y acompañar los procesos de construcción curricular de cada escuela. También abre la oportunidad de poner en cuestión lo que se da como obvio o naturalizado, y da nuevas posibilidades para la revisión de representaciones en relación con el trabajo institucional, las trayectorias escolares, la repitencia, la inclusión y los aprendizajes de calidad. Asimismo, problematizar las prácticas, permite poner sobre el tapete algunos “dogmas” o “mitos” para resignificarlos, en una reflexión que promueve la construcción del currículo y la producción de conocimientos. En síntesis, generar condiciones para la tarea colectiva, habilita la revisión del trabajo docente, su socialización y su sistematización escrita. Acredita por lo tanto, la construcción de nuevos saberes, que incidirán en propuestas de cambio en las escuelas y en un sentido renovado de la tarea de conducción.

Para cerrar, se puede decir que el trabajo colaborativo entre docentes favorece los procesos de mejora en la enseñanza y el aprendizaje, ya que el “pensar juntos” como fruto de la interacción entre un conjunto de individuos, hace posible poner en juego diferentes representaciones y modelos teóricos. El intercambio que así se promueve favorece procesos de construcción colectiva y de responsabilidades compartidas. En el devenir de “caminar juntos” la lectura e interpretación de las prescripciones curriculares oficiales y la planificación compartida de la enseñanza, se transitará una mejora sostenida de la tan mentada calidad educativa.